Devaluar el diaconado

(Teófilo Norit– Correo electrónico) Agradezco que la revista (nº 2.707) haya abordado en su sección de Enfoques el tema del diaconado permanente. He leído con interés ambos  puntos de vista y me parece mejor enfocada la reflexión  del profesor de Granada Diego Molina.

Profundizar en el lugar, la vocación y la labor específica del diácono permanente me parece más serio que ponerse la venda antes de que llegue el golpe. Justificar cierta prudencia sobre los casados ordenados por la confusión que pueda provocar el clergyman del brazo de las parejas, es  como proponer precauciones a ordenar de diáconos a jóvenes porque cabe el riesgo de que vayan de botellón.

Me sorprende que haga la distinción entre el Orden y los tres grados del sacerdocio siempre repetidos. Es como si quisieran evitar el intrusismo de los seglares y quisieran dejarlo claro. Una  cosa es ser presbítero y otra querer parecerse a él con un orden de  segunda clase que les convierte en clérigos, pero no orientados al sacerdocio.  Si eso es así, ¿por qué no ordenar directamente de presbíteros a quienes para ello se han preparado en seminarios sin necesidad de pasar por el provisional diaconado? Me parece una aparente marcha atrás sobre la decisión  del Vaticano II. Parece como si se tratara de eficacia más que de llamada. Como si el Espíritu Santo estuviera trasnochado en definición del perfil diaconal y sintiera cierta competencia desleal respecto a las vocaciones al presbiterado que es más útil para la Iglesia. Parece un servicio más favorable a las confesiones protestantes y ello pone en peligro el estatus de célibe sacerdotal.

Es triste que se devalúe la opción  apostólica del diaconado, y más aún cuando los argumentos ponen en duda la labor del Espíritu Santo y la confianza en su recta dirección de la Iglesia. Es penoso, pero no es lo único que ha involucionado. En vez de animar a escuchar la acción del Espíritu, se le ponen mordazas.

En el nº 2.709 de Vida Nueva.

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