Mi Navidad misionera en… Sierra Leona

El salesiano argentino Jorge Crisafulli, quien lleva más de dos décadas en distintos países de África, dirige desde hace unos años el Hogar Don Bosco Fambul, en Freetown (Sierra Leona), donde los religiosos atienden a niños y niñas huérfanos, víctimas de abusos o de la explotación sexual, siendo la protección de los más débiles la gran enseña de la comunidad.



Siendo su vida un alud de experiencias, no hay duda de que las que se ha echado en la mochila vital en este convulso 2020 jamás las olvidará: “Una Navidad más en África. Otra Navidad, pero esta vez única y diferente a todas las demás que he vivido. Esta será la Navidad del año de la pandemia”.

Han esquivado lo peor

Y eso que, afortunadamente, “en Sierra Leona, el Covid-19 no ha pegado tan duramente como en otras partes del mundo: desde el 31 de marzo hasta hoy hemos tenido 2.400 infectados y 74 muertos. No sé si es el calor y la humedad tropical que nos ayudan o simplemente porque nuestra población esta compuesta sobre todo de niños y jóvenes, más resistentes al coronavirus”.

Más allá de la pandemia, la Navidad siempre será especial en un hogar que se ha convertido en una gran familia: “La celebraremos todos juntos: los seis misioneros, las tres voluntarias, los trabajadores sociales y 170 niños y niñas de la calle que viven en nuestros nuevos refugios en el área rural de Freetown, la capital de Sierra Leona. Cantaremos villancicos, bailaremos alrededor del pesebre, escucharemos el relato de la Natividad y compartiremos la mesa en familia”.

Dios le hablará a los niños

Y, sobre todo, “contemplaremos a ese niño en el pesebre, niño hombre-Dios, Emanuel, ‘Dios con nosotros’, hecho vulnerabilidad en una noche oscura y fría de la historia de la humanidad. Y volverá a hablarles a los chicos de la calle, a las niñas traficadas y explotadas sexualmente, a las niñas abusadas, a los niños que no tienen familia, a los que nunca han ido a la escuela, a los que sufren en el silencio de su corazón su propia debilidad y vulnerabilidad”.

Y qué les dirá Dios a esos niños y niñas que tan mal lo han pasado: “No tengáis miedo”, “no es vuestra culpa”, “les traigo una gran noticia: aquí tenéis un plato de comida, una ropita para cubrir vuestra desnudez, agua para beber, libros y una escuela para estudiar, juguetes y un patio para jugar, un hogar donde puedan sentirse amados por lo que son”.

La mirada del Salvador

“Y cuando me arrodille –concluye con hondura Crisafulli– como misionero frente a la imagen del niño-Dios, su luz me hará ver cuan pequeño y vulnerable soy. Al mirar a cada niño y niña presente en nuestros hogares, descubriré la mirada enriquecedora de nuestro Salvador”.

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