Michael Moore: “Pedro-poeta encontró en el verso-sin-verso su desahogo y nuestro consuelo”

  • A dos años del fallecimiento de Casaldáliga, el religioso franciscano destaca la entrega de Don Pedro en su tiempo, y con la historia y la misión
  • Para este adviento recuerda el compromiso de Dios con la historia, su solidaridad y cercanía

Michael Patrick Moore es religioso franciscano, licenciado en Filosofía por la Universidad del Salvador de Buenos Aires y doctor en Teología por la Pontifica Universidad Gregoriana, con especialización en Teología fundamental. Actualmente, es profesor titular de Teología en la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Córdoba. Asimismo, se desempeña como profesor invitado en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (El Salvador), y en la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Bolivia.



Es asesor teológico de la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR-ETAP); miembro de la comisión directiva de la Sociedad Argentina de Teología e investigador externo en la Universidad Católica de Salta. Publicó tres libros y numerosas contribuciones en obras y revistas nacionales y extranjeras. Destacamos: ‘Pedro Casaldáliga: cuando la fe se hace poesía’, Buenos Aires-Barcelona, Editorial Claretiana 2021.

A principio de este año, Michael Moore estuvo a cargo del Curso ‘Teología y Literatura: la Teopoética de Pedro Casaldáliga’, realizado por la Facultad de Teología de la Universidad de Córdoba.

Vida Nueva lo entrevistó para conversar sobre el obispo Pedro Casaldáliga y actualizar su mensaje en este Adviento, a 2 años de su muerte.  Moore dijo “el Adviento que, litúrgicamente, alcanza plena significación desde la Navidad, nos recuerda el compromiso de Dios con la historia, su solidaridad y cercanía”.

PREGUNTA.- Como apasionado especialista en la vida y obra poética de Don Pedro Casaldáliga ¿podría delinear un esbozo de su multifacética figura? ¿Quién fue y quién es para nosotros hoy?

RESPUESTA.- Pedro Casaldáliga, para quien nunca oyó hablar de él –aunque lo dudo– fue un religioso claretiano catalán que llegó como misionero a la Amazonia brasilera (Matto Grosso) en 1968, y ya en 1971 –sin buscarlo ni quererlo– es nombrado obispo de São Félix do Araguaia, ministerio que asumirá hasta su renuncia en 2005. Permaneció allí, sin embargo, hasta su muerte, el 8 de agosto del 2020, los últimos días internado en São Paulo.

Más allá de estos “fríos” datos biográficos, a mí me gusta definirlo como una figura multifacética, donde se unen el poeta, el profeta y el pastor. Pero, sobre todo, desde sus mismas palabras, lo primero: “Yo pienso a veces que si yo soy algo es eso, poeta. Y que incluso como religioso y como sacerdote y como obispo, soy poeta”. Esto puede resultar un tanto extraño: que un obispo diga que, ante todo, es un poeta… y lo más importante, te diría, es que Don Pedro fue un verdadero santo –más allá de que algún día lo canonicen formalmente o no– es decir: un hombre totalmente entregado a Dios y al pueblo, sin confusión… ¡pero sin separación!

Las preferencias del Padre

P.- Estamos caminando el Adviento y esperamos un nuevo nacimiento, ¿qué decía Don Pedro sobre la Encarnación, de esta kénosis que no consistió simplemente en asumir la carne?

R.- Coherente con toda una línea de teología latinoamericana de la cual se nutrió y a la cual también contribuyó desde el logos poético, creo que su preocupación fue el subrayar las condiciones concretas de la encarnación. Porque Dios, en Jesús, no se hizo hombre “abstractamente” sino que tomó la carne de un judío marginal, pobre, itinerante, laico –no pertenecía a una familia sacerdotal–, poco formado en “teología”, ya que no pertenecía al grupo de los escribas ni de los levitas, por ejemplo; que nació y murió fuera de las murallas de Jerusalén, con todo lo que eso implicaba para el sentir del pueblo judío; etc. Es decir, nos recuerda que Dios se manifiesta y se une a todo el género humano y a toda la creación, pero lo hace desde un dónde concreto que, de alguna manera, evidencia las preferencias del Padre.

Hay un poema tan breve como “escandaloso” que resume bien lo que quiero decir: “En el vientre de María / Dios se hizo hombre. / Y en el taller de José / Dios se hizo también clase”. Sin duda, los dos primeros versos recuerdan lo “general” del misterio de la encarnación y no nos aporta novedad alguna; pero los dos últimos, resultan una sacudida a nuestra fe un tanto acostumbrada y desencarnada, porque nos recuerdan lo “concreto” de ese devenir del Misterio trascendente en la pequeñez de una carne vulnerable y pobre.

P.- ¿Qué era lo absoluto y lo relativo para este hombre asombroso y asombrado por la vida?

R.- Creo que Pedro Casaldáliga captó muy bien la esencia del evangelio, porque en cuestiones de fe no todo es igualmente importante… aunque todo sea revelado. El fijar la mirada en Jesús de Nazaret, el llamado Jesús histórico, le permitió concentrarse en aquello fundamental e innegociable que dio sentido a su vida… y lo llevó a la muerte. Él la llama la Causa –sí, con mayúscula– de Jesús, y es la Causa del Reino.

Podemos decir que su espiritualidad cristocéntrica lo lleva a una espiritualidad reinocéntrica. Parafraseando y concretizando una osada afirmación de Pablo VI –”Solo Dios y el reino son absolutos”–, Don Pedro dirá: “Solo Dios y el hambre son absolutos”. Todo lo demás, es relativo. Y aquí sería bueno que cada lector o lectora sacara las consecuencias de dicha afirmación y se preguntara, en su propia vida de fe, qué es lo absoluto y qué lo relativo…

Pedro y la poesía

P.- En el contexto de esta mirada teológica sobre la obra poética de Casaldáliga ¿Qué es la poesía para Don Pedro?

R.- Convendría recordar, en primer lugar, que para referirnos al Misterio último de la realidad, que llamamos Dios, existen múltiples lenguajes. Y que todos, en definitiva, son aproximativos, insuficientes, sesgados. Y dentro de esos abordajes, uno que no se suele tener muy en cuenta, es el que se realiza desde la poesía. Creo yo que es un lenguaje que hay que recuperar y revalorizar porque respeta muy bien la trascendencia del Misterio, sin intentar de-finirlo –ponerle límites–, se acerca oblicuamente a través de la metáfora y el símbolo. Para Don Pedro significó un modo de expresarse y, aún más, diría yo, un modo de vivir y de sobre-vivir en medio de tanto sufrimiento que lo rodeaba y golpeaba.

Decía: “Para mí la poesía es la palabra emocionada, la realidad intuida y expresada en una palabra emocionada (…) Yo creo que ha significado mucho en mi vida la poesía. Esa sensibilidad, esa intuición, una actitud de ternura, ante la naturaleza, ante las cosas todas, ante los hombres; delante del dolor, delante de la flaqueza, de la pequeñez, en las horas y en las circunstancias exultantes también. Entonces, creo que la poesía ha sido en mí mucho más que un hobby. Ha sido un constitutivo psicológico, que me ha expresado y por el cual he expresado mi fe e incluso mi ministerio”.

Poesía, acotaría yo, para cantar la belleza sin pretender disecarla y poesía para gritar tanto dolor sin banalizarlo. Pedro-poeta encontró en el verso-sin-verso su desahogo y nuestro consuelo. Y esto gracias al enorme poder constructor y deconstructor que él reconoce expresamente a la palabra: “Después de la sangre, la palabra es el «poder» mayor. Por ella uno se dice y dice el Universo, el Prójimo, el Pueblo, la Muerte, la Vida, Dios, cálidamente”.

P.- ¿Podría explicarnos porqué decía que su poesía ha sido siempre célibe?

R.- Porque su poesía nacía del amor de Dios que descubría en la vida y del amor a Dios que él profesaba con su vida celibataria: “Canté balbuceando a ese Dios que se apodera de tantos Jeremías y les hunde las brasas en la entraña y los contrata irreversiblemente para decir con muchas palabras y muchas mentiras la única Palabra”.

El celibato obligatorio está siendo hoy muy cuestionado; me gustaría decir que Casaldáliga lo vivió con muchísima libertad y coherencia, como don y también como lucha. Todo esto queda bellamente plasmado en un soneto titulado “Aviso previo a unos muchachos que aspiran a ser célibes”. La segunda estrofa, personalmente, me resulta muy conmovedora: “Sin lumbre en el hogar y el sueño mudo, / sin hijos las rodillas y la boca, / a veces sentiréis que el hielo os toca, / la soledad os besará a menudo”.

Retrata muy bien una de las notas más ambiguas de ese estilo de vida: la soledad. Soledad que no es sólo la ausencia del cariño de una mujer o de un hijo, sino también, muchas veces, la soledad que viene de la incomprensión y el menosprecio de los que caminan con uno ese mismo camino.

Los sueños de Pedro

P.- ¿Qué Iglesia soñaba Don Pedro?

R.- En un poema escrito a modo de confesión en voz alta, proclama: “Yo, pecador y obispo, me confieso / de soñar con la Iglesia / vestida solamente de Evangelio y sandalias, / de creer en la Iglesia, / a pesar de la Iglesia, algunas veces; / de creer en el Reino, en todo caso / -caminando en Iglesia-”.

Estos versos resumen muy bien algunas de las notas de la Iglesia por la cual y desde la cual se des-vivió: una Iglesia que deber ser transparencia del Reino, pobre para los pobres, alejada de todo signo de auto referencialidad. Creemos como y desde la comunidad eclesial, pero también, muchas veces, “a pesar” de la Iglesia. Varios decenios antes que el papa Francisco hablara de una “iglesia en salida” y “hospital de campaña”, el poeta del Araguaia lo vivía y –luego– lo proclamaba en su lejana diócesis de Sao Félix. “Deja la curia, Pedro…”, exhortaba a Juan Pablo II papa en un actualísimo poema.

Pedro de la Amazonia invitaba a Pedro de Roma a desinstalarse de tanto boato y estructuras ahogantes: “Vamos al Huerto de las bananeras, / revestidos de noche, a todo riesgo, /que allí el Maestro suda la sangre de los Pobres”.

“Pobres” se escribe con mayúsculas, igual que “Maestro”, porque ambas son palabras mayores, distinguibles pero no separables: el Cristo, en la línea de Mt 25, sigue encarnado, de un modo muy especial, en el dolor de los marginados: “Es hora de sudar con Su agonía, /es hora de beber el cáliz de los Pobres / y erguir la Cruz, desnuda de certezas”. Y, por último, me gustaría recordar unas palabras suyas que profundizan lo primero que dije, porque son actualísimas: “Para nosotros el último criterio no es la iglesia, sino el Reino. Nosotros no seguimos a un obispo, sino a Jesús. Sería herejía decir lo contrario. El último criterio es el Reino. Seguimos a Jesús y no al obispo ni al Papa, aunque ellos tengan una misión insustituible”.

Procesos de humanización

P.- En el año 2006, durante la recepción de un premio en Catalunya, él dijo que había que “humanizar la humanidad practicando la proximidad”. ¿Qué significado y valor tiene esa afirmación hoy?

R.- Pienso que esa frase sintetiza muy bien el proyecto jesuánico y, por extensión, el suyo también. Se trata de decir en un lenguaje más universal y compartible lo que la iglesia tradicionalmente llamó “santificación”, “cristificación”, “divinización”, etc. Es decir, apunta a señalar el sentido de la vida como un proceso de humanización donde el paradigma es, claramente, la Humanidad de Jesús. Ser plenamente humanos es el mejor modo para llegar a ser verdaderamente divinos. Pero no es una meta que se logra pensando sólo en uno mismo, porque nos humanizamos-humanizando, nos salvamos-salvando; y el modo más evangélico es “practicando la proximidad”, esto es: ejerciendo la misericordia, como queda bien definido en la parábola del buen samaritano.

La praxis de misericordia ante el dolor del caído pone en un segundo plano cualquier precepto cultual. Recordemos que en la parábola lucana sólo el samaritano queda justificado; las excusas piadosas del sacerdote y del levita, no son atendibles, según Jesús. Me parece que esta formulación que señala un camino hacia la plenitud, sigue siendo sumamente actual porque, en la mente de muchos creyentes, pareciera todavía que lo humano y lo divino son “planos” alternativos. Y lo que nos recuerda Don Pedro, entonces, es una verdad central del cristianismo: nosotros descubrimos lo divino en lo humano; más en concreto: en la humanidad frágil de un judío marginal se nos ha revelado de modo pleno el Dios Todoamoroso. Hay que desentrañar, decodificar el modo de ser hombre que tuvo Jesús para, siguiéndolo, también nosotros poder “llenarnos” de Dios.

Releer la historia

P.- ¿Porqué dice Ud. que todo poeta es un profeta?

R.- En realidad, esa es una afirmación del mismo Pedro, tomada de un diálogo con su hermano de vida religiosa T. Cabestrero: “Para mí, todo poeta es un profeta (…) Fíjate que todo poeta ausculta a su pueblo y lo traduce en grito, en clamor”. Esto habla de una poesía encarnada que nace del contacto directo con la realidad: “Piensa también / con los pies / sobre el camino / cansado / por tantos pies caminantes…”. Y, en este sentido, se acerca mucho a la vocación profética bien entendida, porque el profeta no es el que “adivina” el futuro, sino el que, leyendo el libro de la historia presente, lo que viene ocurriendo, intuye la voluntad de Dios, y luego anuncia y denuncia.

Si se me permite la ironía, Casaldáliga no escribe sonetos sobre el sexo de los ángeles, porque “la poesía es la respuesta sensibilizada a todo y a todos, en un encuentro que pulsa el alma y compromete las opciones. Mi práctica poética es “sobre la marcha”: viviendo, tocado por un momento fuerte, emocionado por un encuentro, a partir de una lectura, evocando, soñando el mañana, orando”. Creo que es un buen acicate para que repensemos cada uno de nosotros desde dónde, por qué y para qué pronunciamos palabras “en nombre de Dios” (cuando catequizamos, predicamos, profetizamos, etc.). El fundamento último de todo esto es profundamente teologal: la realidad de la encarnación nos interpela en la vocación profética que debe asumir todo bautizado: “Si el Verbo se hace carne verdadera/ no creo en la palabra que adultera. / Yo hago profesión de claridad”. La palabra poética y la palabra profética deben ser desenmascaradoras y sin ambigüedades.

Dios está viniendo

P.- A modo de mensaje final, ¿podría darnos una intuición sobre aquello que nos diría Don Pedro en este Adviento 2022?

R.- Imagino que sería algo en torno a un tema recurrente en su vida-vivida y en su vida-escrita, y que es central en este tiempo litúrgico: la esperanza. No me refiero al esperar a un Dios que ahora ad-viene… Dios no “viene”, no “vuelve” porque nunca se fue. Él es el siempre-discretamente-presente. Así lo afirma finalizando un breve poema titulado “Presencias”: “Y Dios persistentemente presente”. En todo caso, este tiempo es especial para “caer en la cuenta” –como diría mi amigo A. Torres Queiruga– de ese Dios que siempre está, creándonos, re-creándonos, sosteniéndonos y acompañándonos en nuestros caminos. O, si se quiere, un Dios que siempre está viniendo en cuanto siempre se nos está ofreciendo, pero no porque “vaya y vuelva”. No creo que nuestro Dios juegue a las escondidas. El problema es que quizá no lo busquemos donde debemos o no lo descifremos porque no responde a nuestras expectativas un tanto infantiles.

El Adviento que, litúrgicamente, alcanza plena significación desde la Navidad, nos recuerda el compromiso de Dios con la historia, su solidaridad y cercanía. En un verso de unos de los poemas marianos más bellos que he leído, titulado “Comadre del suburbio”, escribe Pedro:  “Vecina del pecado y la vergüenza,/ con el Verbo hecho carne que habita entre nosotros / tú has instalado a Dios en el suburbio humano”. Y creo que esta última afirmación es sumamente esperanzadora, es evangelio puro –Buena Noticia–, porque nos recuerda una verdad central del cristianismo que queda patentizada en la Encarnación-Navidad: Dios habita en los suburbios humanos… no sólo a nivel de márgenes geográficos o sociales, sino también individuales.

Es decir, nada de lo humano es ajeno a Dios; Él habita redimiendo nuestras zonas más oscuras, aquellas que nos dan vergüenza e impotencia y que ni nosotros mismos nos animamos a nombrar. El Adviento y la Navidad, creo que nos diría Don Pedro, nos recuerda que nada en la historia ha puesto límites a la cercanía del Dios-con-nosotros. Y, en todo caso, nos invita a “Saber esperar, sabiendo / al mismo tiempo forzar / las horas de aquella urgencia /que no permite esperar”.

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