Alicia Vacas: “En Tierra Santa puedo ser familia con un rabino y unos beduinos”

Responsable de las Misioneras Combonianas para Oriente Medio y Asia, es uno de los rostros de la campaña contra el hambre de Manos Unidas

Alicia Vacas, misionera comboniana en Tierra Santa

Alicia Vacas, responsable de las Misioneras Combonianas para Oriente Medio y Asia, encarna perfectamente qué es la misión y cómo esta lleva a cruzar todas las barreras (incluso los muros) para abrazar a los últimos. Algo que pueden testimoniar los muchos a los que ha acompañado desde que llegó a Dubai hace 24 años. Tras un curso, pasó a Egipto, donde estuvo ocho años. ¿Sú última parada? Desde hace 15 años, en Israel, Palestina y Jordania.



Este miércoles 10, la religiosa ha sido una de las protagonistas de la presentación de la anual campaña contra el hambre de Manos Unidas, que esta edición tiene una llamada clara: “Contagia solidaridad para acabar con el hambre”. De un modo virtual, ha prestado su testimonio junto a Clara Pardo, presidenta de Manos Unidas, y Raquel Reynoso, presidenta de la Asociación Servicios Educativos Rurales en Lima (Perú). Un encuentro que ha posibilitado esta entrevista con Vida Nueva:

Una gran responsabilidad

PREGUNTA.- ¿Cómo vives la misión en un lugar que es el centro del cristianismo (y de las otras dos grandes religiones monoteístas) y, a la vez, un espacio marcado por uno de los conflictos políticos y religiosos más importantes de nuestro tiempo, aunque con unas raíces históricas que se remontan a siglos atrás?

RESPUESTA.- Soy muy afortunada, vivo la misión en un lugar fascinante. Tenemos el don enorme de vivir en la tierra del Señor, y eso es algo que se respira. A veces corremos el riesgo de distraernos y no caer en la cuenta de que la calle por la que pasas a diario tiene una carga espiritual y afectiva muy fuerte. Al mismo tiempo, sabemos que es un lugar que, a lo largo de la Historia, ha vivido situaciones muy difíciles. Especialmente, los últimos años han estado marcados por el conflicto, la sangre, el odio, la venganza… Todo ello conlleva una gran responsabilidad.

Al mismo tiempo, también es un don vivir junto a pueblos con culturas y tradiciones muy ricas, con una fe muy fuerte y vivida muy intensamente, tanto los judíos, en los que tenemos nuestras raíces, como los musulmanes. Esto también es una responsabilidad y una bendición, pues te abre mucho los ojos y el corazón, viviendo la propia fe con matices que de otra forma, cuando vivimos siempre entre nosotros, se nos escapan. En esta tierra, que ha visto la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo, se palpa cómo se están perpetuando y se siguen viviendo de una forma muy fuerte en la vida de estos pueblos.

P.- Misionera comboniana y enfermera, testimonias tu entrega a los demás acompañando a las comunidades beduinas en el desierto de Judea y acompañando a mujeres africanas que buscan asilo en Israel. ¿Puedes poner rostro y nombre a esas experiencias relatando alguna historia personal que te haya llegado especialmente al corazón?

R.- Son infinitas y van dejando un poso… Una que simboliza nuestra presencia aquí, en la que tratamos de ser un puente, es una familia beduina que tiene tres hijos enfermos con una dolencia genética muy grave. Estamos muy cerca de ellos, les acompañamos muchas veces al hospital y en todos los procedimientos burocráticos. Un día, al más enfermo de los tres, con solo nueve años, le tenían que amputar una pierna… Allí estábamos sus padres, un rabino muy comprometido en el apoyo a los beduinos y yo.

Pasamos unas horas muy malas en la sala de espera. Cuando salió el cirujano, llamó a ‘la familia’ y el padre nos llamó con él, emocionándome comprobar cómo para ellos somos su familia. El cirujano se quedó pasmado con la escena al ser un grupo muy variopinto: un rabino judío americano (rubio y con el pelo rizado), una monja católica y una pareja musulmana en la que ella llevaba el ‘niqab’ y solo se le veían los ojos y él lucía una gran barba… Tras insistir el cirujano en que solo hablaría con ‘la familia’, el padre, muy serio, le dijo: ‘Quien está conmigo mientras le amputan una pierna a mi hijo, esa es mi familia’. Esta historia me dice mucho de lo que significa el diálogo interreligioso y el poder trabajar juntos por los más pequeños, pobres y enfermos… Es lo que nos da la oportunidad de convertirnos en una familia.

Apoyo clave de Manos Unidas

P.- ¿Cómo es el apoyo que, desde hace tantos años, recibes de Manos Unidas? ¿En qué se plasma en tu acción diaria?

R.- Nos apoyan desde hace 12 años, desde que llegué a Jerusalén. Mi primer trabajo fue con los beduinos. Acababa de terminar la segunda Intifada y ellos eran el grupo social más desfavorecido y golpeado por la inestabilidad política, la ocupación y el levantamiento del muro. Empecé mi trabajo, precisamente, con un grupo de rabinos por los derechos humanos que les apoyaban. Desde el primer día en que ofrecimos nuestra ayuda a los beduinos, su petición siempre ha sido la misma: escuelas. No tienen carreteras, agua, electricidad, clínicas, trabajo… Pero tienen claro que lo que necesitan es educación para sus hijos.

Aunque soy enfermera, tuve que adaptarme y centrarme en ese ámbito al ser el que nos pedían. Y, desde el primer día, Manos Unidas nos apoyó en la creación de una serie de escuelas infantiles y guarderías en campamentos en pleno desierto. Empezamos con cuatro y hoy hay ya más de nueve, siendo ya varias decenas de mujeres beduinas sus propias profesoras de infantil, enfermeras o sanitarias. Contamos con muchos voluntarios internacionales y españoles que vienen a ayudarnos con los chavales a los campamentos.

Además de ese proyecto, Manos Unidas también nos ha acompañado desde el principio en otro muy importante para nosotras, de apoyo a mujeres inmigrantes en Tel Aviv. Venían auténticas oleadas por la Península del Sinaí, entre África e Israel. Y pudimos intervenir en casos muy graves, pues, paralelamente, creció una red de tráfico humano en la frontera y hubo muchas mujeres torturadas, abusadas y violadas. Además de llegar en una situación penosa, el Gobierno no las reconoce como refugiadas, quedando durante meses o años como solicitantes de asilo. Ante esta situación de vulnerabilidad al carecer de posibilidades de trabajar ni de solicitar prestaciones sociales de ningún tipo, creamos, junto a una serie de amigos y activistas, una asociación en la que pudimos atender a muchas mujeres, en su gran mayoría, eritreas. Con ellas impulsamos un taller de costura en el que ellas hacen cestas y todo tipo de artesanía típicamente africana.

De este modo, además de una formación laboral y un trabajo en el que les ayudamos a salir adelante con sus hijos, les prestamos un apoyo psicosocial. A día de hoy, es un proyecto muy bonito de integración y solidaridad que da esperanza a más de 300 mujeres cuya situación era desesperada. En él compartimos espacio mujeres africanas, israelíes, internacionales, las hermanas… Se ha creado una relación de familia en la que todos salimos enriquecidos.

Manos Unidas ha estado desde el principio con nosotras tanto en estos dos proyectos como en algunos otros, como las Clínicas de los Médicos por los Derechos Humanos en Israel y Palestina, o en el que tenemos desde hace tiempo en un hospital italiano en Kerak, al sur de Jordania, en la zona más desfavorecida del país. Este hospital es la única obra social de la Iglesia en una región donde apenas llegan el Estado y otras entidades. Es un lugar de referencia para los beduinos de Jordania y para muchísimos refugiados iraquíes y sirios. Manos Unidas nos ha ayudado a atender a quienes no tenían medios; también en plena pandemia, cuando sus necesidades han crecido aún más.

Retos más allá de la pandemia

P.- ¿Cuáles son los retos que se os presentan hoy a la hora de acompañar a personas vulnerables y a los que se ha añadido la lucha contra la pandemia?

R.- En el trabajo con los beduinos, aunque no sea políticamente correcto decirlo, el desafío principal es la ocupación. Acompañándoles, ves que su objetivo principal es la autonomía, la independencia. Necesitan que les eches una mano, pero quieren asumir responsabilidades e ir por su cuenta para vivir sus propios sueños. Pero, en una situación de opresión y ocupación como la que viven, esto no les está permitido… No pueden seguir con sus estudios, ni desarrollar su hogar, ni contar con agua o luz en sus casas, ni se les permite el acceso a las fuentes de agua para abrevar a sus animales. La ocupación les mantiene en una situación de perpetuo subdesarrollo, y eso es muy frustrante para ellos y para quienes les acompañamos.

Una situación similar es la de las mujeres al no poder ser consideradas como refugiadas. Esas trabas burocráticas limitan sus posibilidades de desarrollo y crecimiento.

P.- ¿Cómo te sueñas tras dentro de otros 20 años como misionera, en Israel o en otro lugar?

R.- No me veo como misionera por dónde estoy, sino por lo que soy… Por el don de poder compartir la ternura, la misericordia de Dios con las personas más desfavorecidas y que viven la pobreza, la opresión o la injusticia. Desgraciadamente, estas personas están en muchas partes. El Señor me ha dado la gracia de vivir en diferentes países y conocer a mucha gente. De cada uno de ellos he podido disfrutar de su presencia, lo que me ha abierto los ojos y el corazón y me ha llenado la vida.

Dentro de 20 años, es así como me veo, en Israel o en otro sitio, pero seguro que no faltará esta posibilidad de encuentro con el otro y de abrazar ahí al Dios de la vida.

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