La Revuelta de Mujeres en la Iglesia exige “el acceso al diaconado y al presbiterado femenino”

  • La concentración reúne ante la catedral de La Almudena a cerca de 600 personas: “¡Basta ya! Nos han robado la palabra”
  • “No pararemos hasta eliminar el lenguaje patriarcal en las homilías y la moral sexual se preñe de ternura”, reclama el manifiesto final

Algunas participantes de la protesta, durante el gesto sobre las mujeres silenciadas/ATE

Cerca de 600 personas -según la organización- se han reunido esta mañana durante más de una hora en la explanada lateral de la catedral de la Almudena en Madrid respondiendo a la ‘Revuelta de mujeres en la Iglesia’ convocada por diversos colectivos eclesiales.



Al grito de “¡Basta ya!”, centralizaron las reivindicaciones lanzadas a través de un manifiesto leído por portavoces de las entidades convocantes. Entre las denuncias más aplaudidas durante la lectura del texto se encontraba la exigencia de “acceso al diaconado y al presbiterado femenino” y tener “voz y voto” en las estructuras eclesiales, la crítica por “la profunda discriminación”, “autoritarimo que percibimos a diario”, así como las “múltiples formas de injusticia e invisibilización”.

Reconocimiento de la diversidad

Además, presentaron la teología feminista “como motor de cambio”: “No pararemos hasta que se elimine el lenguaje patriarcal y sexista en las homilías, textos litúrgico y documentos”. En esta misma línea, también reclamaron en el manifiesto que “la moral sexual de la Iglesia se preñe de ternura y misericordia y se deje de culpabilizar a las mujeres”, además de exigir que se “reconozca la diversidad de familias, identidades y orientación sexual”.

Vista general de la Revuelta de Mujeres en la Iglesia de Madrid

Vista general de la Revuelta de Mujeres en la Iglesia de Madrid

La lectura de este documento fue el clímax del evento junto al gesto de ponerse y quitarse las pañoletas violetas que portaban algunos de los manifestantes como signo del silencio que son sometidas las mujeres cristianas. “Nos han robado la palabra, nos han robado nuestras raíces”, señaló Marifé Ramos, de Mujer y Teologías.

Entre danzas y oraciones

Con pancartas con el lema ‘Alcemos la voz’, en el evento se intercalaron lecturas del Evangelio, danzas, cantos y cuentacuentos. También algún momento de oración, entonando el que rebautizaron como “PadreMadrenuestr@”.  De la misma manera, se hizo memoria de aquellas mujeres en la Iglesia “transgresoras y silenciadas” según las convocantes, tales como María de Nazaret, María Magdalena, Teresa de Jesús, Mary Ward, Hildegarda de Bingen, Marguerite Porete, Josefina Bakhita, Clara de Asís, Edith Stein… Mientras, en las vallas del templo madrileño, algunos carteles como “Hasta que los hombres pongan flores y limpien las iglesias”.

Esta convocatoria no es excluyente pero buscamos con convicción una profunda reforma de la Iglesia desde la perspectiva de las mujeres”, expresó Pepa Monleón, de la Fundación Luz Casanova, que pidió a los asistentes que no se diera “ninguna consigna ni se exhibiera ningún signo ajeno a la revuelta, que no se limitara el acceso a la catedral”. Y así fue. En esta misma línea, enfatizó que se reunían a las puertas del templo “porque fuera nos sentimos las mujeres”.

Cambio de estructuras

“Las mujeres de la Iglesia estamos en un proceso imparable. Las estructuras no han cambiado, pero hemos cambiado nosotras”, entonó Pepa Torres, religiosa de las Apostólicas del Corazón de Jesús que lanzó algunas consignas respaldadas por los asistentes: “¡Nunca más!”; “¡Alcemos la voz!”, “¡Hasta que la igualdad sea costumbre!”, “¡Otras masculinidades!”, “¡Hombres y mujeres por una Iglesia de la paridad!”, “¡Esas beguinas!”… “¡Son gritos de guerra!”, apuntó Monleón a los concentrados en la Almudena, pero al segundo Torres matizó y corrigió: “¡Quieren ser gritos de paz!”.

Pepa Torres, en un momento de la concentración

Pepa Torres, en un momento de la concentración

Entre las participantes más jóvenes que guiaron el acto, se encontraba María Frechilla, que recordó cómo “Jesús inauguró una comunidad de iguales”, pero “las prácticas igualitarias de Jesús fueron domesticándose hacia un proceso de subalternidad y exclusión”, expresó con vehemencia.

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