Esther Pedraza y Almudena Díaz-Miguel: “Juan Pablo II era muy gatuno”

Esther Pedraza y Almudena Díaz-Miguel

La pasión que sienten por los gatos ha llevado a Esther Pedraza y Almudena Díaz-Miguel a investigar cientos de aventuras protagonizadas por mininos a lo largo de la historia que plasman en su nuevo libro, ‘Gatos. Los felinos que dominan el mundo’ (Arcopress), con dos ediciones en solo un mes como novedad editorial.



PREGUNTA.- Esther, ¿qué le ocurrió a Richelieu con su amada, por culpa de los felinos?

RESPUESTA.- El poderoso cardenal tuvo que elegir entre su amor a los gatos, que era mucho, o su amor a la reina Ana (la de los tres mosqueteros), alérgica a los felinos. Y eligió a sus gatos. Decía que cuando tenía algún malestar sus ronroneos y cercanía le hacían recuperarse de forma sorprendente.

Papas y mininos

P.- ¿Sabéis si algún papa ha sido gatuno?

R.- Esther: Hablamos en el libro de Miceto, el gato del papa León XII, nacido en el estudio del gran Rafael y que terminó siendo de Chateaubriand, quién le ensalzó en sus poemas. También se cuenta la historia del gato del papa Juan Pablo II, que le acompañó desde Polonia. Karol Wojtyla era muy gatuno y, de hecho, contamos que cuando iba a viajar a Roma a la muerte de Juan Pablo I paró a la comitiva cuando una mujer le pidió ayuda para recuperar a su gato, pues los vecinos se lo habían arrebatado. Por poco no llega a tiempo de coger el avión.

Almudena: Una leyenda cuenta que Noé, en el Arca, embarcó a todos los animales vivientes. Observó que los ratones se habían reproducido a un ritmo vertiginoso, poniendo en peligro la duración de las provisiones. Desesperado, rogó a Dios que le enviara los medios para solucionar este problema, quien le indicó que debía acariciar tres veces la cabeza del león. Al hacerlo, de sus fosas nasales surgió una pareja de gatos que, de inmediato, se pusieron manos a la obra.

Reencarnación en Tailandia

P.- Almudena, los tailandeses creen en la reencarnación a través de sus mininos…

R.- En este país, mayoritariamente budista en su variante Theravada, cuando alguien fallece se le entierra en una cripta donde también se introduce un gato vivo. Se deja un ventanuco para que el animal salga cuando crea conveniente. La creencia dice que, si esa persona ha alcanzado en vida el suficiente nivel de espiritualidad, su alma se unirá al cuerpo del gato para, a partir de ahí, habitar junto a él, recorriendo un sendero espiritual a través de la existencia del propio animal y seguir con su camino de aprendizaje. Cuando a su vez el animal muere, el alma humana estará en condiciones de pasar a un nivel superior pleno de luz. (…)

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