El Vaticano busca destino para Raúl Berzosa

Raúl Berzosa, en su despedida de la diócesis de Ciudad Rodrigo

A sus 62 años, Raúl Berzosa acaba de convertirse en el obispo emérito de Ciudad Rodrigo y en uno de los pastores más desaprovechados del Episcopado español tras aceptar el Papa, el pasado 16 de enero, la renuncia ‘simpliciter’, es decir, sin más argumentos y respetando la privacidad de las razones del prelado, que le presentó después de siete meses de “reflexión y renovación espiritual”.

Un período de retiro que le había concedido Francisco el pasado 15 de junio, en un sorpresivo anuncio que levantó mucho revuelo por lo inédito en la Iglesia en España, y del que regresó para despedirse de su diócesis el sábado 19 de enero, en una multitudinaria ceremonia en la catedral de la diócesis castellana. Tras permanecer lo imprescindible en lo que fue su casa durante los últimos siete años para embalar libros y objetos personales, según fuentes diocesanas, el obispo burgalés regresa por un tiempo indefinido a su retiro, a la espera de que le asignen un nuevo destino que puede ser al frente de otra diócesis, en España o en misiones, desempeñando algún servicio en la diplomacia vaticana o en alguna congregación romana.

“No podemos permitirnos perder a una persona como él”, señalan a Vida Nueva desde Roma, en donde el “caso Berzosa” –motivado por una serie de denuncias que hablaban de un “comportamiento inmoral” y malversación de los fondos diocesanos– ha sido seguido paso a paso por la Congregación para los Obispos, y por el Papa.

“Despídase con la cabeza alta”

Roma le investigó, aceleró una auditoría económica que había sido solicitada por el propio Berzosa dentro del programa de transparencia auspiciado por la Conferencia Episcopal Española, y no encontró nada. Y entonces llegó la noticia de la renuncia y de que se prolonga su situación de retiro. “Cuando Berzosa tomó la decisión de renunciar al gobierno pastoral –decisión que se precipitó por la renuncia que también pidió el hasta entonces administrador diocesano, Francisco Gil Hellín, por la enfermedad de un familiar–, le dijeron que podía volver a su diócesis y despedirse de ella con la cabeza muy alta”.

Pero no era ese el plan inicial. La idea era que tras un período de retiro hubiese regresado a la sede mirobrigense a principios de este año para permanecer en ella hasta finalizar el curso y entonces dar por finalizada su etapa en la diócesis más pequeña de España y buscarle otro destino. Pero algo adelanta los acontecimientos: los fieles se quedaron sin misa pontifical en la pasada Navidad. Ni el administrador apostólico ni el vicario general estaban en la diócesis, por diversas razones. Los laicos se alarmaron y sintieron que se les estaba abandonando. Y el malestar llegó a Roma, que adelanta todo el proceso, acepta las renuncias de Berzosa y Gil Hellín y nombra al emérito de Ávila, Jesús García Burillo, administrador apostólico con sede vacante.

José Manuel Vidriales, vicario de Pastoral de Ciudad Rodrigo, consultado por Vida Nueva, se refiere a “los chismorreos” que llegaron a Nunciatura y luego a la Santa Sede. “Que estaba deprimido, que tenía cáncer, que había perdido la fe, que había tenido un hijo con una de las mujeres que habían cuidado a su madre hasta su muerte y que, desde entonces, le cuidaban a él; que despilfarraba el dinero de la diócesis… ¡Si desde que llegó hay más dinero en el fondo diocesano! Se han levantado muchas falsedades. Ha tenido un trato limpio con estas mujeres, unas personas que pasaban por dificultades económicas. Y él, cuando le advertían que era objeto de la comidilla de algunos –me sobran los dedos de una mano para contarlos–, decía que, en conciencia, no podía abrir la puerta de su casa y darles una patada para echarlas fuera”.

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