“En el principio no era así”

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En los temas más trascendentes seguirá siendo válido preguntarle a la Palabra qué quiso Dios desde siempre

Para nadie es un secreto que la Palabra de Dios viene sufriendo un asedio para desacreditarla en su autoridad ya desde hace muchos años y quizás un par de siglos. Y tampoco es un secreto que esa presión ha hecho mella en muchos creyentes y en sectores ilustrados de la Iglesia, de manera que la fundamentación bíblica de su fe se ha resquebrajado un poco o bastante en algunos casos. El objetivo de quitar la autoridad a las enseñanzas de la Biblia hace parte de la lucha de algunos sectores muy amplios de la humanidad para imponer una visión, no solo distinta, sino abiertamente opuesta a la que contiene la Palabra revelada, acerca del mundo, el hombre, la vida y la muerte, como también a cerca de Dios.

La pretensión de desplazar la Palabra de Dios ha sido una apuesta arriesgada que ha traído consecuencias negativas enormes para la humanidad. Muchas de las consecuencias están a la vista y tienen que ver con la degradación de la vida humana de muchas maneras, especialmente la vida de los más débiles. Pero la degradación también ha sido al interior de inmensas multitudes que han optado por vivir sin Dios y sin ley y se han alejado aterradoramente de todo el plan salvador de Dios. Sin embargo, esta lejanía absoluta de lo que enseña la Palabra de Dios está hoy como encubierta por unos discursos e ideologías que solo validan la absoluta subjetividad como norma suprema de la vida. No es raro escuchar a la gente, después de hacer toda clase de disparates, decir que no siente culpa de nada y que de nada tiene que arrepentirse.

Pero la tarea de hacer caso omiso a la Palabra de Dios, parcial o totalmente, también ha abierto el campo a la creación de formas de vida en las familias y en la sociedad que poco y nada tienen que ver con la enseñanza divina. Igualmente, ha “despejado” el camino para que los Estados y los cuerpos legislativos construyan una civilización que parece tener en la conveniencia y en el poder del más fuerte su único punto de referencia. Las relaciones internacionales hoy en día también se mueven dentro de unos criterios que de ninguna manera parecen tener en cuenta los planes de Dios, mucho menos los de las religiones y sus profetas. También el planeta ha sufrido y sigue sufriendo las consecuencias de ser visto, no como un bien divino por administrar, sino como campo de batalla para extraer de él todo lo que se pueda convertir en ganancia ilimitada.

Y habría que reconocer con humildad que la falta de fe en la Palabra de Dios también toca en la actualidad a sectores de creyentes, quienes, sin hacerlo explícito, de hecho conservan su fe más sobre elucubraciones humanas que sobre la luminosidad de la Palabra revelada. Con esta actitud se le ha tratado de hacer un esguince a las exigencias de la enseñanza divina, para encontrar unos caminos muy anchos para todo, pero que son precisamente los que el Evangelio censura con fuerza y con claridad. Y ha sido también una falsa solución en la búsqueda de diálogo con el mundo, sentándose a conversar, pero sin tener claro que el aporte de los creyentes es precisamente el conocimiento de la Palabra de Dios. Dicho de otra forma: es un diálogo que diluye la posición de las personas de fe por obra de ellos mismo, ni siquiera de los adversarios.

“En el principio no era así”, fue lo que Jesús comentó a quienes querían una ley de conveniencia y no una de origen divino y por tanto de compromiso. Y en otras ocasiones, con absoluta claridad, el Maestro remite a sus interlocutores a las enseñanzas de la Palabra de Dios, a las Escrituras. Él mismo, en los momentos más duros de su misión, se refugia en las afirmaciones que encuentra en el viejo testamento y así logra llegar a la meta propuesta por su Padre. Este modo de razonar, y por tanto de proceder de Jesús, tendría que volver a ser, en primer lugar, el itinerario habitual de los creyentes ante las situaciones de la vida, especialmente las más importantes y graves. La atmósfera de la fe hay que despejarla de mucha hojarasca que hoy la invade, distrae y pervierte. En segundo lugar, esta directriz de Jesús habría de ser la que los profetas enseñen a toda la humanidad con potencia para su salvación. No cabe la menor duda de que en los temas más trascendentes de la vida, seguirá siendo válido continuar preguntándole a la Palabra qué quiso Dios desde siempre.

Rafael de Brigard Merchán, Pbro

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