Escándalos: una oportunidad para cambiar

(José Lozano Sánchez– Presbítero) Con mucha frecuencia, los periódicos y demás medios de comunicación están sacando a relucir los escándalos de la Iglesia. Es algo que interesa mucho a la gente y que “vende”. Tal y como están hoy las cosas, a la Prensa y a la sociedad no les podemos pedir que valoren todo lo positivo que hay y que está haciendo la Iglesia en el mundo, y que no queda eliminado por sus grandes defectos y pecados. Tampoco a nosotros nos hace mucha falta que reconozcan lo que hacemos. ¿Qué postura hemos de tomar los cristianos ante esto que está sucediendo en la Iglesia y que ahora sale a luz pública? ¿Cómo hemos de valorar estos hechos? ¿Cómo nos afectan a nosotros?

Al tratar de analizar esta cuestión, lo primero que creo que habría que preguntarse es qué de positivo podemos sacar de estas circunstancias tan tristes que está viviendo actualmente la Iglesia. Parece ser que esto puede servirle a la Iglesia, y a todos, como una “cura de humildad”. Nos puede ayudar a todos a ser más humildes, sin masoquismos. La Iglesia y los cristianos hemos de ejercer la misión profética en el mundo, sin rebajar el mensaje del Evangelio, pero hemos de hacerlo con humildad, dándonos cuenta de que nosotros también tenemos que “aplicarnos el cuento”, por aquello de que “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Nuestras cosas negativas nos hacen “más cercanos” a los demás, nos humanizan.

Cuando aparecen los pecados de la Iglesia, el Señor nos llama a la conversión, no a defendernos. Está bien que tratemos de clarificar las exageraciones, las utilizaciones y las mentiras, pero sin ánimo de “tapar” nada. Que el Señor nos dé valentía suficiente para reconocer y aceptar nuestros pecados y plantearnos un camino de conversión. Nuestro interés no es mantener nuestra imagen, sino ofrecer a todos a Jesucristo. Sólo Él es Santo, sólo Él es el Señor, sólo Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Siempre se ha dicho que la Iglesia necesita conversión y reforma. Estos hechos nos lo recuerdan y nos ayudan a vivir esa necesidad tan urgente. A partir de todo esto, tendremos que revisar nuestra vida personal y nuestras parroquias.

Los pecados de la Iglesia nos ayudan también a creer más profundamente en Jesucristo, a apoyarnos más en Él. No creemos en nuestra santidad, sino en la santidad de Jesucristo. Sólo él nos justifica y nos hace santos, si dejamos que él obre en nosotros, por su vida, muerte y resurrección. No creemos en nuestras actividades y planes pastorales, sino en Jesús muerto y resucitado para nuestra salvación. A lo largo de la vida, es posible que nos vayamos adormeciendo y perdiendo la profundidad de nuestra adhesión a su persona y a su vida. En ocasiones son nuestros pecados los que nos dan una sacudida y nos hacen ver lo lejos que estamos de él. Y entonces vemos la necesidad urgente de volver a su comunicación y a su intimidad, porque, aunque aparentemente todo marchaba bien, habíamos perdido el sentido de nuestra vida, no estábamos con Él.

Lo que está ocurriendo nos está haciendo ver la necesidad de cambio personal, pero también de cambio en la Iglesia a todos los niveles. No es suficiente el funcionamiento de la Iglesia. Es preciso que vivamos más a fondo el Evangelio y que cada uno de nosotros, y la Iglesia a todos los niveles, se oriente y estructure a partir del Evangelio y del seguimiento cercano de Jesús.

Las críticas interesadas y malintencionadas pueden hacer mucho daño a la Iglesia, pero estoy convencido de que lo que más daño le puede hacer a la Iglesia es nuestro pecado, nuestro orgullo y nuestra falta de compromiso para vivir el Evangelio, nuestra falta de unión profunda con Jesucristo y con los que sufren. Tenemos una tremenda responsabilidad ante la sociedad y ante la historia. Esto no lo tenemos que olvidar. Por eso hemos de aprovechar lo que está ocurriendo para renovar nuestra vida y renovar la Iglesia.

Estoy seguro de que, a pesar de todo el daño que puedan hacer a la Iglesia todos los escándalos y lo que está apareciendo cada día en los medios de comunicación, lo que está ocurriendo, a la larga, hará mucho bien a la Iglesia.

En el nº 2.705 de Vida Nueva.

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