Darío Vitali: “No se superará el clericalismo sin un cambio de modelo eclesiológico”

  • El coordinador de los expertos teólogos en el Sínodo cree que la solución contra este flagelo “es pasar a una verdadera comprensión de la Iglesia como comunión de Iglesias”
  • Participará del curso global ‘Hacia una Iglesia constitutivamente sinodal’ que comienza este 2 de marzo con el tema ‘La elección de los obispos’

A pocos días de comenzar el curso global “Hacia una Iglesia constitutivamente sinodal”, Darío Vitali, sacerdote italiano y coordinador de los expertos teólogos en el Sínodo de la Sinodalidad, conversó con Vida Nueva sobre “La elección de los obispos”, tema que abordará en este espacio formativo, previsto para este 2 de marzo.



Para el profesor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Gregoriana el clericalismo responde a un modelo de Iglesia piramidal, fundamentado en dos bandos: los clérigos y los laicos, relegando a estos últimos a una “posición sujeta y pasiva”.

Por ello, recordó que el Concilio Vaticano II propuso “la superación de esta visión” , con el giro copernicano de ‘Lumen Gentium’ –capítulo II– que antepuso “la radical igualdad de todo bautizado a las diferencias de función y estado, porque no hay dignidad más grande que ser hijos de Dios”

Corresponsabilidad diferenciada

PREGUNTA.- El clericalismo, ¿cómo ir superando este mal cuando incluso está tan arraigado en los propios laicos?

RESPUESTA.- El clericalismo es el efecto de un modelo de Iglesia, que podemos definir como clerical. Esta Iglesia coincide con la Iglesia piramidal, que se funda sobre la distinción del cuerpo eclesial en dos bloques: los clérigos y los laicos, y concentra todo poder en los clérigos, relegando los fieles en posición sujeta y pasiva. La jerarquía es un servicio al Pueblo de Dios.

Este primer paso obliga al segundo: reconocer la participación del pueblo de Dios a la vida y a la misión de la Iglesia, no por concesión de la jerarquía, sino por derecho propio. El capítulo II de ‘Lumen gentium’ desarrolla el tema del sacerdocio común como fundamento de esta participación a la función profética, sacerdotal y real de Cristo.

Desarrolla también el tema de los carismas. En este sentido, hay que implementar la idea no solo de la participación de todos, sino de una corresponsabilidad diferenciada a la vida de la Iglesia.

Pero es evidente que no se superará el clericalismo sin un cambio de modelo eclesiológico. La posición dominante de los clérigos y la dependencia de los laicos, en una relación asimétrica de poder-obediencia, depende de un modelo universalista de Iglesia: si la Iglesia es una gran diócesis, es evidente que la nomenclatura tiene una importancia fundamental, y con esa el poder que tiene y ejerce.

En una Iglesia universal las funciones preceden y determinan la vida de la Iglesia. La única posibilidad, para mí, que se salga del clericalismo, es pasar a una verdadera comprensión de la Iglesia como comunión de Iglesias.

Hay que desarrollar una verdadera comprensión de la Iglesia local como ‘portio populi Dei’ –porción del pueblo de Dios– que tiene el obispo como principio de unidad y donde es posible pensar el servicio del presbiterio y de los diáconos dentro una ministerialidad amplia, que realiza la participación de todos según su vocación, carismas, ministerios.

Escucha mutua

P.- ¿Cuál cree usted es (o debería) el rol de los obispos en la sinodalidad?

R.- Fundamental. No hay sinodalidad sin obispos. Esta implicación emerge de la descripción que hace el papa Francisco acerca de la Iglesia sinodal como ‘Iglesia de la escucha’, donde la escucha mutua entre pueblo de Dios, colegio de los obispos y obispo de Roma conduce a una escucha del Espíritu y a reconocer lo que el Espíritu dice a la Iglesia.

La función determinante del obispo emerge en el proceso sinodal fijado por ‘Episcopalis Communio’ (18 de septiembre de 2018): la consulta del Pueblo de Dios en las Iglesias particulares es posible porque el obispo, en su función de principio de unidad de su Iglesia, abre, acompaña y concluye el proceso sinodal en su diócesis.

La escucha del Pueblo de Dios constituye el momento profético (expresa el ‘sensus fidei’ de todo el Pueblo: cfr LG 12), que los obispos, reunidos en Conferencia episcopal, examinaron con acto de discernimiento pastoral. La participación de los obispos al proceso sinodal continuó en las Asambleas continentales y ahora en la Asamblea romana.

El proceso sinodal se funda sobre la fecunda circularidad entre la profecía del Pueblo de Dios (todos como bautizados) y la función de discernimiento que pertenece sobre todo a los pastores.

En un proceso decisional, la voz del Espíritu que pasa a través de la totalidad de los bautizados, tiene que ser discernida por los pastores, según el principio paulino: No apaguéis al Espíritu, no despreciéis a las profecías, examinadlo todo, quedaos con lo bueno.

Se entiende esta participación de los obispos al proceso sinodal a la luz del principio de mutua interioridad, que afirma: los obispos son el principio de unidad en sus Iglesias particulares: en ellas y a partir de ellas existe la una y única Iglesia católica.

Lo es cada obispo en su Iglesia, y allí tiene que desarrollar un estilo sinodal, favoreciendo la participación de todos a los procesos de la Iglesia local; son los obispos juntos en las instancias colegiales de los agrupamientos de Iglesias (Conferencias episcopales).

Lo son a nivel de Iglesia universal, como colegio. Claro que aún no madura una conciencia y una mentalidad sinodal de los obispos.

Participación del otro

P.- ¿Qué opinión tiene sobre las formas del lenguaje (tratamientos) para referirse a obispos de monseñores, eminencias, reverencias? ¿Cómo debería ser el lenguaje en una Iglesia sinodal sin que esto represente un menoscabo al cargo que un clérigo tiene?

R.- Todos estos títulos son una herencia de una Iglesia piramidal, fundada sobre el principio de autoridad. En el famoso Pacto de las Catacumbas, muchos obispos prometieron renunciar a estos títulos, cortando la distancia entre ellos y el pueblo de Dios, entre ellos y los pobres.

Claro está, no es cancelando los títulos cómo se cambia la Iglesia; es cambiando a la Iglesia para que los títulos pierdan valor y poder. Conozco obispos que hablan informal y piden el ‘tú’, pero no renuncian a un gramo de su poder.

El desafío de una Iglesia sinodal es la participación de todos a la vida y a la misión de la Iglesia. Así, más que preocuparse de los títulos (cancelando algunos, se buscarán otros), será decisivo reconocer la dignidad, la capacidad y el derecho a la participación del otro; pasar a una Iglesia de relaciones más que de roles; de servicio más que de poder. El verdadero menoscabo consiste en la defensa de su propio poder, sin servir al pueblo de Dios.

Dones al servicio

P.- En la Síntesis se habla del papel insustituible del obispo para promover la circularidad entre los bautizados, ¿concretamente de qué trata la circularidad cuando cada vocación tiene definido su papel en la vida de la Iglesia?

R.- El Concilio Vaticano II afirma que la Iglesia es comunidad; un organismo estructurado, con variedad de miembros que ejercen funciones distintas para el bien de todo el cuerpo. Hay que superar una concepción individualista de la vocación: vocaciones, carismas, ministerios se entienden como dones de la Iglesia y para la Iglesia.

Si el Espíritu reparte a cada uno en particular como él quiere, toca al obispo poner estos dones a servicio de la Iglesia. En esta Iglesia el obispo no tiene – cómo se dice – la síntesis de los carismas, sino el carisma de la síntesis.

La circularidad se entiende en la lógica del servicio al pueblo de Dios, que pasa por el discernimiento del obispo, el cual asegura la participación de todos, cada uno según el don, la vocación, el carisma, el ministerio recibido.

Modalidad pre-conciliar

P.- También en la síntesis se habla de un equilibrio entre el Nuncio apostólico y la conferencia episcopal con la participación del pueblo de Dios: laicos y vida religiosa para elegir a los candidatos a obispo, ¿de concretarse esta propuesta cómo incidirá esta nueva lógica en la vida de la Iglesia?

R.- El Concilio Vaticano II, en ‘Lumen Gentium’, plantea que los obispos rigen, como vicarios y legados de Cristo, las Iglesias particulares que les han sido encomendadas. Los obispos son, individualmente, el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal, en las cuales y a base de las cuales se constituye la Iglesia católica, una y única.

Por eso, cada obispo representa a su Iglesia, y todos juntos con el Papa representan a toda la Iglesia en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad. Hasta hoy la normativa para elegir a los candidatos obispos permanece igual a la modalidad pre-conciliar de provisión de los obispos: todo está confiado a la responsabilidad del Papa, a través del nuncio que conduce la investigación y propone la terna.

Una Iglesia como comunión de Iglesias, que corresponde al modelo de Iglesia del I milenio, pide otro tipo de participación: de la Iglesia particular, con sus sujetos (el Pueblo de Dios, el presbiterio, los organismos de participación), de la Conferencia episcopal, en sinergia con el Obispo de Roma (representado por el Nuncio).

Toda esta perspectiva espera un desarrollo importante. Se espera que la Asamblea del Sínodo ofrezca ideas y soluciones a una cuestión que emerge como una de las más urgentes a resolver.

Foto: Catalunya Religió

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