Un Magisterio portador de vida

No ha cumplido un lustro el pontificado del papa Francisco y ya en él se puede constatar sabor de vida nueva para la Iglesia y vientos de creatividad profética que hacen que la humanidad recobre la credibilidad en el cayado de Pedro.

Su testimonio de vida, pobre y austera, su trabajo incansable por la paz y el ser sembrador de esperanza han aportado en tiempos tan duros y de tanta confusión un bálsamo que consuela y anima a seguir trabajando incansablemente por hacer de nuestro mundo, un mundo más justo, humano y fraterno. Algunos ya le identifican como el gran Reformador por toda la acción de reingeniería vital en el interior de la estructura vaticana que se ha irradiado a toda la vida eclesial. Ello ha implicado conversión, cambio y compromiso en personas y estamentos. Nueva manera de ser obispos y presbíteros: se trata de ser pastores y no funcionarios, de evangelizar con alegría, llevando en el hombro las ovejas. Proceso de revitalización y reestructuración donde la Iglesia pueblo de Dios viene a ocupar su papel protagónico, y la opción por los más débiles y desvalidos viene a ser el centro de irradiación cuando de servir se trata. Esta tarea no es fácil para los escribas y fariseos de la época, que sienten cómo sus vidas y lo que han construido alrededor del clericalismo, carrerismo y monopolio del poder se derrumba. El obispo de Roma ha sido directo en demostrar su honda preocupación por los pobres, la familia y los jóvenes, opción que se ha traducido en querer componer un mundo roto, siguiendo las directrices del Concilio Vaticano II, que nos llevó a volver el corazón al evangelio y a trabajar incansablemente a favor del reino de Dios.

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