Yasin Kanza, el yihadista que tomó el nombre de Dios en vano

El joven radical que asesinó a un sacristán e hirió a un sacerdote en un ataque en Algeciras no tenía apenas contacto con la comunidad musulmana local

Poco a poco la investigación va desvelando algunos datos sobre Yasin Kanza, el joven de 25 años de origen marroquí detenido por el asesinato del sacristán Diego Valencia y el ataque a dos iglesias en la localidad gaditana de Algeciras. Más allá de su situación legal –estaba pendiente de expulsión por encontrarse en situación irregular según las normas comunitarias–, la vida de Kanza era discreta ya que ni se relacionaba con la comunidad musulmana local y no llamaba la atención a simple vista. Había nacido en Ued el Marsa, un pequeño pueblo costero ubicado a 6 kilómetros de la frontera con Ceuta y lleva viviendo en Algeciras desde junio.



Medicación específica

El ahora detenido vivía junto a tres compatriotas marroquíes en una antigua casa de vecinos ocupada en la calle Ruiz Tagle, no muy lejos de los templos en los que irrumpió el 25 de enero armado con un machete. La casi ruinosa vivienda cuenta con una cocina con salón y dos viviendas con colchones en el suelo. Como mobiliario solo algunas sillas en las que se cumula la ropa y una mesa. También han destacado que en el piso había apenas unas barras de pan y gran cantidad de fármacos muy específicos de los recetados para enfermedades neurológicas, lo que hace que cobre fuerza la hipótesis de que el agresor sufrió un posible brote psicótico.

En esa casa guardaba el machete de grandes dimensiones que llevó a las iglesias de San Isidro y de La Palma. Por la ubicación de la casa se sabe que conocía los horarios de las celebraciones litúrgicas y algunos de los fieles de estas comunidades pasaban por la calle en la vivía Kanza, de quien cuentan que pasaba muy desapercibido –aunque en el barrio no abunda la presencia musulmana, quitando lugares como el piso ocupado que acogía inmigrantes de paso desde hacía cuatro años– ya que era de talante silencioso, reservado y tímido. Había llegado en moto de agua desde Marruecos tras ser expulsado de Gibraltar en el verano de 2019.

Sin pasar por la mezquita

Como los demás moradores de la ‘casa patera’ apenas hacía ruido –solo se ha registrado un incidente por ruido durante una fiesta islámica– y la población no tenía mucho contacto para evitar problemas. La policía apenas detectó que tenía hacia ellos una actitud un tanto “esquiva”. Cuentan que hablaba muy poco español, que de dinero no andaba bien y que apenas compraba en la zona latas de conserva de vez en cuando.

Era difícil verle en el barrio de la Caridad, donde se concentra la mayoría de la población musulmana y se encuentra la mezquita principal de Algeciras, aunque el imán ha confirmado que en una ocasión acudió al templo. Ahora bien, no se puede desechar la radicalización del joven a juzgar por sus redes sociales, las consignas religiosas coreadas durante el ataque o el hecho de que tras el asesinato del sacristán se pusiese de rodillas a rezar en alta voz mirando hacia el puerto. La radicalización parece haberse producido a través de internet, una especie de ‘autoadoctrinamiento’ que quiso clamar en forma de precipitado mensaje al increpar a los fieles recriminándoles que no siguieran el Islam como única religión verdadera. “La auténtica fe es Alá”, dicen algunos testigos que repetía insistentemente. Fanatismo y psicosis, si es que no son caras de la misma moneda, están ahora sobre la mesa de los investigadores.

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