“En las Islas Marías aprendí a ver a Dios en el rostro del hermano”

  • Sacerdote legionario de Cristo explica cómo se acompaña a las personas privadas de su libertad en este penal federal que pronto se convertirá en centro de educación ambiental
  • Jóvenes universitarios católicos asisten en diferentes temporadas del año para impartir talleres de diversa índole

Este lunes el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, anunció un cambio histórico en el penal de las Islas Marías, de tal forma que pronto dejará de ser prisión para convertirse en el Centro de Educación Ambiental y Capacitación de Niños y Jóvenes “Muros de Agua-José Revueltas”.

Islas Marías es un penal federal que data de la época de Porfirio Díaz, 1905, y de acuerdo con el Presidente de México, “sobre esta prisión pesan historias de castigos, de tortura y de represión”.

Actualmente en esta prisión residen unos 600 presos de baja peligrosidad, de los cuales quedarían libres alrededor 200, mientras que el resto serían reubicado en prisiones cercanas a sus domicilios.

Una Iglesia en salida

Durante años, la Iglesia católica ha acompañado a quienes purgan su condena en este lugar que cobró fama tras la filmación en 1957 de la película “Las Islas Marías”, protagonizada por Pedro Infante, dirigida por Emilio ‘El Indio’ Fernández y fotografiada por Gabriel Figueroa.

Destaca el trabajo pastoral que hacía en esa prisión el “Padre Trampitas”, sacerdote jesuita que hizo amistad con el famoso asesino “El Sapo”, quien había llegado ahí desde Lecumberri, la gran cárcel de México. “El Sapo” vivió en ese lugar sus últimos días en una conversión total. Hoy en día tanto el “Padre Trampitas” como el asesino serial descansan juntos en el cementerio de la Isla.

Sobre la situación que actualmente se vive en el penal, el sacerdote Arturo Guerra, Legionario de Cristo, explicó que lleva más de seis años visitando la isla en diversas épocas del año junto con estudiantes de la Universidad Interamericana para el Desarrollo del Regnum Christi, con la finalidad de impartir talleres de autoconocimiento personal, emprendimiento, artes, origami, espacios de reflexión, formación en la fe, oración personal, comunitaria, servicios religiosos, pero sobre todo, para escuchar y acompañar a los residentes.

Asegura el sacerdote que la idea que se tiene de este penal no tiene nada que ver con lo que es hoy en día, pues hay un programa de readaptación y la vida en familia se desarrolla en condiciones muy seguras y estables.

Acompañamiento en la isla

Para llegar a Islas Marías es necesario abordar un barco en que sale del puerto de Mazatlán y hace aproximadamente unas 10 horas de camino. Este complejo se conforma por la Isla Madre que es la de mayor superficie, le siguen las islas María Magdalena, María Cleofás y el islote de San Juanito.

Explica el padre Guerra que el año pasado él y los jóvenes trabajaron principalmente en tres zonas: la zona de mayor seguridad con un grupo de 12 personas privadas de su libertad; la zona donde los presos viven con su esposa y con sus hijos, donde realizaron actividades para los papás, mamás y niños, y en el campamento Bugambilias, en donde convivieron con un grupo de unas 20 personas privadas de su libertad.

“Cada día comíamos en la casa de una de las familias, con los niños organizamos actividades formativas y recreativas, y con el grupo de mayor seguridad, organizamos cascaritas de volibol”.

Estuve preso y me visitaste

Jesús Padilla, uno de los jóvenes universitarios, asegura que el hecho de visitar un Centro Federal de Readaptación Social (CEFERESO) causa temores e incertidumbres por las cosas que popularmente se dicen sobre las cárceles, pero la realidad es muy diferente a lo que muchos piensan.

“Para mí –dice– ha sido extraordinario, pues aprendí a ver a Dios en el rostro del hermano que está privado de su libertad. Algo impactante fue comprender a fondo y en carne propia lo que dice Jesús en el Evangelio: ‘Estuve preso y viniste a visitarme’”.

Este grupo de jóvenes de la Universidad Interamericana para el Desarrollo del Regnum Christi se suma cada año al trabajo de otros movimientos y Diócesis de México como una forma de contribuir a la reconstrucción del tejido social.

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