Hoy se cumplen 104 años de la muerte de José Gras, quien bien pudo ser el patrón de los periodistas

  • El fundador de las Hijas de Cristo Rey propagó la fe hasta su muerte, el 7 de julio de 1918, a los 84 años
  • La reacción a la ‘Vida de Jesús’ (1863), donde Ernest Renan negaba la divinidad de Cristo, marcó su vida

José Gras, fundador de las Hijas de Cristo Rey

España siempre ha sido un granero de congregaciones religiosas. Y es que algunas de las principales en la Iglesia universal han sido alumbradas aquí por fundadores de la talla de Ignacio de Loyola, iniciador de la Compañía de Jesús, o Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, quienes pusieron en marcha la Orden de los Carmelitas Descalzos. Sin olvidar, en épocas más recientes, el empuje de obras laicales como el Opus Dei o el camino Neocatecumenal, alumbrados, respectivamente, por Josemaría Escrivá de Balaguer o Kiko Argüello.



Con todo, aunque a veces sea menos conocido, nuestro país vivió una época de esplendor en ese sentido en el siglo XIX y, concretamente, en el ámbito de la educación, con precursores como Pedro Poveda, impulsor de la Institución, Teresiana o quien hoy protagoniza este espacio: José Gras y Granollers, de cuya muerte en Granada hoy se cumplen 104 años y quien ha pasado a la Historia por fundar el Instituto de las Hijas de Cristo Rey.

En una familia de labradores

Nacido en Agramunt (Lérida) el 22 de enero de 1834, en el seno de una familia de agricultores pobres, curtió su cuerpo infantil trabajando en el campo y su alma quijotesca con un gran sueño: ser sacerdote. Era tan su pasión espiritual que, con solo 12 años y sin medios para llegar a Barcelona, recorrió a pie los 120 kilómetros desde su pueblo hasta la capital catalana y pidió entrar en su seminario.

Ya en esos años de adolescencia dio pie a otra de sus pasiones, la escritura, colaborando en varios diarios. Completada con éxito su formación (era un tenaz estudiante), el 20 de marzo de 1858, con 24 años, fue ordenado sacerdote en Barcelona.

José Gras

En diferentes ámbitos

En sus primeros años como presbítero, Gras se desempeñó en distintas misiones, desde la pedagógica (fue catedrático de Teología Dogmática en el Seminario de Tarragona) a la pastoral (como coadjutor de las parroquias de San José y Santos Justo y Pastor de Barcelona), siendo incluso preceptor personal de los hijos de algunas familias nobles. Pero, sobre todo, se volcó en su condición de periodista, escribiendo en numerosos periódicos de toda la geografía nacional.

En 1863 se dio un acontecimiento clave para él: la publicación, en 1863, de la ‘Vida de Jesús’, de Ernest Renan, en la que este negaba la divinidad de Cristo. Como reacción apasionada, escribió dos libros: ‘La Europa y su progreso. Ante la Iglesia y sus dogmas’ y ‘El paladín de Cristo, armado para las grandes batallas de la Iglesia militante’. Ambas obras, así como todas sus colaboraciones en prensa, tenían un fin esencial: “Encender en amor por Cristo los corazones”.

Un carisma propio

Ahí ya se percibía el carisma que marcaría su siguiente etapa vital, que se inició en 1866, cuando llegó a Granada como canónigo de la Abadía del Sacro Monte. Allí fundo dos grandes obras, la Academia y Corte de Cristo, donde lo religioso (a través de la adoración eucarística) y lo literario marcaban su identidad, y la revista ‘El Bien’, en la que él mismo, salvo en los primeros años, donde contaba con colaboradores, escribía todos los contenidos.

En ambas propuestas, como recoge la hermana María Fernanda Mendoza, hija de Cristo Rey, en su biografía del padre Gras ‘Un apóstol incansable’, el objetivo era transmitir que “Cristo es el Bien, individual, social, universal, inmenso, eterno e infinito”. Toda una ofrenda de amor en un tiempo marcado fuertemente por la increencia. De ahí su gran lema vital: “Cristo reina”.

Y llegó la congregación

Con todo, su gran legado llegó en 1876, cuando fundó el Instituto de la Hijas de Cristo Rey. Así, la congregación religiosa bebió, una década después, del mismo carisma que estuvo al principio en manos de muchos laicos ligados a su asociación (aunque también había sacerdotes y estaba el propio obispo de Granada), tras comprobar que el empuje apasionado que él tenía no conseguía ser continuado por los demás colaboradores, comprometidos también con sus tareas familiares.

Allí, desde el año siguiente, contó con la colaboración incuestionable de Inés de Jesús (su nombre civil era Isabel Gómez Rodríguez), primera superiora general del Instituto de Hijas de Cristo Rey, con solo 30 años. Natural de la localidad granadina de Albuñol, había estudiado Magisterio y, tras un breve paso por una comunidad de las Hermanitas de los Pobres, permaneció al frente de esta obra durante más de medio siglo, hasta su muerte, el 2 de mayo de 1930, con solo un paréntesis de seis años, entre 1899 y 1905.

Gran labor pedagógica

Entre José Gras e Inés de Jesús apuntalaron a las Hijas de Cristo Rey, que, a la muerte de la religiosa, contaban con 19 casas por toda España, entregadas sus comunidades a la enseñanza en las escuelas y colegios que ellas mismas fundaban, pero también en los orfanatos en los que estaban presentes.

Eso sí, en vida, el padre Gras jamás lo tuvo fácil y, en cada nueva obra, tuvo que luchar con todo su afán para que saliera adelante, encontrando casi siempre todo tipo de obstáculos. Además de que también cosechó aparentes fracasos, como cuando ideó la fundación de la Pía Unión de Periodistas Católicos y esta no pudo salir adelante por la falta de compromisos reales. Lo mismo le ocurría con su periódico ‘El Bien’, en el que escribía solo desde hacía más de 50 años por falta de colaboradores. Hasta el punto de que, cuando murió, el 7 de julio de 1918 en Granada, en su mesilla estaba su último escrito para el diario. Ese día murió el sacerdote y, con él, su querido periódico, que ya no volvió a publicarse.

José Gras, fundador de las Hijas de Cristo Rey

Con su borriquilla al Sacro Monte

La muerte le llegó con 84 años, pese a lo cual todos le recuerdan incansable. Tanto los que le veían bajar en borriquilla al Sacro Monte, a predicar entre los más desfavorecidos, como los que le escuchaban en prédicas que se acercaban a una hora de duración. Y, por supuesto, quienes le leían cada día en ‘El Bien’.

En sus últimos instantes de vida estuvo acompañado por varias religiosas de la comunidad, a las que bendijo “por las presentes, las ausentes y las futuras”. Cómo no, también estaba su gran colaboradora y principal continuadora de su legado: Inés de Jesús. Esta tenía una grave enfermedad en los ojos y los médicos le habían dicho que no podía llorar bajo riesgo de perder la vista. Dicen que no pudo evitarlo y lloró a borbotones.

Sus únicas posesiones

El padre Gras se fue tras un trabajo infatigable y dejando estos únicos enseres en su pequeña habitación que utilizaba como despacho: un sombrero, un paraguas, una bufanda y un abrigo. Todo negro. Con tal desnudez cerró los ojos para siempre quien bien pudo ser el patrón de los periodistas.

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