Acólitas y lectoras en la práctica… y ahora también en la teoría

Rosa preside cada lunes la celebración de la palabra –con distribución de la comunión incluida– en su parroquia. No está en la Amazonía, no. Vive en el madrileño barrio de Vicálvaro. Este pasado lunes 11 de enero ha sido diferente, pero solo porque Madrid estaba bañada de nieve, y no porque el papa Francisco haya decretado, vía motu proprio, reformar los ministerios laicales para que las mujeres ejerzan el acolitado y el lectorado por derecho y no solo por hecho.



Jorge Mario Bergoglio ha cambiado el párrafo 1 del artículo 230, que reservaba estos ejercicios a los varones. “Los laicos que tengan la edad y las habilidades determinadas por decreto de la Conferencia Episcopal, pueden ser empleados permanentemente, mediante el rito litúrgico establecido, en los ministerios de lectores y acólitos”, reza el citado párrafo ahora. Según palabras del propio Papa, este cambio obedece a un “desarrollo doctrinal que se ha logrado en los últimos años”.

“Los ministerios laicos, basados en el sacramento del Bautismo, pueden confiarse a todos los fieles que sean idóneos, de sexo masculino o femenino”, señala el Pontífice recordando una vez más que todos los bautizados, hombres y mujeres, tienen la misma dignidad en la Iglesia, aunque la práctica parezca desmentirlo con más frecuencia de la debida.

Noes el camino

Rosa, de apellido Ruiz, acoge la noticia “con un sentido positivo, pero con cierta tristeza”. “¿Crees que en la parroquia entenderían algo si yo les dijera esto?, ¿qué te parece que sentirían al escucharla?, ¿de verdad crees que les parecería una noticia significativa? ¡No! Sería significativo que vinieran las máquinas quitanieves al barrio o que nos pusieran masivamente la vacuna del COVID”, afirma con rotundidad la misionera claretiana.

“Esta es la parte de alegría de la noticia y quiero acogerlo con un sentido constructivo. Si Francisco quiere expresar con la ley un cambio doctrinal y de mentalidad que hace mucho tiempo se da en la vida de la Iglesia, adelante. Ahora bien: ¿realmente es un paso adelante que para ser lector/a o acólito/a tengas que recibir un permiso especial e incluso un ritual propio? Ese no es el camino. Es decir, no se trata de clericalizar también a los laicos, hombres y mujeres, sino desclericalizar a la Iglesia, ampliar la mirada vocacional y ministerial”, argumenta.

Desde Colombia, Isabel Corpas reconoce que, “desde hace mucho tiempo, por lo menos desde el concilio Vaticano II, las mujeres han ejercido de facto el ministerio del acolitado y el lectorado”. “En la práctica no es un paso significativo. Ni siquiera es darle ‘contentillo’ a las mujeres que queremos ser reconocidas en la Iglesia en igualdad de condiciones”, agrega.

Carácter institucional

Por su parte, Cristina Inogés, autora de ‘No quiero ser sacerdote’ (PPC), se muestra positiva. “Una cosa es que las mujeres ejercieran de lectoras –más– y de acólitas –menos– y, otra, que tuviera carácter institucional. El hecho de que este cambio implique la reforma del Código de Derecho Canónico es ya de por sí importante”.

Eso sí, tiene una preocupación: “No se dice nada sobre el proceso para llegar a ser oficialmente lectoras y acólitas. Que va a ser con mandato del obispo es evidente, pero ¿cómo se elegirán? ¿Qué se exigirá para serlo? ¿Cómo se prepararán? ¿Quién las preparará? Siento un poco de miedo a que puedan ser elegidas las clericalizadas, o que se clericalice a las elegidas”.

Ianire Angulo Ordorika, religiosa esclava de la Santísima Eucaristía, tilda de “gran noticia” el decreto papal. “Es verdad que la práctica, en la mayoría de los casos, ya se estaba ejerciendo, pero el gesto tiene un valor simbólico importante. No solo se respalda una medida que, desde el sentido común y una adecuada comprensión de la igualdad esencial de todo bautizado, ya se estaba tomando, sino que también se elimina la reminiscencia del lectorado y acolitado al sacerdocio ministerial”, indica, al tiempo que señala que “repensar las repercusiones del sacerdocio común de los bautizados, la reflexión en torno al sacramento del orden sacerdotal, darle a los laicos, varones y mujeres, su lugar en la Iglesia y la lucha contra el clericalismo pasan por gestos tan aparentemente pequeños, pero de tanta repercusión”.

Alegría contenida

Alegría contenida es lo que mejor puede definir el sentir de Silvia Martínez Cano, presidenta de la Asociación de Teólogas Españolas. “Es un alivio que el Derecho Canónico reconozca una práctica que ya existe en el día a día, pues en nuestras comunidades no es ninguna novedad que la mujer esté en el altar. Pero la alegría va unida a otro sentimiento. Y es que es un cambio pequeño, aunque sustancial. No es solo una cuestión litúrgica, porque aunque afecta, lo que se encuentra por debajo es un reconocimiento a la igualdad entre hombres y mujeres”, explica. Para ella, “que las mujeres prediquen significa que se reconoce nuestra autoridad teológica y moral. Porque no se reconoce cuando se dice que solo lo puede hacer un varón”.

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