Francisco reivindica en la Misa del Gallo que “el Hijo de Dios nació descartado para decirnos que toda persona descartada es un hijo de Dios”

Ante casi 200 fieles y en el altar de la Cátedra de la Basílica Vaticana, el papa Francisco ha presidido la eucaristía de Medianoche –la conocida como Misa del Gallo– de Navidad adelantada a las 19:30 h., debido al toque de queda establecido por las autoridades italianas para controlar la evolución de la pandemia del coronavirus. Una celebración concelabrada por unos pocos cardenales en la que se han mantenido ritos como el anuncio de la Navidad con el canto de la Calenda antes de la misa o la veneración del Niño Jesús tras quitar el Papa el paño que lo cubría. Se han mantenido otros ritos propios como las colocación del libro de ls Evangelios junto a la imagen de Jesús o el hecho de arrodillarse en el Credo cuando se proclama el misterio de la Encarnación.



De forma similar a cómo se ha hecho durante la Pascua en la celebración se han reducido las procesiones y limitado el número de lectores y ceremonieros, aunque el programa musical se ha mantenido similar a años anteriores por remarcar la solemnidad de la fiesta de Navidad. En esta ocasión no han participado niños en la procesión de ofrendas y la colocación del Niño en el belén de la Basílica y en el de la Plaza de San Pedro –cubierto hasta entonces con una tela roja– se ha realizado de forma discreta.

Amor de hijos

“A menudo se oye decir que la mayor alegría de la vida es el nacimiento de un hijo. Es algo extraordinario, que lo cambia todo, que pone en movimiento energías impensables y nos hace superar la fatiga, la incomodidad y las noches de insomnio, porque trae una felicidad indescriptible, ante la cual ya nada pesa”, comenzaba relatando el Papa en su homilía; destacando que “la Navidad es así: el nacimiento de Jesús es la novedad que cada año nos permite nacer interiormente de nuevo y encontrar en Él la fuerza para afrontar cada prueba”.

“Su nacimiento es para nosotros: para mí, para ti, para todos”, insistió Bergoglio poniendo el acento en la preposición “para” que aparece varias veces en las lecturas que la liturgia reserva para esta misa. “El Hijo de Dios, el bendito por naturaleza, viene a hacernos hijos bendecidos por gracia. Sí, Dios viene al mundo como hijo para hacernos hijos de Dios. ¡Qué regalo tan maravilloso!”, afirmó.

Ante las sombras que acechan a cada uno “Dios te dice: “Ten valor, yo estoy contigo”. No te lo dice con palabras, sino haciéndote hijo como tú y por ti, para recordarte cuál es el punto de partida para que empieces de nuevo: reconocerte como hijo de Dios, como hija de Dios”, añadió. “Este es el corazón indestructible de nuestra esperanza, el núcleo candente que sostiene la existencia: más allá de nuestras cualidades y de nuestros defectos, más fuerte que las heridas y los fracasos del pasado, que los miedos y la preocupación por el futuro, se encuentra esta verdad: somos hijos amados”, destacó el pontífice recordando que el de Dios “es amor gratuito, pura gracia”.

El secreto de Dios

Ante este don, Francisco recordó que a veces se da “la ingratitud del hombre hacia Dios y la injusticia hacia tantos de nuestros hermanos”. “¿Ha hecho bien el Señor en darnos tanto, hace bien en seguir confiando en nosotros? ¿No nos sobrevalora? Sí, nos sobrevalora, y lo hace porque nos ama hasta el extremo”, confirmó. “No es capaz de dejarnos de amar. Él es así, tan diferente a nosotros. Siempre nos ama, más de lo que nosotros mismos seríamos capaces de amarnos. Ese es su secreto para entrar en nuestros corazones”, reivindicó.

“Dios sabe que la única manera de salvarnos, de sanarnos interiormente, es amarnos. Sabe que nosotros mejoramos sólo aceptando su amor incansable, que no cambia, sino que nos cambia. Sólo el amor de Jesús transforma la vida, sana las heridas más profundas y nos libera de los círculos viciosos de la insatisfacción, de la ira y de la lamentación”, ratificó el Papa.

Misericordia transformadora

Para Francisco, la escena de la pobreza de Belén debe “hacernos entender hasta qué punto [Dios] ama nuestra condición humana: hasta el punto de tocar con su ‘amor concreto’ nuestra peor miseria”. “El Hijo de Dios nació descartado para decirnos que toda persona descartada es un hijo de Dios”, sentenció. “Vino al mundo como un niño viene al mundo, débil y frágil, para que podamos acoger nuestras fragilidades con ternura. Y para descubrir algo importante: como en Belén, también con nosotros Dios quiere hacer grandes cosas a través de nuestra pobreza. Puso toda nuestra salvación en el pesebre de un establo y no tiene miedo a nuestra pobreza. ¡Dejemos que su misericordia transforme nuestras miserias!”, clamó.

Un pesebre lleno de amor

“Este signo, el Niño en el pesebre, es también para nosotros, para guiarnos en la vida”, subrayó también. “Dios está en un pesebre, recordándonos que lo necesitamos para vivir, como el pan para comer. Necesitamos dejarnos atravesar por su amor ‘gratuito’, incansable, concreto”, exhortó. “Cuántas veces en cambio, hambrientos de entretenimiento, éxito y mundanidad, alimentamos nuestras vidas con comidas que no sacian y dejan un vacío dentro”, lamentó Francisco; “insaciables de poseer, nos lanzamos a tantos ‘pesebres de vanidad’, olvidando el pesebre de Belén”.

“Ese pesebre, pobre en todo y rico de amor, nos enseña que el alimento de la vida es dejarse amar por Dios y amar a los demás. Jesús nos da el ejemplo: Él, el Verbo de Dios, es un infante; no habla, pero da la vida. Nosotros, en cambio, hablamos mucho, pero a menudo somos ‘analfabetos de bondad’”, recalcó el Papa.

Servir a los pobres

“Un niño nos hace sentir amados, pero también nos enseña a amar. Dios nació niño para alentarnos a cuidar de los demás. Su llanto tierno nos hace comprender lo inútiles que son nuestros muchos caprichos. Su amor indefenso, que nos desarma, nos recuerda que el tiempo que tenemos no es para autocompadecernos, sino para consolar las lágrimas de los que sufren”, señaló Francisco en la última parte de su homilía.

Este ejemplo, para el pontífice, enseña que “Dios viene a habitar entre nosotros, pobre y necesitado, para decirnos que sirviendo a los pobres lo amaremos”. Por ello, el Papa concluyó implorando: “Eres tú Jesús, el Hijo que me hace hijo. Me amas como soy, no como yo me sueño. Al abrazarte, Niño del pesebre, abrazo de nuevo mi vida. Acogiéndote, Pan de vida, también yo quiero entregar mi vida. Tú que me salvas, enséñame a servir. Tú que no me dejas solo, ayúdame a consolar a tus hermanos, porque desde esta noche todos son mis hermanos”.

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