El futuro se abre paso en el desierto de Jericó

chica con bebé beduinos en el desierto de Jericó

Religiosas combonianas promueven la educación y la salud entre los beduinos

niños beduinos en el desierto de Jericó

MARIA NIEVES LEÓN | Suele ser el cuarto día de peregrinación. Venimos del Mar Muerto y subimos de Jericó a Jerusalén, como aquel hombre del que habla el Evangelio de Lucas, que atravesaba el desierto de Judea, pero en sentido inverso. Es un desierto árido, rocoso. Agreste. [El futuro se abre paso en el desierto de Jericó – Extracto]

Subimos 1.200 metros en 23 kilómetros. Y, cerca ya de Jerusalén, vemos dispersas en las distintas laderas unas tiendas de tela negras, bidones y algunos animales. Son los beduinos del desierto. Allí viven. Allí donde, según cuenta la parábola, asaltaron al hombre que bajaba a Jericó, le robaron, le apalearon y le dejaron medio muerto. Porque allí no encuentras a nadie. Con solo apartarse un poco de la carretera, tan solo ves, además de las tiendas, a las cabritas buscando un poco de hierba.

Es la zona C. Cisjordania tiene clasificado su territorio en tres zonas. La A depende totalmente de la Autoridad Nacional Palestina; la B, con control civil palestino y control militar israelí; y la C, totalmente controlada por Israel.

En esta zona no se puede construir, explica Alicia Vacas, misionera comboniana que acompaña desde hace años a estas comunidades del desierto de Judea. Los beduinos jahalin, que viven aquí, fueron expulsados en su día por el ejército israelí del desierto del Negev, sin tener adonde ir, por lo que acampan en esta zona sin tener derecho a atención sanitaria ni a educación.

No hay, no puede haber escuelas ni ambulatorios. Es una zona degradada, sin acceso al agua corriente, ni electricidad. En algunos casos, las infraestructuras que abastecen las colonias israelíes, que crecen inexorablemente en toda la región, cruzan los campamentos, ignorando la presencia y los derechos de los beduinos.

misionera comboniana Alicia Vacas trabaja con los beduinos en el desierto de Jericó

La misionera comboniana Alicia Vacas

Recientemente, se ha anunciado el desplazamiento forzoso de todos los beduinos de la zona C a los alrededores del basurero de Jerusalén Este, desafiando las protestas de los beduinos, de organizaciones de derechos humanos locales e internacionales y de ONG ecologistas.

Formar a las formadoras

Gracias a la imaginación de Vento di Terra, una ONG de arquitectos italianos, hace tres años que funciona una escuela primaria, “construida sin obras” tan solo con ruedas de coche viejas. Pero los niños llegan muy poco preparados y con frecuencia tienen problemas de rendimiento escolar.

Por este motivo, la comunidad de misioneras combonianas de Betania, gracias a la ayuda de Manos Unidas, ha organizado una red de centros preescolares, aprovechando las tiendas beduinas de los campamentos. El proyecto permite, además, preparar a jóvenes beduinas como maestras, con unos cursos intensivos de educación infantil.

Alicia es de Valladolid y, previo a este destino, ha estado ocho años en Egipto, por lo que puede comunicarse bien en árabe con los beduinos. También habla inglés, italiano y, seguramente, se adentra con destreza en el hebreo. “El día a día –relata– nos ve saltar de un campamento a otro y de un proyecto a otro, acompañando la clínica móvil que sigue los programas de salud primaria en los campamentos beduinos [activada gracias a la ONG italiana Kenda, en colaboración con el Ministerio Palestino de Sanidad], siguiendo las actividades de las escuelas y preescolares, cuidando la formación de grupos de jóvenes beduinas como maestras o agentes sanitarios… ¡No hay tiempo para la rutina y el aburrimiento! En los últimos meses, buscamos coordinarnos con las otras organizaciones que trabajan en la zona, para conseguir evitar el desplazamiento forzado de los campamentos beduinos”.

Una tarea en la que, explica la religiosa, cuentan con todos los que quieran ayudar: “La organización hebrea Rabinos por los Derechos Humanos llevaba años colaborando en el desarrollo y la protección de los jahalin. Su intervención había sido fundamental en los desplazamientos forzados de algunas familias a finales de los años noventa. Contacté con el rabino que trabajaba directamente en el campo, experto conocedor de los campamentos, y con él comenzó un trabajo de colaboración y amistad que se extiende a los otros miembros de la organización”.

Gracias a importantes contactos como este, reconoce Alicia, “ha sido posible adentrarnos en los poblados, ganar su confianza y contar con ellos para, aunque desde una instalación precaria, ofrecer a los niños y a las madres unos servicios mínimos para acompañarles y poder atender la guardería y la escuela. Cuatro aulas, construidas con neumáticos viejos rellenos de tierra y otro espacio de coordinación”.

escuela niños beduinos en el desierto de Jericó“Todo ello –sigue–cubierto por unos toldos que protegen del sol y de la escasa lluvia. Y están funcionando muy bien… si no fuera por la orden de demolición que desde el primer día pesa sobre la escuela, ¡y que puede reducirla a chatarra en cualquier momento!”.

La principal preocupación en este momento es el gran asentamiento de Ma’ale Adumín, que se extiende como un gigante coronando las montañas que rodean Jerusalén Este, y que amenaza con sus excavadoras día a día la pervivencia del poblado en la zona. En este momento hay un expediente de desalojo inminente.

Además de lo inhóspito del desierto, está el Muro, de más de 700 kilómetros, con el que Israel pretende cerrar el territorio de Cisjordania. Se levanta ocho metros hacia el cielo dividiendo zonas de población, impidiendo el acceso al trabajo y separando familias. Las propias misioneras han visto alterada su convivencia porque sus dos comunidades situadas en Betania, que pueden saludarse de ventana a ventana, tienen que recorrer 18 kilómetros para ir de una casa a otra a reunirse, rezar y programar… porque el Muro pasa por el medio.

Pero el trabajo de Alicia no termina ahí. Ella es enfermera y atiende también en Tel Aviv un proyecto en el que recogen a mujeres, en general eritreas y sudanesas, que vienen a través del desierto del Sinaí, y han pagado cantidades enormes para llegar a un lugar seguro. Muchas de ellas han sido víctimas de extorsiones y torturas, a merced de una auténtica red de tráfico de personas que controla la Península de Sinaí.

Maltratadas, exhaustas, después de meses de todo tipo de vejaciones y en muchos casos embarazadas como consecuencia de los abusos sufridos, llegan a la clínica de los Médicos por los Derechos Humanos en una situación de desespero. El trabajo con los refugiados y emigrantes que piden asilo se realiza en colaboración con una amplia red de organizaciones, en especial, con Médicos por los Derechos Humanos. Y, además, cuentan con una casa de acogida para madres en situación de emergencia con el Centro de Desarrollo de Refugiados Africanos. chica con bebé beduinos en el desierto de Jericó

La colaboración de forma más o menos directa se extiende a otras organizaciones como Hotline, Assaf, Amnistía Internacional o el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados, con los que intentan cubrir las necesidades más básicas: asistencia sanitaria, primera acogida, acompañamiento psicológico, estudio de la lengua y asistencia legal y jurídica.

“Nuestra atención fundamental –concluye la comboniana– consistirá en curar sus heridas, su cuerpo y su alma. Esto es, acogerlas, acompañarlas, rehabilitarlas y darles sentido para que puedan seguir viviendo y tener esperanza”.

En la tierra que sufre

Desde un punto de vista espiritual, Alicia Vacas destaca el “privilegio” y el “don” de que su acción se dé en Tierra Santa: “Nuestros pasos cotidianos pisan lugares con profundas resonancias bíblicas y espirituales: vivimos en Betania, la casa de Lázaro, Marta y María; trabajamos en la carretera que va de Jerusalén a Jericó, tras las huellas del buen samaritano… Cada momento de nuestra jornada nos recuerda la vida, la pasión y la resurrección de Cristo, justo en el paisaje que se extiende ante nuestros ojos”.

“Cada día –continúa– nos preguntamos cómo seguir encarnando la presencia de Cristo, viva y vivificadora, en esta tierra que sufre, quizá como ninguna otra, el odio, el miedo, la opresión y la violencia. A la sombra del Muro, que no solo divide nuestra comunidad, sino también la vida y la historia de los pueblos que amamos y con los que vivimos, sentimos resonar como un imperativo las palabras de la carta de san Pablo a los Efesios: ‘Cristo es nuestra paz, Él que de ambos pueblos hizo uno, derribando el muro de separación, aboliendo en su carne las enemistades, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre’”.

En el nº 2.804 de Vida Nueva.

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