Samaritanos de la calle

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Una experiencia de misericordia en Cali

Un hombre bajaba de Siloé a El Calvario. Cayó en manos de sus circunstancias. Caminaba todo Cali y, como en El Transeúnte, todas las calles le eran un largo monólogo. Al igual que en el poema de Rogelio Echavarría, los ojos de las gentes que hallaba lo miraban hostiles, como si él fuera enemigo de todos.

Nacido en 1941, a los diez años Juan ya había huido de su casa, del maltrato allí recibido. Pudo hacerse una carrera entre cámaras como ayudante en una sala de fotografía. Sin embargo, cayó en la bebida. El golpe que sufrió dolió más por cuenta de la pérdida. La mujer con quien había iniciado una relación de pareja siendo muy joven lo abandonó, llevándose a su hija. La resaca de todo lo sufrido se empozó en el alma doce años después, cuando el duelo nuevamente cubrió su vida. Sucesión de ausencias. La cirrosis se llevó a Marina, la segunda compañera, con quien vivió de la fotografía y en el alcohol durante una década.

A los 30 años Juan ya estaba tirado en el camino, en el puente o donde lo cogiera la borrachera. Fue consciente de que estaba solo cuando, enfermo e internado en un hospital, se enteró de que su antigua familia no quería saber nada de él. “Él se lo buscó. No nos interesa nada de su vida”, le mandaron a decir. El afecto, al verlo, dio un rodeo. No fue la primera ni la última vez.

Detenerse ante el dolor

El Padre José González (izq.), director de la fundación

El Padre José González (izq.), director de la fundación

En 1995, después de estudiar una licenciatura en teología dogmática con énfasis en cristología, el padre José González volvió de Roma. Había quedado impresionado por el testimonio de la madre Teresa de Calcuta y sus hermanas de comunidad, a quienes muchas veces se encontró en la plaza de San Pedro mientras ayudaban a la gente pobre, compartiendo el pan.

Reincorporado al trabajo de la Arquidiócesis de Cali, el sacerdote acompañaba la vida de una comunidad parroquial, mientras prestaba su servicio en el Seminario. Un martes durante la cuaresma de 1997 invitó a la gente a movilizarse hacia el centro para llevar alimento a los habitantes de calle. Entre las muchas personas que se unieron a la iniciativa se encontraba Claudia Rodríguez, quien aún recuerda el impacto que le causó encontrarse con la situación de tanta gente en condiciones de pobreza y todo en su propia ciudad, ante el desconocimiento de la mayoría. 

Cada martes durante la cuaresma la actividad se repitió. Al finalizar el tiempo litúrgico el padre José convocó a los voluntarios a una reunión en el Seminario Mayor y se encontró ante el deseo de continuar con las acciones de solidaridad que habían iniciado semanas atrás. Así nació Samaritanos de la calle.

Con el tiempo, más voluntarios se unieron a la iniciativa y el trabajo comenzó a hacerse por sectores, ampliando su área de influencia. El Vergel, San Antonio, la Loma de la Cruz, y otros lugares, comenzaron a recibir semanalmente a un nutrido grupo de personas cuyo interés era detenerse en el camino, como en la parábola de Lucas, para no ser indiferentes.

Después de un año y medio, el padre José manifestó al entonces arzobispo de Cali su interés de que el trabajo que se venía realizando fuese considerado una obra arquidiocesana y no una labor independiente. Con todo el apoyo de monseñor Isaías Duarte Cansino, en febrero de 1998 se consolidó la fundación.

El 19 de marzo de 2002 el prelado iba a inaugurar una de las seis casas que hoy tiene la organización, destinadas a la atención integral del habitante de calle en Cali. Tres días antes de la actividad fue asesinado. En su memoria, dicho hogar lleva hoy su nombre, para recordar que el arzobispo de la paz practicó misericordia y fue prójimo de los pobres en la ciudad.

Curar las heridas

El 68,7% de la población habitante de calle inicia su experiencia entre los 5 y los 20 años de edad

El 68,7% de la población habitante de calle inicia su experiencia entre los 5 y los 20 años de edad

Cuando en el 2009 la alcaldía de Cali necesitó la orientación de la entidad con mayor reconocimiento en la atención al habitante de calle para que se hiciera cargo del Hogar de paso Sembrando esperanza, recién creado, no dudó en que fuera la Fundación Samaritanos de la calle la que se ocupara de él. Para entonces el padre José González y su equipo de trabajo habían hecho que una iniciativa espontánea que nació con el sencillo interés de que nadie pasara hambre los días martes en el centro de Cali se convirtiera en una organización correctamente estructurada, que no sólo provenía de atención básica a los habitantes de calle, sino que también les ofrecía un proceso integral de acompañamiento, para que rehicieran sus vidas.

En efecto, lo primero consistía en atender las necesidades básicas insatisfechas. Sin embargo, esto unido, con el tiempo, a propiciar nuevos aprendizajes de autocuidado y a generar un nuevo estilo de vida. De ahí el apoyo de profesionales en el área. Recuperar la identidad para poder acceder a servicios de salud era lo primero. Pero, más allá de cualquier cosa, sanar las heridas de toda índole y reformular el proyecto personal, para hacer parte de la sociedad de forma nueva, incluso, con nuevas oportunidades en el terreno laboral.

Esto fue lo que Juan se encontró al conocer la fundación, la posibilidad de empezar una transformación en su vida. Como él, miles de personas se han visto beneficiadas en los últimos 17 años. Algunas de sus historias se cuentan en el libro Voces de esperanza, un documento que Samaritanos de la calle editó para dar a conocer el testimonio de usuarios del Hogar de paso que la organización atiende en asocio con la alcaldía. Junto a dicho material, la fundación ha publicado estudios que caracterizan a la población habitante de calle en Cali y se detienen en aportes a la formulación de políticas públicas realistas. He aquí un ejemplo: “El 68,7% de esta población inicia su experiencia entre los 5 y los 20 años de edad, razón por la cual es importante analizar qué está pasando con la familia y la escuela como instituciones de socialización, así como con los programas de prevención y atención al niño, al adolescente y al joven”.

Recuadro_2La fundación promueve la reconstrucción del proyecto de vida y la atención integral a los habitantes de la calle. De igual modo lidera programas en orden al desarrollo integral y a la inclusión de niños, niñas, mujeres, hombres y adultos mayores en condiciones vulnerables.

Una Iglesia en salida

El padre Braulio Ortíz, asesor espiritual de la fundación y párroco de Nuestra Señora de la Salud, señala que no siempre el trabajo de Samaritanos de la calle fue bien visto. Hubo quienes, incluso dentro de la misma Iglesia, catalogaban esta labor de asistencialista y reclamaban que lo que hacían no contribuía a un cambio estructural frente a las verdaderas causas que generan día a día el crecimiento de la población habitante de calle. Con todo, los miembros de la comunidad parroquial de este sacerdote se encargan de reunir mil almuerzos semanalmente para poner al servicio del trabajo de la fundación. 

“¿Cuándo te vimos con hambre y te dimos de comer?”. Para los Samaritanos no se trata únicamente de una labor social, sino de un compromiso de fe, de reconocer en el otro el rostro de Jesús. “¿Cuándo te vimos enfermo y acudimos a ti?”.

El mensaje del papa Francisco acerca de una Iglesia en salida, que no gasta más del tiempo necesario en controversias, sino que sana heridas y pisa las calles para estrechar lazos y ayudar con urgencia, ha hecho que muchas cosas que la fundación viene haciendo hace años sean entendidas. Antes se les llamaba asistencialistas, ahora se les llama pastores. Si la invitación del obispo de Roma, en su lenguaje coloquial de párroco, ha sido “oler a oveja”, el padre José, junto a sus compañeros y compañeras, no han tenido reparo en oler a habitante de calle.

Por su liderazgo y compromiso, el presbítero fue galardonado recientemente con un premio a nivel nacional. Sin embargo, a juzgar por sus palabras y sus afanes diarios, más allá de todo reconocimiento lo que verdaderamente le importa a día de hoy es seguir promoviendo la compasión en Cali.

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Texto: Miguel Estupiñán 

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