Silvia Correale: “Mama Antula vivía sinodalmente; era su estilo de vida ya en el siglo XVIII”

La postuladora de la causa cree que se puede considerar a la santa como madre espiritual de la Patria

El fin de semana pasado, la Iglesia universal reconoció la santidad de María Antonia de Paz y Figueroa, la laica consagrada santiagueña que trabajó con los jesuitas y continuó sin descanso la misión evangelizadora que ellos emprendieron. Después de un largo proceso de beatificación y canonización, el papa Francisco pudo dignificar y ensalzar a Mama Antula.



Este largo recorrido fue acompañado por Silvia Correale, la postuladora de la causa ante el Dicasterio. Ella durante más de dos décadas lideró el equipo que estudió, con mucha profundidad cada detalle de la vida de la Santa, y respondió a los requerimientos de las autoridades para que hoy culmine felizmente este reconocimiento a la consagrada santiagueña.

Dialogó con Vida Nueva para contarnos sobre la causa y la incidencia de esta figura del siglo XVVI en la Iglesia de hoy.

PREGUNTA.- ¿Qué nos puede contar sobre el proceso de canonización de Mama Antula? ¿Cuáles fueron las mayores dificultades a la hora de reconstruir esta historia de fe?

RESPUESTA.- Cuando fui designada postuladora de la causa de beatificación de la sierva de Dios María Antonia de Paz y Figueroa, virgen seglar, me encontré con un proceso instruido y concluido en la diócesis de Buenos Aires entre 1904 y 1905. Lo habían traído a Roma para la fase romana. En aquella época la legislación canónica sobre la causa de beatificación y canonización era mucho más compleja, con más instancias. Con la legislación de Juan Pablo II, la constitución apostólica ‘Divinus Perfectionis Magister’, hay algunas etapas procesales que fueron simplificadas. Hoy en día, con las nuevas disposiciones canónicas, basta que los miembros del tribunal se hagan presentes en el lugar donde falleció el siervo o la sierva de Dios, y atesten que no hay signos de culto indebido, que visiten la tumba, que visiten donde vivió y que vean que no hay signos de un culto indebido. Con eso ya es suficiente. Para los escritos, se nombran dos censores teólogos en fase diocesana, y se agiliza el proceso. La Santa Sede recibe una prueba suficiente sobre el contenido de los escritos. Y de esta manera que está simplificada, responde a la inmediatez que existe hoy entre la Santa Sede y las diócesis, más ahora con tantos adelantos que existen a nivel de medios de comunicación.

En aquella época que se inició la causa de beatificación de Santa Mama Antula, todo se escribía a mano, y se hacía más lento. Entonces esta es una instrucción diocesana que inició un proceso informativo que inició en 1904, y que tuvo los tres decretos: primero la introducción de la causa, después el decreto de no culto y después el decreto de los escritos, a finales de los años 40. Luego, se tenía que hacer el proceso apostólico en Buenos Aires, con todas las circunstancias históricas de la preparación del Concilio Vaticano II. Fue un momento de mucha efervescencia. Las Beatas de la Compañía, las hermanas que tenían el carisma de la Mama Antula, se quedaron llevando adelante la Santa Casa de Ejercicio de Buenos Aires, se convirtieron luego en las Hijas del Divino Salvador. Esta causa pasó por todo ese período eminentemente preconciliar, conciliar y posconciliar, como toda la realidad de la iglesia, y ellas tuvieron que hacer una reflexión y actualizarse.

Cuando yo recibí toda la documentación, me encontré con esta realidad procesal. Para actualizarla teníamos que hacer una comisión histórica según las nuevas disposiciones canónicas, porque retomábamos la causa después de varios años y teníamos que hacer un proceso supletivo de continuación de la fama de santidad y de fama de intercesión.

P.- ¿Cómo acompañó esta causa el entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio?

R.- Para ese entonces, hacía poco, habían nombrado arzobispo de Buenos Aires a Jorge Mario Bergoglio. Cuando vino a Roma a recibir el palio, nos conocimos. Yo le entregué un sobre, donde estaba el pedido oficial como postuladora: el nombramiento de la comisión histórica y constituir el tribunal para el proceso supletivo sobre continuación de fama de intercesión y de gracia. El, me dijo en ese entonces, iniciamos un camino nuevo, yo como arzobispo, vos como postuladora. El domingo, cuando lo saludé antes de la misa de canonización, le recordé aquel momento y le agradecí que su compañía, siempre disponible a ayudar y a colaborar, siempre atento a los distintos pasos que íbamos dando, según la normativa canónica y a las pequeñas dificultades que fuimos encontrando. Cuando inició el Pontificado, ya teníamos el decreto de virtudes heroicas, en julio de 2010, y logramos aclarar la sustancia del probable milagro, con dos pericias positivas. Tuvimos que completar alguna documentación.

Los milagros

P.- ¿En qué consistieron los milagros atribuidos a Mama Antula?

R.- La persona curada falleció en los años 50. Hubo testigos que la conocieron, y que manifestaron que siempre gozó de buena salud. Era una religiosa, Hermana María Rosa Vanina, del Instituto Hijas del Divino Salvador, muy jovencita. Tuvo una colecistitis aguda, séptica, y estamos en época preantibiótica. Las religiosas comenzaron la novena a la Madre, y esta chica se salvó. Con el tiempo fue maestra de novicias, y hasta tuvo algún cargo en el Consejo General. Las hermanas, que la habían tenido como maestra de novicias, declararon que nunca tuvo ningún tipo de problema del aparato digestivo, ni necesitaba alguna alimentación especial. El Dicasterio nos pidió para completar la prueba, y el certificado de defunción que establecía que no había muerto a consecuencia de aquella enfermedad. O sea, la curación había sido completa y definitiva.

Luego, los médicos de la Comisión Médica del Dicasterio querían una especie de currículum vitae de los dos médicos que habían producido la síntesis del caso clínico. Pero en 1904-1905 era muy difícil que llevaran a la religiosa a los hospitales. La historia clínica era prácticamente el informe más detallado que hizo el médico de cabecera de la Santa Casa, y había también un informe de un especialista que contactaron en un momento, ya bastante avanzada la enfermedad para ver si había alguna posibilidad de hacer algo. Tuvimos que buscar documentación histórica. El médico que habían llamado para consultar era el doctor Cayetano Sobrecasas, que el gobierno de la provincia de Tucumán y de la Nación lo habían mandado a Europa a estudiar distintas problemáticas médicas, y tenía publicaciones en distintos idiomas. Pudimos ir reconstruyendo su vida, su trabajo como médico. Eso nos ayudó muchísimo para poder presentar el caso. Sobre el médico de cabecera, el doctor Manuel Saubidet, fue más fácil investigar su CV, de una familia relevante en la historia argentina. Conseguimos una publicación científica que hablaba del contexto histórico de la medicina en Buenos Aires en aquellos años, que ayudó para comprender que prácticamente había una continua vinculación y flujo de comunicación permanente entre los mejores médicos europeos y los de Buenos Aires. Entregamos toda esa documentación para entrar en la consulta médica e ilustrar el caso. Luego, una pericia de parte constituida por cuatro médicos. Ellos hicieron una pericia conjunta. Se llegó así a la segunda consulta médica, que fue positiva y que abrió las puertas a la beatificación de Mama Antula en el 2016.

El segundo milagro, el de la canonización, fue un derrame cerebral, un ACV del señor Claudio Peruzzini. Cuando fue internado en el hospital de la ciudad de Buenos Aires, los médicos dieron un pronóstico muy, pero muy grave. El evento se produjo en el medio de una fiesta. Lo internan de urgencia, y es la esposa la que les comunica a todos los ex compañeros del colegio lo que había pasado, y también al obispo auxiliar de Ernesto Giobando, quien en aquel momento acompañaba a las hijas del Divino Salvador. El lo visitó en terapia intensiva; estuvo rezando un rato largo rezando con una estampa de la Beata María Antonia; la dejó ahí, en el monitor de terapia intensiva, y les pidió a todos que rezaran.  Así todos rezaron la oración de intercesión: la esposa, los hijos, los ex compañeros de bachiller; algunos delante de la tumba de Mama Antula. A las pocas semanas, revertió muchísimo la situación de Claudio. Luego, empezó una fisioterapia que seguramente ayudó para la recuperación de la movilidad y de la vista.

Para los médicos fue una cosa fuera de la norma. Una vez que tuvimos la documentación médica completa, la hicimos estudiar por un perito de parte, un especialista de Roma, el cual nos dijo que sí que había elementos para determinar que era una curación que, desde el punto de vista de la ciencia, no tenía una explicación científica. Así que iniciamos la instrucción de origen en la arquidiócesis de Santa Fe. Una vez concluida, lo trajimos a Roma, pero apenas empezamos el proceso romano nos encontramos con la pandemia, lo que hizo que se alargaron los tiempos. Apenas se normalizó todo, lo entregamos en el Dicasterio, e inmediatamente fue a la comisión médica porque ya teníamos dos pericias de oficio positivas. La consulta médica fue positiva, y también la teológica. El 24 de octubre, el Papa autorizó la publicación del decreto del milagro, y así el mismo papa Francisco, una vez consultados todos los cardenales por escrito sin necesidad de convocar un Consistorio, anunció el 11 de febrero como la fecha de la canonización.

La figura de Mama Antula

P.- ¿Cómo vivió María Antonia su consagración laical? ¿Cuáles han sido las características más preponderantes que Ud. rescata de la figura de esta santa?

R.- Los primeros años, María Antonia vivió su consagración laical en Santiago del Estero, su ciudad natal. Lo vivió como cualquier otra beata de la Compañía de Jesús: eran mujeres con voto de virginidad que acompañaban la misión evangelizadora a los padres jesuitas. Seguramente emprendió este camino muy enamorada de su Señor, con mucha fe. Cuando los padres jesuitas fueron expulsados, ella quedó con este dolor en el alma, lo que la motivó a seguir rezando y a hacer un camino de discernimiento, sintiera que el Señor la llamaba a preservar este tesoro para la Iglesia, que eran los ejercicios espirituales de San Ignacio. Como ella pertenecía a una familia que tenían funciones en la administración pública, y eran muy conocidos, no tuvo dificultad que el obispo de su provincia y las autoridades civiles le autorizaran la predicación de los ejercicios espirituales. Ella, con otras dos beatas, una persona de servicio, llevando todas las cosas en un carrito, salieron de Santiago, fue recorriendo distintas localidades, siempre caminando, a pie, el norte argentino: Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca, La Rioja, y después llegó a la ciudad de Córdoba, donde permaneció cinco años. Donde llegaba, organizaban todo con el párroco o algún religioso. Ellos predicaban los ejercicios, y María Antonia tenía a su cargo la organización: el lugar, lo que le servían a los ejercitantes y todos los servicios que se necesitan de logística para que los ejercitantes puedan, con serenidad, dedicarse a la oración y a la meditación. Aparte, María Antonia -cuando los padres estaban en Santiago- ella se dedicaba a la catequesis y a los niños quechua. Por eso, Antula, que significa Antonia en quechua. Y mama era la expresión que usaban los quechuas para referirse a una madre. Era una mujer que sobresalía en la comunidad.

Después de cinco años, María Antonia sigue a su camino. Siente que el Señor la llama a ir a Buenos Aires. Allí, en un primer momento, las autoridades civiles y religiosas la miraban extrañados por lo que quería que fuera autorizado. Pero, viendo su manera de ser, su fe, su existencia, la autorizan. Comenzó, entonces, a organizar ejercicios en casas alquiladas. Se da cuenta que necesitaba una casa estable, y con la ayuda de la familia de algunos de los próceres de la Primera Junta de Gobierno, consiguen las autorizaciones, empieza a construir la casa. Cuando ella fallece, prácticamente la casa ya estaba terminada y empieza a funcionar después de su fallecimiento.

El único edificio privado que permanece en pie de la época colonial es la Casa de Ejercicio, desde su fundación hasta hoy, continuando siempre con su función. Eso también es un gran don.

P.- Ud. tuvo en sus manos el proceso de canonización del cura Brochero. Dos figuras increíbles para la Iglesia y la sociedad argentina. ¿Qué puede rescatar de estas dos historias con tantas similitudes?

R.- Cuando el cura Brochero quiso construir la Casa para Ejercicios Espirituales, que construyó con la ayuda de todo el pueblo de Villa del Tránsito (hoy Villa Cura Brochero), fue a vivir un período en la Santa Casa para aprender cómo se manejaba esta Casa, qué y cómo había que hacer en la cotidianeidad, lo que significaba e implicaba la atención de tantas personas. Aprendió todo, vio toda la documentación y las indicaciones que habían quedado. Cuando volvió a Villa del Tránsito, empezó a construir la Casa de Ejercicios y se dedicó a esa gran obra en las sierras cordobesas. Villa Cura Brochero es una obra hija de la Santa Casa. El cura Brochero hizo en el siglo XIX lo que la madre hizo en el siglo XVIII. Son dos evangelizadores: una mujer seglar y un sacerdote diocesano, cuyo instrumento de evangelización son los ejercicios espirituales de San Ignacio. Han hecho una gran obra y de consolidación de una comunidad que vive en la fe.

“Sinodal e inclusiva”

P.- Conociendo tan de cerca la vida de la Santa ¿cuál es el legado que Mama Antula deja a esta Iglesia sinodal e inclusiva, impulsada por el papa Francisco?

R.- Mama Antula nos deja como legado una iglesia sinodal. Una mujer laica, virgen, con este aspecto de laicidad femenino que sale, que marca una iglesia en salida y que recorre, y por donde pasa, siempre entusiasma a todos a organizar y vivir los ejercicios. Esta es la Iglesia que nos da: la idea de una iglesia sinodal, en marcha para organizar una actividad específica de evangelización.

Sinodal porque través de sus cartas se nota como ella iba preparando, presentando, y consultando a todos (sacerdotes, obispos, a las beatas), más allá de algunas dificultades que se iban presentando. Ella vivía sinodalmente, era su estilo de vida ya en el siglo XVIII. En Buenos Aires cuando organizaba los ejercicios participaban las señoras de la sociedad con la gente de su servicio doméstico. Dentro de los ejercicios eran todas iguales. No nos tenemos que olvidar que estamos hablando de un período en el cual todavía en Buenos Aires, como en todos los dominios de la corona española existía la esclavitud. Era una cosa impresionante.

P.- Finalizó el proceso y Mama Antula es Santa. ¿Qué pasa con usted que fue parte de un proceso que llega a su fin? ¿Cómo vive este desprendimiento?

R.- Es verdad que mi servicio eclesial de postuladora finaliza con la ceremonia de canonización. Hay sí un desprendimiento procesal, de actuación procesal. En cierta medida me desprendo con gozo: es la primera causa de beatificación y canonización iniciada en la Argentina. Para mí fue un honor haber podido llevar a los altares, primero la beatificación después la canonización, una causa que fue querida y que hizo tanto bien y que de un testimonio de santidad.

Después de que salió nítidamente a la luz tanta documentación y todo lo que hemos estudiado en estos 25 años que soy postuladora, podemos considerar a María Antonia madre espiritual de la Patria. Para mí es un gran honor haber podido dar mi granito de arena, pero también tuve la gracia inmensa, porque es un don de Dios y de su misericordia, concluir algo que iniciaron las generaciones que me precedieron. En las primeras décadas de esta causa, hasta los años 50, era la causa nacional; todo el país vibraba con esta causa.

Es una gracia inmensa, una alegría, porque hemos podido llegar a la ceremonia de canonización con ese don tan grande de que quien haya pronunciado la fórmula, el Papa Francisco, fue arzobispo de Buenos Aires y provincial de la Compañía de Jesús, en donde la madre realizó su misión, y dio tantos frutos su actuar que fue el instrumento del cual se valió el Señor para mostrar a toda la Iglesia que la Compañía de Jesús tenía que ser repristinada, más allá de algunos errores que hubieran podido cometer algunos jesuitas y que provocó la ira o los celos de otros. Todos los frutos espirituales de los ejercicios, ella los comunicaba por carta a los jesuitas que había conocido o que estaban residiendo en Roma, ellos lo traducían a todos los idiomas donde estaban los jesuitas en la diáspora. Esas cartas mantuvieron en alto la confianza en que iba a ser repristinada la compañía, y así lo hizo un Papa, 15 años después o 20 años después que falleció la madre.

Soy  devota de María Antonia de Paz y Figueroa, la siento muy cercana. Tenemos ciertos datos en la familia que tendríamos que confirmar bien desde el punto de vista documental, pero existe una conexión de mi familia con la de María Antonia. Así que ese vínculo me une; y en este momento tan especial de la historia argentina su canonización hace que tengamos una confianza en su intercesión materna delante de nuestro Señor. Ella, que quiso tanto en su época, iluminar a los gobernantes y al pueblo, pueda ahora también iluminarnos como pueblo para que juntos podamos construir la casa grande que es la patria.

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