La paz todavía se atraganta en República Centroafricana

familia de desplazados de República Centroafricana por el conflicto en el país

El ataque a una misión deja 18 muertos y se suma a los últimos episodios de violencia que sufre el país

familia de desplazados de República Centroafricana por el conflicto en el país

Los ataques de grupos armados impiden que los desplazados puedan volver a sus casas

JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ SOTO (BANGUI) | “Pánico generalizado… cuatro horas de apocalipsis”. Así describieron los padres capuchinos de Bocaranga (República Centroafricana) el ataque que sufrieron el 2 de febrero a manos de un grupo rebelde, que dejó 18 muertos, miles de desplazados y casi la mitad de la localidad destruida pasto de las llamas. La misión católica también fue saqueada por varios hombres armados. “Era el día de los religiosos, y el Señor nos lo hizo vivir de una forma muy especial, haciéndonos escuchar ‘el grito de Ramá’, como en la Biblia, de miles de personas escondidas en la selva, sin comida ni techo, ni medicamentos ni agua”, reza la crónica de ese día en el diario de la parroquia.

Mientras el cardenal de Bangui, Dieudonné Nzapalainga, y el presidente de la comunidad islámica en Centroáfrica, el imán Kobine Layama, ofrecían su testimonio de trabajo por la paz en Madrid, Granada y Barcelona, el conflicto en su país siguió adelante sin tregua. A pesar de que la crisis surgida a finales de 2012 –que dejó miles de muertos en enfrentamientos entre musulmanes de la Seleka y animistas y cristianos Anti-Balakas– pareció estabilizarse tras las elecciones de febrero de 2016, el país sigue sumido en un pozo de violencia atizado por once grupos armados de diverso pelaje.

Los que atacaron Bocaranga pertenecían al movimiento 3R (Retorno, Reclamación, Rehabilitación), formado por nómadas Peuls, de religión musulmana. El mismo día que atacaron Bocaranga, bandas armadas de Anti-Balakas (una nebulosa de grupos de autodefensa unidos por una agenda antimusulmana) lanzaron una contraofensiva y, desde entonces, matanzas y ataques se suceden en una extensa zona rural del noreste del país, cerca de la frontera con Chad.

Iglesias incendiadas

No fue el único suceso trágico de los últimos días. Tras unos tres meses de relativa calma en la capital, Bangui, el 7 de febrero, un intento de la Gendarmería de detener a un jefe de milicia apodado ‘Big Man’, que estaba detrás de varios ataques al barrio musulmán del Kilómetro Cinco, acabó con una batalla campal en una zona de mercado muy frecuentada, a la que siguieron acciones de represalia en barrios cercanos. Hubo siete muertos –entre ellos, el propio cabecilla y el pastor de la iglesia evangélica de Ramandji– y 27 heridos.

Tras la fallida operación, sus milicianos se vengaron incendiando dicho templo y la parroquia de San Matías, ocupada desde hacía varios meses por este grupo armado. ‘Big Man’ había impedido en dos ocasiones, en diciembre y enero, que el cardenal Nzapalainga entrara en el recinto parroquial, transformado durante la crisis en cementerio musulmán. El mismo grupo atacó también tres veces una iglesia bautista de un barrio donde numerosos desplazados estaban volviendo a sus hogares después de tres años viviendo en las proximidades del aeropuerto de M’Poko.

Otro de los focos de inseguridad es Bambari, en el centro del país, donde se acercan cada vez más varios grupos de la antigua coalición Seleka que buscan capturar al señor de la guerra Ali Darras. La fuerza de la ONU (conocida como MINUSCA) intervino el 11 de febrero para frenar el avance de la coalición que busca conquistar Bambari, pero no pudo impedir que los milicianos entraran en la ciudad de Ippy, próxima al feudo de Darras.

“A pesar de esta tragedia, seguimos creyendo que la paz es posible”, concluye una carta de las franciscanas de Bocaranga. “No sabemos lo que nos deparará el futuro, pero creemos que Dios está presente a pesar de su silencio”.

Publicado en el número 3.024 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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