Retener y reconstruir lo que pasó


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Durante un año Colombia recordó los días y los protagonistas de la independencia. Las celebraciones del bicentenario fueron una oportunidad para recordar y construir memoria. Es una actividad que no es extraña para los colombianos, obligados a reconstruir el pasado cuando se trata de  apresurar el paso cansado de la justicia. Así ha sucedido dentro de las aplicaciones de la ley de Justicia y Paz.

Pero la memoria no es solo recordar. Así como el olvido propicia la impunidad, la memoria promueve la acción de la justicia como se ha visto por estos días con casos como el del asesinato de Luis Carlos Galán, o los muertos y desaparecidos del Palacio de Justicia. Las investigaciones que reasumió la justicia tuvieron como punto de partida ejercicios de memoria de la prensa y de los investigadores. Cada uno de esos trabajos tuvo el efecto de un toque de alarma contra los silencios cómplices, contra la pasividad y la resignación, y despertó a los ciudadanos, jueces e investigadores. “El recuerdo consciente y crítico que propicia la memoria permite instaurar un orden más justo”.

La memoria va más allá cuando crea el clima favorable para la solidaridad, tal como lo recodábamos en Vida Nueva, (VNC # 5) al describir lo que ocurre en Trujillo, Valle, en San José de Apartadó y en San Carlos, tres comunidades golpeadas por los violentos que, al recordar a sus muertos y preservar su memoria, encontraron un motivo de solidaridad. Recordar a los muertos a solas, ensimisma, amarga y aísla a las personas; compartir su recuerdo y el sufrimiento, une y fortalece. Se descubre otro potencial de la memoria cuando, al reconstruir los hechos del pasado, entramos en posesión de unos materiales vivos. Eso es la experiencia, materia prima para la elaboración de futuro. La memoria enseña a construir sobre lo vivido, a transformar en lección los errores del pasado lo mismo que los aciertos, impide que el olvido estimule la repetición de los errores y fomenta  la consolidación y el perfeccionamiento de los aciertos. En las gestiones de ayuda y reconstrucción emprendidas con motivo de las inundaciones fueron de utilidad y de advertencia las memorias de lo ocurrido en 1999 después del terremoto de Armenia, y en esa ocasión enseñó la memoria sobre lo que se había hecho en Armero en 1985. La memoria no se puede limitar a la función de museo de recuerdos inertes y momificados; su papel es más dinámico, es impulso, inspiración, enseñanza y estímulo. El pasado, escribía Marta Tafalla, no es lo acabado, sino una pluralidad de líneas truncadas que hemos de heredar, continuar y concluir.

Hay otra función de la memoria en la que se manifiesta todo su poder creador. La visión del pasado – el de nuestras violencias en Colombia, el de la historia vivida en estos 200 años de vida independiente- notifica a la sociedad sobre sus responsabilidades por lo que sucedió y por lo que debió suceder. Pone ante nuestros ojos la realidad de lo que no se hizo y la responsabilidad de lo que se pudo hacer, el dolor de las oportunidades perdidas y la vergüenza de lo que no debió suceder.

Es una función irreemplazable la de la memoria en el proceso de perdón, porque esa dinámica del pasado latente en la memoria no admite el estancamiento de la vida en el momento de la ofensa e impone la continuación de la vida y de la construcción de futuro. El proceso de Justicia y Paz en Colombia responde a esa lógica creadora: recordar lo que pasó, afrontarlo como parte del pasado, someterlo a la justicia para transformarlo en el futuro. Sin memoria no podría darse el milagro del perdón. Con la memoria los ojos de las víctimas se mantienen abiertos para enfrentar y construir el futuro.

La memoria, sin embargo, puede ser dañina. Se les volvió tóxica a los habitantes de Uchurucay, esa población campesina peruana responsable de la muerte de 9 periodistas a quienes confundió con guerrilleros de Sendero luminoso. Incapaces de convivir con el recuerdo de esos muertos abandonaron la población y solo regresaron cuando le dieron nuevo nombre al pueblo y convirtieron el pasado en materia prima para su futuro. No pudieron actuar como si nada hubiera sucedido, esa corrupción de la mente y del corazón, pero sí despojaron al pasado de su poder tóxico.

La memoria de los 200 años tuvo todas esas posibilidades y limitaciones, como todo lo que tiene que ver con esta facultad para retener y recordar lo que pasó.