Francisco de Roux. Jesuita. Fundador del Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio

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“Tenemos que aceptar responsabilidades para que la reconciliación se acreciente”

Segunda entrega de nuestra conversación con Francisco de Roux. ¿Qué desafíos enfrenta el proceso de diálogo con el ELN? ¿Cuál es el aporte de Camilo Torres a la paz? ¿Qué se necesita para una reconstrucción y metanoia personal y colectiva en Colombia? Son los temas tratados por el jesuita.

A 50 años de la muerte de Camilo Torres, ¿qué significado tendría recuperar su aporte sobre el amor eficaz, para pensar en la reconstrucción del país y del compromiso cristiano?

Camilo fue un sacerdote que estaba absolutamente convencido de la vinculación del Evangelio con el cuidado de la gente, con la dignidad humana. Sus planteamientos sociológicos y políticos están llevados a respetar al ser humano. Es un pensamiento absolutamente incluyente. En el fondo, está diciendo que tenemos que luchar para que todos nos podamos sentar en la misma mesa y para que, compartiendo el mismo pan, sin que haya excluidos, pueda realizarse entre nosotros el Reino de Dios. Su creación del Frente Unido fue una llamada a la unidad de todos nosotros en un propósito político y también a la construcción de una nación en que todos pudiéramos vivir como hermanos. Trata de vincular la economía, la política, la vida social, la responsabilidad de los distintos procesos: lo que le toca a los cristianos, a los empresarios, a los campesinos, a los obreros.

Por otra parte, la idea de Camilo es una idea unitaria, quiere que sea un propósito de las mayorías. Es un movilizador hacia un propósito colectivo. Invita a la gente, y sobre todo a los cristianos, a que se jueguen la vida para que eso sea posible, consciente de que el país se resiste porque le falta amar de verdad: nuestra manera de amar está cargada de egoísmo, se queda en las palabras o en satisfacciones personales. Camilo siente que eso no es lo que Dios quiere; lo que Dios quiere es que nadie quede por fuera, excluido, vulnerado en su dignidad, roto como ser humano. Eso lo lleva a sus acciones más hondas. Es una manera de llamar a que organicemos la economía con seriedad y que la seriedad sea el comportamiento que tengamos con todos los seres humanos, sin excluir a nadie, empezando por los que han sido empobrecidos, vulnerados, explotados, rotos, por culpa del sistema, que se aleja totalmente del amor eficaz.

Ahora, cuando uno lleva eso al diálogo y a la perspectiva del ELN se convence de que Camilo, que hoy sería un hombre de unos 85 años, se la estaría jugando toda para que la paz fuera posible. Primero, porque Camilo era un hombre de las mayorías: fue parte de su pasión y por eso buscó configurar un movimiento mayoritario en el Frente Unido. Personalmente sentí esa llamada a unir a las mayorías y a respetar lo que el pueblo deseaba más profundamente. Entonces yo tenía 21 años y acababa de llegar como estudiante jesuita a Bogotá. Fue el año 1965, el año en el que Camilo recorrió el país y creció como una llama la fuerza de la mayoría a la que él daba confianza y trataba de interpretar y de expresar. Hoy la inmensa mayoría del país, y sobre todo los sectores populares, están gritando: “paren esa guerra, párenla de todos los lados”. Camilo era muy respetuoso de lo que quería la gente.

EL PERDÓN EN VERSIÓN CRISTIANA

“En los términos del obispo Daniel Caro (el perdón) supone para nosotros los cristianos que la víctima le diga al victimario: ‘he decidido perdonarlo y le voy a decir de qué se trata: primero, que me comprometo a que nunca le desearé el mal y que nunca le haré mal aunque usted me hizo un mal gravísimo (me mató un hermano o a mi papá, me quemó la casa, me destruyó con una mina antipersonal); segundo, sepa que yo, hasta donde pueda, no dejaré que le hagan mal, no permitiré que crezca el odio contra usted; tercero, apoyaré sus proyectos y la forma como usted quiere volverse a reintegrar en la sociedad’. Y luego las cosas que son mucho más profundamente cristianas: ‘he decidido amarlo con un amor eficaz’; y luego el tope, que es de Jesús: ‘yo estoy dispuesto a dar la vida por usted, si eso es necesario’. Todas esas cosas son un milagro, un acontecimiento de Dios entre nosotros”.

Segundo, porque habría que mirar con respeto y cuidado su situación personal en los últimos meses del año 65, dentro de la cual Camilo toma la decisión de unirse a la guerrilla. Él vive una lucha interior por mostrar que era coherente con lo que estaba diciendo. Veía que la gente no saltaba a la eficacia del amor, que sabíamos que había que cambiar las cosas y en qué dirección, pero que no pasábamos a la acción. Mi sentir es que Camilo, persuadido por sus amigos de la izquierda, llegó a pensar que si él, que en ese momento era el símbolo del hombre sacerdote libre de todo interés mezquino, se iba a la montaña a luchar contra la injusticia, el pueblo, que se había unido en el Frente Unido, se iba a levantar en una insurrección general contra el sistema para exigir el amor eficaz y la justicia. Pero eso no ocurrió. La gran mayoría de la gente se quedó perpleja porque llevaba en la memoria lo que había sido la Violencia en Colombia. Un puñado de cristianos, algunos sacerdotes y religiosas se unieron a la guerrilla y se aislaron así de las mayorías. Y un grupo significativo se mantuvo en la lucha social y política sin armas el legado del Frente Unido.

Finalmente, Camilo muere sin disparar, en un enfrentamiento de su grupo con el Ejército. Quiere mostrar que acompaña a los guerrilleros, a quienes considera un ejemplo de consistencia. Atrás queda el movimiento del Frente Unido, privado de su líder. Pero lo grande que nos dejó no fueron planteamientos de cómo hacer la guerra, sino el horizonte serio de una sociedad incluyente, respetuosa del ser humano de cara a todas las dimensiones de la vida social, la cultura, la política, la economía, la vida en las ciudades, las organizaciones populares, las exigencias del Evangelio, el cuidado de las familias, el respeto a las personas menos favorecidas, la opción por los pobres, la prioridad que debía darse a los jóvenes.

¿Qué desafíos enfrenta el proceso de diálogo con el ELN?

“Todos estamos a la expectativa de que el ELN venga a la mesa”

“Todos estamos a la expectativa de que el ELN venga a la mesa”

Hasta donde yo conozco, las conversaciones tuvieron un desarrollo muy eficaz hasta los últimos meses. El punto final sobre el cual no se logró un acuerdo para poder empezar la conversación pública fue la discusión sobre el lugar donde deberían continuar las conversaciones. Cuando en la mesa el ELN insistió en que el lugar tenía que ser Venezuela se entró en un periodo de espera. Los representantes del Estado no lo vieron conducente ni posible y tengo la impresión de que el ELN entró en un proceso de reflexión en expectativa de lo que pasara en las elecciones venezolanas. La decisión en Venezuela, de 112 diputados por parte de la oposición y solamente 55 por parte del movimiento chavista, crea un escenario distinto y llevará a decisiones que tienen que ver con la paz en Colombia. La paz en Colombia no depende pero sí está muy condicionada por lo que pase en Venezuela. Ese es el estado del asunto.

Todos estamos a la expectativa de que el ELN venga a la mesa. El ELN tiene gente muy valiosa en el análisis y la práctica política y en la capacidad de estar al lado del pueblo y captar sus expectativas y preocupaciones. Tiene la ventaja de ser una verdadera escuela de captar la sensibilidad popular. Eso es evidente en su aproximación política de enorme contenido popular para construir desde allí. Ese es su aporte en este país que sufre del “miedo al pueblo”, como decía Uribe Uribe hace cien años.

Lo dramático es que el ELN, conociendo al pueblo, se mantenga en la lucha con fusiles, cuando el pueblo sabe que con los fusiles no se puede avanzar hacia la justicia, y cuando la gente está agota por una guerra que daña todo lo que toca: dañó la vida del campo, las instituciones, la política de todos los lados y dañó y vulneró a los que tienen armas en todos los ejércitos. Una guerra degradada, que solamente pueden terminarla los que están metidos en ella con armas, el día que comprendan que continuar la confrontación armada sin futuro es ahondar el dolor del pueblo.

Por eso es difícil de conjugar la enorme sensibilidad y capacidad de enraizamiento que tiene el ELN por su metodología entre el pueblo con la persistencia en mantener las armas. La lectura que hice del congreso del ELN es que quieren la paz, pero una negociación cuya agenda sean los puntos que quiere la sociedad civil en sus diversas expresiones: vamos a apoyar con las armas lo que la sociedad quiere, hasta que el establecimiento haga lo que la gente quiere. La reacción a este mensaje la hice en una carta publicada en El Tiempo, a Nicolás Rodríguez diciéndole: “Ustedes quieren lo que el pueblo quiere, y lo primero que quiere este pueblo es que paren la lucha armada, no nos acompañen con las armas, vengan al diálogo y traigan toda esa riqueza que tienen; en este momento la necesita el proceso para hacer un proceso de paz en justicia y verdad”.

Tengo, por otra parte, la impresión de que el ELN quiere en la mesa de negociación, y con la ayuda de una mesa social al lado, exigir y lograr que se hagan los cambios estructurales que este país necesita para el amor eficaz. Al ponerle a la negociación la condición de que cambie el modelo económico y político, el ELN pone un obstáculo infranqueable a la misma negociación, pues se niega a aceptar los dos momentos de un proceso de paz. El primer momento, el Peacemaking, es el momento de la negociación para “hacer las paces” entre las partes que están con armas confrontadas en guerra. En él se llega al cese al fuego bilateral, se acuerda el fin de la confrontación armada de lado y lado, se sacan las armas de la acción política y social y se dejan pactadas, con rigor vinculante y en acuerdo, las carreteras o las pistas de los desarrollos que se van a hacer después para consolidar estructuralmente la paz. Pero no se acuerdan allí cambios estructurales al modelo porque no serían legítimos: los que están negociando en esa mesa no representan a todo el pueblo colombiano. El segundo momento del proceso es el del Peacebulding, de “construir la paz”, que empieza cuando los miembros del ELN, terminada la insurrección armada, entran en la vida política, participando en el movimiento popular y político de manera pública e institucional, para ir con la gente en una sociedad que quiere cambios muy profundos y estructurales. Pero el ELN tiene que comprender que la construcción de la paz no se hace en la mesa de “hacer las paces”.

¿Qué se necesita para una reconstrucción y metanoia personal y colectiva en Colombia?

P.-Francisco_-Roux,-S.JCon la mirada puesta en el dolor de las víctimas, tenemos que aceptar responsabilidades con seriedad a todos los niveles, responsabilidades personales y responsabilidades colectivas. Me refiero a responsabilidades personales, como cuando Belisario Betancur pidió perdón por los acontecimientos del Palacio de Justicia y Yesid Reyes, en nombre de su familia, aceptó la petición y perdonó. Y responsabilidades colectivas, como cuando Pastor Alape en nombre de las FARC, ante 700 miembros de las comunidades de Bojayá y en presencia del Estado, de Naciones Unidas y de la Iglesia, reconoció la responsabilidad de la guerrilla por la masacre del templo donde explotó un cilindro y mató a 79 personas; y pidió a los presentes que un día les perdonen, respetando el dolor que todos ellos llevan. Si se pudieran multiplicar actos de estos, que son siempre actos libres, tanto el pedir perdón como el darlo, estoy seguro de que la reconciliación se acrecentaría. Pero aceptar responsabilidad entre nosotros no es fácil: el país está educado en una cultura en la cual se piensa que aceptarla es dar papaya para que le caigan encima. Cuando uno ve que se le viene un reclamo justificado lo que dice es: “usted tiene más culpa que yo: mató más gente, robó más tierras, produjo más dolor humano”. Y no salimos a ninguna parte. No hay cosa más convocante, más unificadora de una sociedad que aceptar responsabilidades, porque es comprender que somos humanos, con equivocaciones y con sueños, que de todas maneras, juntos, queremos construir una sociedad. Yo esperaría que la Iglesia acepte la grave responsabilidad que los católicos tenemos en la violencia en Colombia. Una responsabilidad evidente si nos situamos en el proceso largo que viene desde la primera mitad del siglo pasado. Que los empresarios acepten su responsabilidad, y que no solamente reclamen sus derechos, lo cual es absolutamente normal, porque han sido secuestrados, extorsionados; pero responsabilidad porque hay grupos de empresarios que son responsables de realidades muy graves, sobre todo en vinculaciones con el paramilitarismo y en la inequidad que se ha producido en el país. Que los educadores acepten su responsabilidad, porque es evidente que hay una crisis muy honda desde los niños y, por supuesto, de forma inmensa, que los congresistas acepten su responsabilidad, que los jueces, que los militares acepten su responsabilidad en todo lo que ha pasado y donde hay responsabilidades corporativas por lo hecho y por lo que se dejó de hacer cuando había que actuar. 

Por otra parte, hace falta una actitud muy profunda de confianza y de que creamos los unos en los otros en Colombia. Las armas no nos darán la seguridad nunca; ni las del Ejército ni las de la guerrilla ni las de los paramilitares. La seguridad surge de que nosotros creamos los unos en los otros y que miremos con confianza las normas que nos damos y las instituciones que canalizan nuestra confianza y nuestra sed de justicia y dignidad.

AVANZAR HACIA LA RECONCILIACIÓN

“Me duele la politización que se ha hecho del proceso de paz. Se cometió un error en la campaña política pasada cuando se hizo diciendo que Santos era la paz y que los otros eran la guerra, porque eso no es cierto. Y hacer política con el dolor humano y convertir en lucha política las cosas tan serias que se están conversando en La Habana para poner una justicia apropiada para la paz, para que haya un camino para que los guerrilleros pueden tener un futuro entre nosotros, para poder transformar el campo, eso realmente se ha vuelto un debate de muy bajo valor; en que se buscan  maneras de romper políticamente al otro y donde los egos y los odios son inmensos. Necesitamos que la clase dirigente se baje de la polarización y avancemos hacia una reconciliación social que nos permita construir en las diferencias una Colombia en paz”.

Finalmente, tenemos que llegar a perdonarnos. Pienso que el perdón es un milagro; es un acontecimiento que no se puede presionar de ninguna manera. Pero en la medida en que se dieran en el país actos de perdón significativos; en que personas que han hecho grandes daños reconozcan que son responsables y lo hagan ante sus víctimas, no como un acto mediático para ganar reconocimiento y prestigio, sino como un acto humilde de aceptación de la responsabilidad en la barbarie y la destrucción del otro, en una actitud de aceptar la responsabilidad y dejar muy claro que jamás eso volverá a ocurrir y que se decide contribuir a la reconstrucción del país; si este tipo de cosas se hacen, si de los miles de actos espantosos que hicimos en esta guerra siquiera el diez por ciento de los casos tuvieran actos de perdón profundo y el país se diera cuenta de que hay arrepentimientos realmente hondísimos, Colombia cambiaría.

Miguel Estupiñán

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