Clara Pardo: “Cuando estemos inmunizados con la vacuna, les cerraremos las fronteras a los más pobres”

  • La presidenta de Manos Unidas ha presentado hoy en Madrid la anual campaña contra el hambre
  • La han acompañado Alicia Vacas, misionera comboniana en Tierra Santa, y Raquel Reynoso, defensora de los derechos humanos en Perú

Este miércoles 10 se acaba de presentar en Madrid la anual campaña contra el hambre de Manos Unidas, que esta edición, marcada inevitablemente por la pandemia, tiene una llamada clara: ‘Contagia solidaridad para acabar con el hambre’. De un modo virtual, junto a Clara Pardo, presidenta de Manos Unidas, han ofrecido su testimonio Raquel Reynoso, presidenta de la Asociación Servicios Educativos Rurales en Lima, solio local de la entidad eclesial en Perú, y Alicia Vacas, responsable de las Misioneras Combonianas para Oriente Medio y Asia y quien, tras pasar por Dubai y Egipto, lleva 15 años en Israel, Palestina y Jordania.



En su intervención, Clara Pardo ha señalado “cómo nos ha cambiado la vida en un año en el que se han dado la vuelta nuestras creencias y ha aflorado nuestra fragilidad”, siendo “conscientes de nuestra propia vulnerabilidad”. Sin embargo, como ha lamentado, de esta crisis no ha emergido una decisión de avanzar en la equidad: “Hoy, la aldea global está más dividida que nunca entre el norte rico y el sur pobre”.

La pandemia más vergonzosa

Como refleja el hecho de que “se hayan relegado al olvido otras emergencias que causan más estragos que la pandemia, como el hambre y la pobreza”. Con un tono apasionado, Pardo ha denunciado que “la desigualdad es la pandemia más vergonzosa. No hay vacuna que pueda con la indiferencia. El hambre mata más que el Covid, el sida y la mayoría enfermedades. Más de 800 millones de personas padecen hambre y esta situación está teniendo un impacto brutal, conllevando décadas de retroceso en los planes de desarrollo. Para muchos, la disyuntiva es morir de hambre o de Covid. Nunca debería ocurrir algo así…”.

Ante este inmenso reto, Manos Unidas “ha readaptado su acción para atender a los colectivos más desfavorecidos, ahogados por el confinamiento”. Lo ha hecho apoyando 133 proyectos de emergencia, la gran mayoría del total de los impulsados el año pasado, con una inversión de 4,6 millones de euros “en una crisis inesperada”. Algo que han conseguido en buena parte “gracias a la ayuda de socios y voluntarios, fieles a Manos Unidas en este momento; como muestra el hecho de que muchos han aumentado su contribución, conscientes de la urgencia”.

¿Vacunas para todos?

Respecto a las vacunas, Pardo ha recalcado que, “si no somos solidarios entre nosotros, ¿cómo vamos a serlo con los que menos tienen? Me temo que las promesas, una vez más, van a quedar en papel mojado… No hemos aprovechado la oportunidad de cambiar”. Y es que “solo las ONG se preocupan porque lleguen las vacunas” a países en los que su población padece de numerosas carencias, citando a Haití, R.D. Congo, Etiopía, R.D. Centroafricana, Sierra Leona, India o México. “Muchos millones de personas –ha zanjado con tristeza– no van a ser vacunados. Cuando en el mundo rico estemos inmunizados, nos olvidaremos de los más pobres y les cerraremos a cal y canto las fronteras”.

Alicia Vacas, misionera comboniana en Tierra Santa, ha señalado que “esta crisis global aquí se ha cebado con los colectivos más pobres y vulnerables, con las minorías no reconocidas ni protegidas por Estado: los palestinos de los territorios ocupados, los beduinos y los refugiados, en su mayoría, iraquíes, sirios, eritreos o sursudaneses”.

Se ha cebado con las mujeres

Una situación que ha golpeado especialmente a las mujeres: “En 2013, Israel levantó el muro para bloquear a los refugiados africanos que entraban por el Sinaí. Además, pusieron en marcha prácticas como las devoluciones en caliente, los ingresos en las cárceles y las deportaciones. Muchos se fueron a la fuerza, pero aquí quedaron atrás las mujeres, las más frágiles, en los barrios más pobres de Tel Aviv”.

Mujeres “rotas, con hijos, apostaron todo por un futuro y por dejar atrás guerras, dictaduras, corrupción, abusos… Pero se encontraron con mafias que en el desierto del Sinaí las abocaron a un infierno. Encerradas en barracones, fueron vendidas y sufrieron terribles abusos que transmitían en directo con el móvil a sus familias en busca de un rescate imposible”.

En un callejón sin salida

En esta situación llegaron a Israel, “donde se encontraron con que el Gobierno no las reconocía como refugiadas, quedando durante años como solicitantes de asilo. Ante esta vulnerabilidad, al carecer de posibilidades de trabajar ni de solicitar prestaciones sociales de ningún tipo, además de llevar en la mochila graves crisis personales y sociales, con todo tipo de cicatrices en el alma, nuestro primer objetivo era protegerlas y cuidarlas”.

Fue así como surgió Kuchinate (‘ganchillo’ en trigriño), conformada al principio por 20 mujeres y un grupo de voluntarios y que hoy integra a más de 300 mujeres, en su mayoría, eritreas: “Al principio rechazaban la terapia y no querían hablar de lo que habían sufrido. Una hermana comboniana de su país nos contó que, en su cultura, nadie hablaba con un psicólogo. En cambio, las mujeres abrían su alma en un ambiente de confianza, tejiendo y con un café… De este modo surgió la idea y creamos un taller en el que elaboran cestas y todo tipo de artesanía africana. Así, con la complicidad que daba compartir la labor del ganchillo, era como iban abriéndose y, además de la labor en formación y en un trabajo con el que sacar adelante a sus hijos, hemos podido darles un también necesario apoyo psico-social”.

Un hogar para todas

Con orgullo, Vacas destaca que Kuchinate es “un hogar para todas, un laboratorio de solidaridad que demuestra que hay alternativas a los populismos, las miopías nacionalistas y los discursos xenófobos. Aquí estamos mujeres africanas, israelíes, las hermanas de la congregación, asociaciones de todo tipo (entre ellas, desde el principio, Manos Unidas) y voluntarios de todo el mundo. Además, la asociación es un punto de referencia para artistas locales, que han hecho exposiciones con nosotros. Y ha salido incluso un libro que es referencia para todo aquel que quiera conocer las experiencias de las víctimas de trata”. Con todo, lo mejor es “la creatividad y pasión de las mujeres”. Algo que ha “contagiado” a muchos a ayudarlas. Como Manos Unidas, “que nos ha dado un apoyo total y ahora, con el confinamiento, hemos asistido a un tsunami solidaridad, impulsando incluso una plataforma de venta online a través de la web de Kuchinate, donde cualquiera pude contribuir a la causa”.

Respecto a la polémica por la vacuna, la comboniana destaca que “Israel cuida y protege mucho a sus ciudadanos… Quiere que todos sus habitantes estén inmunizados, pero esto no se extiende a los palestinos que no son ciudadanos israelíes o no viven en su demarcación, no llegando la vacuna a los territorios ocupados. Cuando es una responsabilidad atender a una población ocupada”.

Origen rural

Por su parte, Raquel Reynoso, defensora de derechos humanos en Perú, ha relatado que “siempre me influyó mucho mi origen. Nací en Cerro de Pasco, una ciudad minera del ámbito rural… De pequeña jugaba cogiendo pepitas de oro con mis amigas, pero, con los años, descubrí el terrible daño ambiental y la destrucción del territorio ocasionada por la minería. Además, fue en un tiempo en el que sufrí discriminación en la ciudad por mi origen rural y por ser mujer”.

Descartando toda rendición, “me involucré en muchas asociaciones y voluntariados”. Un compromiso mantenido hasta hoy, “cuando la pandemia nos ha mostrado que somos vulnerables y que, donde no hay agua potable o electricidad, es todo más duro. La gente tiene que elegir entre salir a vender cualquier cosa, pese al riesgo de contagio, o morir de hambre… Sin olvidar a las 69.000 víctimas del conflicto interno que sufre el país y que en Ayacucho ha concentrado el mayor número de desaparecidos y muertos”.

Violadas y esterilizadas

Una lacra que se ha cebado en las mujeres: “Hasta 270.000 han sido agredidas sexualmente. Muchas han padecido violencia y otras han sido esterilizadas contra su voluntad. Llevamos 20 años esperando justicia, pero no llega. Y todo en un ambiente de pobreza extrema, de desnutrición y en el que son los hombres los que centran la toma de decisión”.

Frente a ello, Reynoso, a través de todo tipo de entidades, promueve que “muchas mujeres luchen por su empoderamiento. Gracias a Manos Unidas, hemos conseguido el acceso al agua en varios proyectos. Es increíble ver el rostro de felicidad en tantos niños y mujeres al recibir agua de un grifo cerca de su casa… Para ellos es algo vital y transcendental. Desde ahí trabajamos el empoderamiento, en un trabajo muy duro también con los hombres, convenciéndoles de que vean los sueños y planes de desarrollo de las mujeres”.

Formación de las mujeres

Un reto en el que es clave “el trabajo en la formación de las mujeres, también en la labor de conocer sus derechos colectivos”. Algo que ejemplifica Encarnación Yamoca, “analfabeta, pero con muchas intuiciones y capacidad. Hasta el punto de que es presidenta y fiscal de su comunidad y negocia para conseguir agua potable para su gente”.

“Juntos –concluye–, en colaboración con las comunidades y con otras asociaciones, como Manos Unidas, van saliendo adelante proyectos de desarrollo como los huertos familiares que salvan un poco el hambre en plena crisis, pues la desigualdad aumenta cada vez más”.

Y es que es posible, no una utopía vana, lo que clama Manos Unidas: ‘Contagia solidaridad para acabar con el hambre’.

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