¿Quién habla en nombre de la Tierra?

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El anuncio del cese al fuego bilateral entre las FARC y el Gobierno es, sin duda, un hito histórico, necesario y trascendental, pero ni es la paz querida ni la hecatombe del Estado.

Más bien es un acuerdo de paz para una guerra del siglo pasado que aún está en proceso para ponerse a tono con el Siglo XXI. Pese a que en agosto del 2012 las partes suscribieron un documento en el que explícitamente optaban por un “desarrollo económico con justicia social y en armonía con el medio ambiente”, como “garantía de paz y progreso”, la omisión posterior de asuntos ecológicos está implicando que este tipo de paz sea una declaración de guerra a la Madre Tierra.

Pues mientras el mundo discute la manera de hacerle frente al cambio climático y muchos analizan que el Acuerdo de París está incompleto y es insuficiente, nosotros celebramos un acuerdo antropocentrista y poco pertinente al hoy de la humanidad.

Por supuesto, que cesen los fusiles da oportunidad a escuchar el canto de las aves y el arado campesino que provee el sancocho en cada mesa cotidiana. Pero no podemos pasar de los ríos teñidos de petróleo a los ríos desaparecidos por la codicia criminal, ni de las minas antipersonales a las minas de tajo abierto que condenan personas a la muerte prematura. No es coherente un compromiso en la reducción de los gases de efecto invernadero si a la vez se es permisivo con las corporaciones transnacionales que aniquilan los árboles y el agua que amortiguan el calentamiento global.

Hay que aventurar un proyecto de nación y ponernos por encima de los intereses partidistas. “Dejen de pensar en las próximas elecciones, pensemos en las próximas generaciones”, expresó recientemente Pepe Mojica.

“No podemos pasar de los ríos teñidos de petróleo a los ríos desaparecidos por la codicia criminal”

Es el tiempo propicio para dar el salto evolutivo a una civilización del amor que contemple la comunión con el resto de la Creación. ¿Cómo hacerlo? El documento Consideraciones ambientales para la construcción de una paz territorial estable, duradera y sostenible en Colombia recomienda avanzar en consensos sobre el ordenamiento territorial, impulsar la productividad en el campo, analizar críticamente los proyectos extractivistas y fortalecer técnica y financieramente a las instituciones ambientales para la construcción de paz. “Desconocer los aspectos ambientales en el posacuerdo podría conducir a la destrucción del patrimonio natural de la nación y al fracaso social de muchas de las intervenciones que se implementen”, sostiene Fabrizio Hochschild (ONU).

Si ya hay ambiente de paz, insistamos en la paz con el ambiente. Tras 60 años de guerra, hagamos prospectiva 60 años adelante y soñemos con el país que queremos construir. En 60 años, el cambio climático hará estragos, si es que hoy no arriesgamos. En 60 años, un mal arreglo ahora nos condenará a nuevas guerras por el agua, por el aire, por la sombra.

El aliento de Dios transforma el desierto en un jardín donde moran la justicia y el derecho, y florecen la paz y la tranquilidad. La capacidad de salir de nuestro egoísmo posibilita reconstruir el tejido social y reconciliarnos con el entorno. El Papa nos convoca a cantar Laudato si’ tomados de la mano con todo lo creado y a discernir los programas políticos de largo alcance y potenciar los lazos comunes en nuestra casa común. Poco vale un abrazo de paz en una rama si las raíces del árbol sucumben. Es el tiempo de las cosas nuevas. El momento para la ecología integral y los objetivos de desarrollo sostenible. El tiempo para pactar la paz con el ambiente y así procurar vida plena para la gente. Tiempo de sanar y plantar. Tiempo de amar y construir. Tiempo para la paz. Una paz perdurable.

Alirio Cáceres

Ecoteólogo

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