Excomuniones, anatemas y censuras

(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)

La Iglesia es “una, santa, católica y apostólica” y no “kafkiana, esperpéntica y maquiavélica”, como se empeñan en decir algunos librepensadores, bebedores de absenta en contubernios masónicos. Hay que barrerlos del mapa, arrancando de raíz la herejía que propalan. Hay que sacar excomuniones sin demora y lanzarlas con brío, con turgencia, con firmeza, porque las excomuniones no se leen, se lanzan para que hagan daño . No importa la cabeza sobre la que caiga: ya sea ministro del altar, sochantre catedralicio o sacristán de aldea. Aunque en la tarea profiláctica se lleven por delante a clérigos, mitrados o no, o laicos comprometidos. Si en el camino sale alguna tiara, ya habrá mujeres como Catalina de Siena que canten las verdades del barquero al mismo lucero del solio pontificio. Ya está bien de enjuagues y conversas que confunden al débil. La casa hay que construirla sobre roca y no sobre algodones; aunque nos quedemos solos. De nada sirve la monserga sincretista, bagatela de gentes ociosas. Avanza el “matrix progre” y se cuela en la Iglesia como mujer urdidora de falacias y golosinas teológicas. Hay demonios que salen con ayuno y penitencia y en tiempos recios, con fuego y agua bendita. Ya está bien de ladrones, adúlteros, asesinos, sodomitas, masturbadores extremeños y gentes de mal vivir. Hay que decir las cosas aunque se les atragante el desayuno a los periodistas o las nubes del Moncayo se vistan de fuego divino clamando por la Inquisición. Lo que les cuento lo leí en Ilustrísima, la novela del fallecido escritor gallego Carlos Casares. No se me asusten.

Publicado en el nº 2.684 de Vida Nueva (del 21 al 27 de noviembre de 2009).

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