Francisco encomienda a María al “querido Papa emérito Benedicto XVI” en la misa de año nuevo

Tras la muerte, este 31 de diciembre, de Benedicto XVI continúan las celebraciones propias de este tiempo litúrgico hasta el funeral del Papa emérito el próximo jueves. El 1 de enero, en el calendario litúrgico, se celebra la solemnidad de santa María, Madre de Dios. El papa Francisco ha presidido en la Basílica de San Pedro la eucaristía de esta celebración, en la que también se ha establecido, desde hace 56 años, la Jornada Mundial de la Paz, por lo que es habitual la presencia de un buen número de diplomáticos. En esta misma basílica se expondrá el cuerpo del pontífice emérito para que sea velado por los fieles a partir de las 9 de la mañana de este lunes, 2 de enero. Y a María ha encomendado en este momento de paso a la Casa del Padre al “querido papa emérito Benedicto XVI”. Todos los presentes se han unido también a la plegaria por él en la última de las intenciones de la oración de fieles.



Un año de esperanza

En su homilía, el pontífice destacó que el título de Santa Madre de Dios es “un dato esencial de la fe, pero sobre todo de una noticia bellísima: Dios tiene una Madre y de ese modo se ha vinculado para siempre con nuestra humanidad, como un hijo con su madre, hasta el punto de que nuestra humanidad es su humanidad. Es una verdad tan impresionante y consoladora”, algo que, añadió el Papa, reconieron los concilios desde Éfeso al Vaticano II. “Esto es lo que Dios hizo al nacer de María: mostró su amor concreto por nuestra humanidad, abrazándola de forma real y plena”, destacó. Para Francisco, “Dios no nos ama de palabra, sino con hechos; no lo hace “desde lo alto”, de lejos, sino “de cerca”, desde el interior de nuestra carne, porque en María el Verbo se hizo carne, porque en el pecho de Cristo sigue latiendo un corazón de carne, que palpita por cada uno de nosotros”.

El título de la fiesta de hoy, subrayó el Papa también forma parte de la oración tan popular del Avemaría, por ello “esta invocación muchas veces marcó el ritmo de nuestras jornadas y permitió a Dios acercarse, por medio de María, a nuestras vidas y a nuestra historia”. Y, prosiguió, “a esta invocación, la Madre de Dios siempre responde, escucha nuestras peticiones, nos bendice con su Hijo entre los brazos, nos trae la ternura de Dios hecho carne. Nos da, en una palabra, esperanza. Y nosotros, al inicio de este año, necesitamos esperanza, como la tierra necesita la lluvia”.

Reina de la paz

Al inicio del año nuevo Francisco pidió “de modo especial por los hijos que sufren y ya no tienen fuerzas para rezar, por tantos hermanos y hermanas afectados por la guerra en muchas partes de mundo, que viven estos días de fiesta en la oscuridad y a la intemperie, en la miseria y con miedo, sumergidos en la violencia y en la indiferencia”. “Por tantos que no tienen paz, aclamemos a María, la mujer que ha traído al mundo al Príncipe de la paz” y que es la Reina de la paz, a la que invitó a rezar, “a través de las manos de una Madre, la paz de Dios quiere entrar en nuestras casas, en nuestros corazones, en nuestro mundo”.

Contemplando a los pastores de Belén, comentó el Papa a partir del evangelio del día, destacó que “fueron precisamente ellos, y no los sabios ni mucho menos los poderosos, los que reconocieron en primer lugar al Dios cercano, al Dios que llegó pobre y ama estar con los pobres”. Unos pastores que “fueron rápidamente, porque ante las cosas importantes es necesario reaccionar con prontitud, no posponerlas” porque “para acoger a Dios y su paz no podemos quedarnos inmóviles y cómodos esperando a que las cosas mejoren. Hay que levantarse, aprovechar las oportunidades que nos da la gracia, ir, arriesgar”. Y es que, denunció Bergoglio, “muchos, en la Iglesia y en la sociedad, esperan el bien que tú y sólo tú puedes hacer, esperan tu servicio. Y ante la pereza que anestesia y la indiferencia que paraliza, ante el riesgo de limitarnos a quedarnos sentados delante de una pantalla, con las manos sobre un teclado, los pastores hoy nos estimulan a ir, a movernos por lo que sucede en el mundo, a ensuciarnos las manos para hacer el bien, a renunciar a tantos hábitos y comodidades para abrirnos a las novedades de Dios, que se encuentran en la humildad del servicio, en la valentía de hacernos cargo”.

“Es importante ver, abrazar con la mirada, quedarse, como los pastores, delante del Niño que está en brazos de la Madre. Sin decir nada, sin preguntar nada, sin hacer nada. Mirar en silencio, adorar, acoger con los ojos la ternura consoladora del Dios hecho hombre; de María, Madre suya y nuestra”, destacó también Francisco. Por ello recomendó: “tomémonos tiempo para ver, es decir, para abrir los ojos y mantenerlos abiertos ante lo que es verdaderamente importante: Dios y los demás” porque, advirtió, “cuántas veces, por las prisas, no tenemos ni siquiera tiempo para pasar un minuto en compañía del Señor, para escuchar su Palabra, para rezar, para adorar, para alabar” o tampoco hay tiempo para escuchar a la esposa, al marido, para hablar con los hijos, para preguntarles cómo se sienten por dentro, no sólo cómo van los estudios y la salud. Y cuánto bien nos hace escuchar a los ancianos, al abuelo y a la abuela, para mirar la profundidad de la vida y redescubrir las raíces. Preguntémonos entonces si somos capaces de ver a quienes viven a nuestro lado, a quienes viven en nuestro condominio, a quienes encontramos cada día por las calles. “Redescubramos, en el impulso de ir y en el asombro de ver, los secretos para hacer este año verdaderamente nuevo”, concluyó.

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