El Barroco español conquista el centro mundial del arte

La National Gallery de Londres mostrará por primera vez el esplendor y la calidad de su imaginería y policromía

cristo-flagelacion(Juan Carlos Rodríguez) Londres, Washington. El esplendor del Barroco español será centro de atención del mundo del arte. La National Gallery de Londres, uno de los museos más prestigiosos del mundo, presentará Lo sagrado hecho real. Pintura y Escultura española 1600-1700 entre el 21 de octubre de 2009 y el 24 enero de 2010, tras lo cual la muestra viajará a Estados Unidos. El acontecimiento no sólo busca explorar las relaciones entre la pintura y la imaginería españolas durante el siglo XVII, sino además certificar de algún modo la calidad del Barroco español y su íntima ligazón con la fe católica.

“En Inglaterra, la gente cree que la escultura barroca es una cuestión exclusivamente devocional, que no tiene ninguna calidad estética. Si bien los cuadros de Velázquez y Zurbarán son conocidos, las esculturas policromadas que surgieron también en la España del siglo XVII jamás han sido objeto de una gran exposición”, explica su comisario, Xavier Bray, conservador adjunto de Pintura Española de los siglos XVII y XVIII de la National Gallery. Será la primera vez que desde el extranjero se reivindique la aportación a la Historia del Arte de nombres como Pedro Roldán, Juan de Mesa o Martínez Montañés. La exposición marcará, por tanto, un hito en la revaluación del arte religioso del Siglo de Oro español, donde, como afirma Alfredo Morales, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, “todos los mecanismos de lo sensorial entraban en funcionamiento para condicionar el sentimientos de los fieles y atraerlos hacia dogmas de fe”.

Diálogo natural

ecce-homoLa muestra londinense presenta dieciséis tallas policromadas junto a dieciséis cuadros con el objetivo de mostrar que el enfoque hiperrealista de pintores como Velázquez o Zurbarán se apoyaba, claramente, en un conocimiento y, en algunos casos, en la práctica directa de la escultura. El resultado eran extraordinarias tallas policromadas, que hasta ahora no habían sido nunca objeto de una gran exposición, y no sólo en Gran Bretaña. Casi ninguna de las que se verán en la National Gallery, y que aún hoy siguen venerándose con fervor, se habían expuesto fuera de nuestras fronteras. El Cristo crucificado (Art Institute of Chicago), obra maestra de Zurbarán de 1627 y préstamo crucial para esta exposición, vuelve a Europa por primera vez en 50 años. Es quizás su ejemplo cumbre, dado el evidente -y sorprendente- efecto escultórico que logra sobre el lienzo. Pero cuando esta pintura se coloca junto a la talla policromada de Juan Martínez Montañés de 1617 (iglesia del Convento del Santo Ángel de Sevilla), entre las dos formas artísticas se entabla un intenso diálogo natural. “Además de esta labor divulgativa, la muestra quiere evidenciar la influencia que en la obra de distintos pintores tenía su labor como responsables de policromar las imágenes. En los lienzos de Alonso Cano, Zurbarán o Velázquez -sobre todo en su obra más temprana, como el Cristo después de la flagelación contemplado por un alma cristiana (National Gallery)- influyó mucho este tipo de trabajo. De la escultura sacaban la plasticidad y la presencia con la que llenaban sus lienzos”, señala Bray, quien destaca que el corto número de obras que se exhibirán, treinta y dos en total, se compensa por su “extrema calidad”. 

El ejemplo recurrente, e inevitable, de la confluencia de lo pictórico y lo escultórico en el Barroco es el taller sevillano de Francisco Pacheco, quien enseñó a toda una generación de artistas, entre los que se contó Velázquez, su futuro yerno, el arte de policromar esculturas como parte integral de su formación. El mismo Pacheco pintó los tonos carne y los ropajes de las exquisitas tallas en madera de Montañés, un artista también andaluz al que sus coetáneos apodaron “el dios de la madera”. Una de sus colaboraciones más importantes es el San Francisco de Borja, de 1624 (iglesia de la Anunciación de la Universidad de Sevilla), de tamaño natural, que medita con una calavera en la mano. Esta talla se creó por encargo de los jesuitas para celebrar la beatificación del santo, que tuvo lugar aquel año. En la exposición destacará también la fascinante yuxtaposición de la Inmaculada Concepción de Velázquez, de 1618-19 (National Gallery), frente a la exquisita talla policromada de Montañés de 1620 (Universidad de Sevilla) sobre el mismo tema. “Tradicionalmente, los historiadores del arte han trabajado separadamente bien sobre pintura, bien sobre escultura policromada, pero sin mezclarlas”, explica Bray, quien pretende “reunir los dos medios” y mostrar sus estrechas interrelaciones, lo que supone una marcada diferencia con el Renacimiento o el Barroco italiano, frente a Miguel Ángel o Bernini, y una continuidad sorprendente ante los escultores griegos del período clásico. 

Presencia de Zurbarán

cristo-de-zurbaranLa exposición tratará de hacer que el espectador vuelve a apreciar el arte de la policromía, que practicaron, más allá del magnífico Francisco Pacheco, Velázquez y Alonso Cano, por ejemplo, Zurbarán, cuyas pinturas inevitablemente estarán presentes en la muestra. “Sabemos que le encargaron tallar y policromar un crucifijo para los mercenarios de Llerena en 1624, hoy desgraciadamente desaparecido”, explica Bray. El ilusionismo intensificado de Zurbarán muestra un profundo conocimiento y apreciación de la escultura. Su San Serapio, de 1628 (Wadsworth Atheneum Museum of Art, Hartford), que lleva más de un siglo en colecciones británicas y se exhibe también por primera vez en 50 años, es uno de los grandes logros del pintor, y uno de los cuadros que con más orgullo exhibirá la muestra londinense y, después, la de Washington. Los pliegues con profundas sombras del hábito blanco del santo presentan una maestría asombrosa en su ejecución. Como dice Bray: “Zurbarán demuestra con esta obra que la pintura es capaz de lograr el mismo realismo desconcertante que la escultura”.

Para lograr un realismo aún más intenso, algunos escultores, como Pedro de Mena o Gregorio Fernández, completaron sus esculturas con ojos y lágrimas de vidrio y dientes de marfil. En el Cristo yacente, de 1625-30 (Museo Nacional Colegio de San Gregorio de Valladolid), de un asombroso realismo, Gregorio Fernández utiliza corteza de alcornoque para simular el efecto de la sangre coagulada y cuerno de toro a modo de uñas. La intención era, a todas vistas, que los creyentes se sintieran verdaderamente en presencia del cuerpo sin vida de Cristo. El arte religioso de la España del siglo XVII buscó el realismo con un celo y una genialidad inquebrantables. Era la España de la Contrarreforma y los mecenas religiosos, en especial las órdenes de los dominicos, los cartujos y los franciscanos, quienes desafiaron a pintores y escultores a infundir vida en los temas sagrados. Con ello se proponían inspirar tanto la devoción cristiana como la emulación de los santos. La exposición reúne algunas de las mejores representaciones de temas cristianos claves como la Pasión de Cristo, la Inmaculada Concepción o las Vidas de santos, entre las que destaca la interpretación de San Francisco (1663) meditando en pie, obra de Pedro de Mena, que hasta ahora nunca había salido de la sacristía de la catedral de Toledo. Algunas de esas obras maestras han pervivido como tallas titulares de cofradías de Sevilla, Granada o Valladolid, como la Crucifixión de Juan de Mesa, que recorre Sevilla durante el Domingo de Ramos en el desfile procesional de la Archicofradía del Cristo del Amor. A Londres irá una versión de menor tamaño realizada en 1621.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.668 de Vida Nueva.

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