¿Cuál debe ser el estilo de gobierno del nuevo presidente de la CEE?

(Vida Nueva) Esta semana nos preparamos para votar a quienes nos representarán en el Gobierno durante los próximos cuatro años. Además de la cita del 9 de marzo, los obispos españoles afrontan otra importante elección, la de quienes ocuparán los cargos de la Conferencia Episcopal Española (CEE) en el siguiente trienio, entre ellos su presidente. La Asamblea Plenaria de la que saldrán los “elegidos” comienza este lunes 3 de marzo, por ello, Vida Nueva recoge en su nº 2.603 las reflexiones que, ante esta importante cita, hacen el sociólogo Fernando Vidal y Juan José Rodríguez, presidente del Foro de Laicos. 

La hora de los caldos

(Fernando Vidal Fernández-Sociólogo. Universidad Pontificia Comillas) El presidente de la CEE debe ser católico. Lo que más necesita nuestra sociedad es ser católica: es decir, universalista, inclusiva, unida en la diversidad. No se necesita una presidencia ultracatólica, sino un presidente simplemente católico: que una, que incluya, sentido por todos y para todos. Es urgente que la Iglesia española encuentre un hombre que no sólo reclame obediencia, sino que suscite ese sentimiento y gusto por la unidad.

En medio del mayor punto de tensión que a comienzos de año coronaba este último período, el nuncio Monteiro invitó a ZP a compartir un caldo a la hora de la cena. Es un gesto público que nos enseña que parte del problema es de concordia. Nuestros conflictos se multiplican porque no hay una buena relación que sea la infraestructura del debate público. Se ha ido demasiado lejos en gestos y estilos. Ésta es la hora de la comensalidad, de tejer concordia, de convivir antes de discutir; es necesario sentarse y reparar los puentes rotos con la sociedad civil, política y cultural. Y dentro de la Iglesia. La comensalidad con todos es un imperativo de la función episcopal.

Desolación y mudanza

En conjunto, pese a todo, la Iglesia española ha alcanzado en este período notables éxitos en sus negociaciones con los gobiernos nacionales y autonómicos. Ha sido un tiempo que en la práctica ha estado más presidido que en anteriores ocasiones por la negociación y el acuerdo. Quizás por ello se hayan suscitado reacciones en el sentido contrario, desproporcionando los motivos, rozando la deslegitimación de la democracia, de la Corona o de la inmensa mayoría de las escuelas católicas. A entender de muchos, se ha jugado con la manipulación partidaria, algo que a medio plazo regresa contra el rostro de la propia Iglesia. Estamos viviendo la tentación que ya vivió la Iglesia estadounidense cuando los nuevos movimientos fundamentalistas armaron la lamentable Mayoría Moral. Nuestros problemas no son teológicos, sino pastorales; no tenemos problemas de ley, sino de prudencia.

Ha habido acciones que en gran parte del pueblo y la comunidad eclesial han creado, en una parte, sentimientos de temor, desolación, marginación, desilusión y, en otra, han promovido revancha, acritud, martirio, cierta violencia y dureza de corazón. Vivimos un tiempo de cierta desolación porque tener miedo no es de Dios, y todavía es menos de Dios dar miedo. Pero los fuertes desafíos en nuestro mundo no nos permiten el desánimo ni el desaliento. Necesitamos una presidencia que anime, reconcilie y, a la vista de su propio carácter, suscite esperanza en la gente.

Colegialidad o presidencialismo

El problema se ha manifestado visiblemente en dos estilos de comprender las competencias de la presidencia. Uno que la entiende de forma más presidencialista y otro que la comprende más colegialmente y respeta los ámbitos competenciales de cada presidente de comisión, cada diócesis y cada institución.

Se critica hasta la saciedad al modelo de gobierno eclesiástico, pero un valor importante del que sería bueno que muchas organizaciones aprendieran es el de la tradición eclesial de la colegialidad. Incluso sería bueno que aprendiéramos en la propia Iglesia. Por el contrario, la sociedad mediática y las agencias de poder nos reclaman que tomemos su forma; nos demandan –a veces los propios fieles– a comportarnos con un modelo más presidencialista del que es propio de nuestra tradición católica. En la presidencia no necesitamos a un héroe, sino a alguien que discretamente cultive la autoridad que da la colegialidad cotidiana.

Sin duda, el presidente de la CEE se convierte automáticamente en un icono de la Iglesia española, pero está en su mano lograr que se vea que el verdadero icono sea el propio cuerpo eclesial, mostrando lo que de unitario hay en sus plurales iniciativas.

Sanar heridas y reconciliar

La Iglesia española necesita a la cabeza de la Conferencia Episcopal a un presidente pontonero, a quien tenga el don de puentes y lenguas, capaz de encontrarse y explicarse. Hay una especial necesidad de reconciliar, de reunir, de pacificar. Sería necesario alguien que se dejara acompañar, que no tuviera miedo a andar por la calle y hablar con la gente de a pie. Tan preocupados que estamos por el ecumenismo interconfesional y el diálogo interreligioso, deberíamos hacer sobre todo esfuerzos concretos por trabajar el ecumenismo en el interior de una Iglesia a la que le pesa el sentimiento de división. Una presidencia que no nos lleve a Masada, sino a la plaza de Pentecostés. Necesitamos estar presididos por la concordia. Es la hora de los caldos. 

 

Diálogo con el mundo y en la Iglesia

(Juan José Rodríguez-Presidente general del Foro de Laicos) Le pediría a la jerarquía de la Iglesia española y al presidente de la CEE que, continuando y profundizando la labor del Vaticano II, en sus expresiones públicas hagan un esfuerzo por destacar los valores positivos del mundo, sin dejar de recordar que dicho mundo está herido por el pecado de los hombres y mujeres que lo forman, pero insistiendo preferentemente en los grandes valores que encierra y en que el mundo para los cristianos es valioso además porque ha sido objeto preferente del amor de Dios que envió a su Hijo, dando su vida, para salvarlo y no para condenarlo. Esto supone también profundizar en la ley de la encarnación que ha de vivir la Iglesia y seguir mejorando en el estilo de relación con el mundo, al que debemos acercarnos y dialogar con él. Pero todo diálogo supone una escucha profunda.

El presidente y los obispos españoles deberían hacer un esfuerzo por mostrar todo lo que de bueno y verdadero tiene la Iglesia, que los que la formamos sabemos que es mucho. Es verdad que nos recuerda Jesús que “tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”, pero no estaría de más dar a conocer a la sociedad española, e insistir en ello, la gran aportación cristiana en la mejora del mundo y la sociedad. Insistir en dar mensajes de esperanza y transmitir el don y la alegría de ser cristiano.

Le pediría al presidente y a la Conferencia que, desde las claves anteriores, no dejen de decir a la sociedad española la palabra que consideren necesaria, para iluminar sobre múltiples cuestiones no sólo a los católicos, sino a todos aquellos que quieran escucharla. La defensa de los más débiles de nuestra sociedad, empezando por los no nacidos y siguiendo por los más pobres, inmigrantes, enfermos, etc., siempre tendrán en la Iglesia no sólo una defensora que alce la voz en nombre de ellos, sino una comunidad de muchos hombres y mujeres dispuestos a trabajar por ellos, entregando gratuitamente su tiempo y su dinero propio, y a trabajar también por cambiar las estructuras injustas de nuestra sociedad. Es poco comprensible el revuelo que se ha generado con la nota de los obispos sobre las próximas elecciones, y es inaceptable, como se pretende por algunos sectores, que los obispos no puedan decir su palabra. La Iglesia pide libertad y respeto para proponer libremente su manera de ver las cosas.

Me parece que la Conferencia Episcopal y su presidente deben promover la unidad y reconciliación entre los españoles, que hoy se encuentra fracturada como consecuencia en no poca medida de la acción partidista de los dos grandes partidos políticos existentes en España, que han conseguido elevar el tono de crispación en los últimos tiempos a unos niveles intolerables. La Iglesia, que es “experta en humanidad” y “signo e instrumento de la unidad del género humano”, debe prestar hoy a nuestra sociedad española este servicio a la unidad y a la reconciliación.

En línea con lo anterior, el nuevo presidente de la CEE debe resolver el problema que a juicio de muchos existe con el conductor de La mañana de la COPE. Creo sinceramente que la COPE es de las emisoras más libres de este país, pero puede y debe seguir siéndolo sin estar tan ideologizada en algunos de sus espacios y sin necesidad de que algunos de sus comunicadores más sobresalientes recurran sistemáticamente a la descalificación, caricaturización y al desprestigio de quienes no coincidan con sus opiniones. Nuestra manera de estar en el mundo, y concretamente en los medios de comunicación, ha de ser diferente.

El presidente y la Conferencia, de la misma manera que han de construir puentes entre ella y las mentalidades existentes en la sociedad, también han de contribuir a la comunión entre los católicos y entre las distintas sensibilidades dentro de la Iglesia. Además de propiciar el diálogo con el mundo, también mejorar el diálogo al interior de la Iglesia, y lo mismo que en aquel caso se exigía escucha, también en éste se exige escucha. Escuchar al laicado y tenerlo más en cuenta; esto, además de suponer una promoción de la corresponsabilidad de éstos en la vida y misión de la Iglesia, ayudaría a la jerarquía a tener un mejor conocimiento de la realidad del mundo. Los laicos, que son la Iglesia en el mundo y de quienes es propio el carácter secular, podrían aportar a los obispos una visión –si se les consultara con más frecuencia– que ayudaría a mejorar el discurso de los obispos, favoreciendo el diálogo con el mundo al que me refería al principio.

Compartir