Más vida comunitaria, más Vida Religiosa

  • Con motivo de la Jornada Mundial para la Vida Consagrada que se celebra hoy, María Paz Martínez-Almeida (86 años) y Elena Díaz (33 años), religiosas de los Sagrados Corazones, comparten cómo es su vida en su comunidad de Sevilla
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Para bautizar a María Paz Martínez-Almeida, que nació en una Barcelona asediada por la Guerra Civil, un redentorista subió al domicilio familiar vestido de militar. Sin embargo, lo que iba a ocurrir en aquella casa nada tenía que ver con lo que ocurría fuera. “Mi padre me puso María de la Paz porque albergaba la esperanza de que la paz llegase pronto”, relata esta religiosa de los Sagrados Corazones que hoy, a sus 86 años, vive en Sevilla. La escucha atentamente Elena Díaz, quien, recién entrada en la treintena, es la religiosa más joven de su comunidad. “Qué bonito”, dice ella, mientras María Paz continúa su relato vocacional que nació de aquello que movió ese bautizo: “El amor infinito de Jesús y la Virgen que me inculcaron mis padres y que, más tarde, las hermanas en el colegio acabaron por enseñarme mucho más”.



Hay algo que las une además de su comunidad: que las dos descubrieron y afianzaron su vocación en el colegio. Y es que Elena, alumna de los Sagrados Corazones en Sevilla, reconoce que ahí fue donde, a través de las preguntas por el sentido, “me hicieron cuestionarme por Dios”. Además, reconoce que su vocación nace también junto a las personas sin hogar: “Estudié Trabajo Social porque sentía que era como mi vocación se concretaba”, por lo que, a partir de ahí dio el paso de dar su vida a “la gente que más sufre”.

A las historias de María Paz y de Elena las separan los años, pero las une su vocación. Son, así, ejemplo de esas generaciones que la CONFER llama a “cuidar” en su segundo desafío: “Cuidar a los religiosos según el momento de vida en que se encuentren”. Un planteamiento que lleva en su seno ese llamado que tantas veces hace el papa Francisco de establecer lazos entre las generaciones más jóvenes y más mayores, para que puedan nutrirse la una de la otra. Ahora, estas dos religiosas –aunque se conocían– llevan conviviendo desde septiembre. “A mí me ha gustado mucho de Elena que es una persona muy abierta y acogedora, además de una mujer que tiene muy claro lo que quiere”, asegura María Paz.

Cuidar al otro

“También otra cosa muy importante: que tiene paciencia con las que somos más mayores. Solo con mirarme, con su sonrisa, sus palabras, ella ya es un empuje si estoy un poco triste”. Elena, por su parte, recuerda que cuando entró a la congregación María Paz era la enfermera. “Recuerdo verla con esa vocación de cuidar al otro, aunque fuera para poner una tirita o estar pendiente de las pastillas”, relata. “Me acuerdo mucho del cariño con el que trataba a la gente, y, ahora que convivimos, estoy descubriendo otras facetas, como la entrega, porque no es una mujer que se autolímite, y lo da todo”.

Son, en definitiva, etapas vitales distintas que se encuentran en las comunidades, se entrelazan y se nutren entre ellas. “Cuando vienen las jóvenes nos dan otras perspectivas, porque han vivido cosas muy diferentes”, dice María Paz, “incluso a la hora de preparar las oraciones, porque te abren a hacer las cosas de otra forma”. “Eso es algo que hemos hablado muchas veces en la comunidad”, apunta Elena, “la necesidad de hacer las cosas de tal modo que nos despierten, que nos pongan en camino”. Además, para ella el ver y convivir con hermanas mayores le sirve como testigo de que “sí que se puede”. “En un mundo en el que la Vida Religiosa es cada vez más contracultural, en el que hay menos vocaciones… Verlas a ellas me hace darme cuenta de que esto tiene sentido, que cuando Dios llama nos agarra bien”, recalca.

La vocación siempre permanece

Eso sí, ambas están de acuerdo en que, a veces, la vocación puede quedar subsumida por la carga de trabajo a la que se enfrenta la Vida Religiosa. “Cada vez somos menos, pero nos cuesta desprendernos de muchas obras que siempre nos han acompañado”, señala Elena. “Queremos, con menos recursos, hacer lo mismo que siempre hemos hecho”, asevera. Y, si bien en su congregación “esto es algo que se contempla, y que solemos tener la lucidez de, llegado el momento, decir ‘cuidado’, ya que la vida en comunidad nos ayuda a estar pendientes unas de otras”, admite que es una realidad con la que hay que hacer algo “en la Vida Religiosa y en la Iglesia en general”.

A pesar de todo, ambas consideran que “la vocación siempre permanece”. “Dios va a seguir llamando, pero tenemos que buscar los modos de que la gente escuche esa llamada”, dice Elena. “Vivimos en una sociedad muy rápida, y la falta de silencio, de reflexión, de autoconocimiento… no ayudan a que la pregunta vocacional despierte”, señala. “Estamos viviendo momentos complicados, tanto a nivel social como religioso”, apunta María Paz. “Es cierto”, dice Elena, que, ante esto, considera que “deberíamos sacudirnos el polvo de las sandalias”. Con esto se refiere a que “es necesario dejar atrás los modelos de lo que antes servía para cuidar la Vida Religiosa y que en el ahora de nuestro mundo y nuestra sociedad dejan de tener sentido”.

Vivir en confianza

Sin embargo, esto “no significa tirarlo todo por la borda, y aquí es importante esa relación intergeneracional, porque, para mí, ellas me recuerdan lo que es importante”. Asimismo, Elena considera que “tenemos el reto de preservar lo que la Vida Religiosa es, su sentido, sin que eso signifique endiosar unas formas concretas que han servido hasta ahora pero que ya piden cambios. Esto se traduce en comunidades más abiertas, más flexibles, enfocadas hacia la misión, en las que podamos vivir en confianza. Una Vida religiosa donde haya diálogo donde podamos compartir desde lo profundo eso que nos une, que es el Evangelio”. María Paz, por su parte, reconoce que cada día “le pido al Señor que me haga más como Él: que sepa amar como Él ama, acoger como Él acoge, entender cómo Él entiende”.

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