Colombia en paz

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“Cuando llegue la paz comienza pues otra lucha: la de la libertad y el respeto por todas las personas y sus derechos”

Es imposible desconocer el efecto sicológico que ha causado, para bien, el reciente encuentro entre el Presidente de Colombia y el jefe de las Farc en Cuba. Pueda ser que finalmente sí se llegue a un verdadero tratado de paz y que por fin sea posible, como decía algún viejo político colombiano, volver a pescar de noche. Tal vez no ha habido ningún tratado de paz, luego de guerras cruentas, que no conlleve posiciones apasionadas a favor y en contra. Por lo general estos pactos tratan de hacer una especie de borrón y cuenta nueva, sobre la base de que el bien mayor, la paz, merece todos los sacrificios y ceder en todo lo posible. Por eso un tratado de paz tiene mucho de semejanza con una quimioterapia en el sentido de que el buscar sanar requiere pasar por unos malestares antes de lograr la curación y quizás soportar algunas secuelas menores.

No me asusta la paz, al contrario me atrae mucho. Me asusta o preocupa lo que siga después desde el punto de vista político. El andamiaje que ha llevado a que el país se encuentre en su actual delirio de paz, lo compone en buena medida el apoyo de unos sistemas políticos que en su funcionamiento diario son del todo opuestos a los de la idiosincrasia colombiana. Es innegable que ven en la guerrilla desmovilizada unas fichas excelentes para extender un modelo político y económico que ha demostrado ser devastador para varios países. El andamio lo sostienen Venezuela, Cuba –la madre de todas las guerrillas- , Ecuador y muy lateralmente otras naciones, esas sí, demócratas y respetuosas de la libertad, los bienes que el futuro puede ver comprometidas en nuestra nación, a no ser que la dirigencia tradicional se renueve y piense más en la gente y sus necesidades inmensas.

La otra lucha

La realidad política tradicional colombiana está cada vez más fraccionada y la rapiña del poder y del presupuesto nacional es un espectáculo infernal. En esta situación de división y de desatención de multitudes enteras, no se necesita ser muy agudo para darse cuenta de que hay toda clase de grietas para que sistemas mesiánicos –totalitarios–, esta vez de corte de extrema izquierda, terminen por acceder a los hilos del poder y comience así una noche oscura y usualmente muy larga para la libertad, la economía y los derechos humanos. Quien crea que las Farc desmovilizadas sueñan con construir un estado democrático y libre o que garantizarán una actividad económica e intelectual también libres, habrá de desengañarse tarde o temprano. La actual alcaldía de Bogotá, en manos de un guerrillero desmovilizado, ha demostrado cómo la ley no le significa nada para lograr sus propósitos, el primero de los cuales es la generación del caos para suscitar luego el pedido de una mano fuerte.

Sin embargo, las cosas tienen su propia fuerza. La tiene la guerrilla con todo el vecindario que la apoya y con sus admiradores internos, no pocos con pluma en mano. Tiene su fuerza también el desasosiego que reina entre amplios sectores de nuestra población por su situación siempre difícil y sin soluciones definitivas. Y no deja de tener su fuerza el espejismo de unas nuevas caras que quizás, pensarán muchos, de pronto mejoren lo que nunca han querido mejorar los políticos y líderes de siempre. Es cierto, el establecimiento colombiano también tiene su fuerza, pero vive más replegado sobre sí mismo que otra cosa y su gran preocupación es protegerse y proteger sus bienes. Que estén dispuestos a dar su vida y sus bienes por la democracia y la libertad no parece que sea tan evidente.

Nosotros, los miembros de la Iglesia, todos los bautizados, ¿acaso nos hemos preguntado en qué lugar quedaremos en esta revuelta por la paz? La Iglesia tendría que hacerse una reflexión profunda sobre cómo será su futuro con esta nueva gente, bajada del monte –dogmática, monotemática, despectiva– bien sea ejerciendo parte del poder o a cargo de todo el poder. No estaría de más, por si acaso algún dirigente eclesial no está convencido de los riesgos que trae la paz que viene, invitar a miembros de la Iglesia de aquellas naciones que viven bajo la férula de la izquierda para escuchar sus dolorosos testimonios y saber entonces qué es lo que hay que apoyar y lo que no en este momento de delirio nacional. Cuando llegue la paz comienza pues otra lucha: la de la libertad y el respeto por todas las personas y sus derechos.

Rafael de Brigard Merchán, Pbro

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