Fundación Misioneros de la Divina Redención San Felipe Neri

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La tienda de campaña que se convirtió en una casa de puertas abiertas

La Segunda Guerra Mundial destruía el sur de Italia. Con alma misionera, un joven sacerdote llamado Arturo D’onofrio sintió la inclinación de hacerse cargo de un sinnúmero de huérfanos que la violencia trajo consigo. Mientras otros esperaban a que cesaran los enfrentamientos con el fin de poderse entregar a acciones de solidaridad, D’onofrio hizo de su casa paterna un hogar para niños y jóvenes en situación de indefensión. Fue así como en la Navidad de 1943 nació la Obra de la Redención.

La obra creció con el tiempo. Con ayuda de benefactores, su creador consolidó procesos educativos al servicio de la niñez y la juventud en nuevas instalaciones; ofreciéndoles a los huérfanos un hogar y acompañamiento espiritual, así como capacitación técnica, para que pudieran salir adelante. Las nuevas exigencias de la obra llevaron a que el padre Arturo fundase dos congregaciones religiosas: las Pequeñas Apóstoles de la Redención, en 1948, y los Misioneros de la Redención, en 1954.

Una obra faraónica

Cuando en 1968 Pablo VI visitó a Colombia las autoridades quisieron ocultar inútilmente el drama de la niñez abandonada en el país. Las imágenes que se dieron a conocer acerca de la porción olvidada de la niñez colombiana motivaron a que el padre D’onofrio viera en Colombia un territorio de misión para ampliar los alcances de su ministerio. Se acogía al Papa, pero se postergaban los problemas sociales.

En 1971 llegaron los primeros misioneros al país. En primera instancia, desarrollaron su labor en Medellín, creando el Hogar del niño, un centro de atención para huérfanos en la capital de Antioquia. Más adelante la obra se extendió a Neiva (Huila), donde tuvo lugar la creación una institución para ofrecer talleres de capacitación a personas en situación de pobreza.

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Es la sociedad la que debe eliminar las barreras que marginan

En la década de 1990 el entonces nuncio apostólico, monseñor Pablo Romeo, convocó a los Misioneros de la Divina Redención para que se hicieran cargo de “una obra faraónica”. La expresión es del padre Jesús Antonio Ramírez, actual director de la Fundación Misioneros de la Divina Redención San Felipe Neri.

La institución surgió en la localidad de Suba (Bogotá D.C.) como una respuesta a las víctimas que a finales de siglo dejaba el conflicto armado en Colombia. En asocio con el Comité Internacional de la Cruz Roja, la Fundación (inaugurada en 1999) recibía heridos provenientes de distintas partes del país para ofrecerles, en un primer momento, atención médica. “Tuvimos que hacer de esto una tienda de campaña, donde los muchachos llegaban heridos, todavía, de las zonas de conflicto, por motivos de seguridad”, explica el padre Jesús. Momento seguido recuerda que pronto se vio la necesidad de hacer de la casa una unidad de cuidados intermedios, porque no todos podían estar hospitalizados. Además, llegó el reto de ofrecer rehabilitación física, y de destinar un departamento para dicho fin, específicamente. Posteriormente, se decidió capacitar a los beneficiarios, para que pudiesen volver a sus regiones y desarrollar estrategias de mantenimiento a partir de pequeñas unidades productivas.

Los años de trabajo en la atención a las víctimas del conflicto armado y a sus familias prepararon a la Fundación, dotándola de gran experiencia; también hicieron que se proveyera de instalaciones habilitadas y de buena calidad. Cuando el Gobierno decidió que las víctimas comenzaran a ser atendidas en sus propias regiones de origen, la Fundación Misioneros de la Divina Redención San Felipe Neri puso su experiencia al servicio de las necesidades del Distrito Capital, especialmente de las personas diversamente hábiles. Comenzaba una nueva etapa en su trabajo. Si los primeros beneficiarios habían sido víctimas del conflicto, ahora la Fundación se dedicaría a un grupo históricamente marginado, con muy pocas oportunidades en términos de rehabilitación y capacitación. La tienda de campaña, que recordaba el trabajo inicial de Arturo D’onofrio en medio de la Segunda Guerra Mundial, se convirtió, así, en una casa de puertas abiertas para este sector de la población.

Diversidad y redención

Alguna vez, Helen Keller (1880-1968) afirmó que “la noche de la ignorancia y de la insensibilidad es la única tiniebla impenetrable”. En la misma línea, FUMDIR persigue un cambio cultural promoviendo procesos de inclusión y promoción social.  

Contra la insensibilidad

Alguna vez, Helen Keller (1880-1968) afirmó que “la noche de la ignorancia y de la insensibilidad es la única tiniebla impenetrable”. Un niño sordociego sonríe. No alcanza los 5 años. Extiende sus brazos y con sus manos llega a las manos de su tutora, quien cuida de él y de sus compañeros en instalaciones de la Fundación Misioneros de la Divina Redención San Felipe Neri. También sordociega, Hellen Keller sostuvo con su vida que, lejos de ser menos, las personas diversamente hábiles ponen en crisis los esquemas culturales que nos llevan a mantener prejuicios hacia quienes son diferentes. En la misma línea, la Fundación persigue un cambio cultural. 

Primero abrió las puertas de sus instalaciones a personas con todo tipo de discapacidades (físicas, cognitivas, comportamentales, etc.). Dispuso para ellas espacios dignos, profesionales ampliamente capacitados y programas de cuidado que responden a la particularidad de las tipificaciones. Por poner un ejemplo: Alan Ramírez, coordinador de uno de los centros de atención, explica que en una población de 50 adultos que atiende pueden presentarse más de quince diagnósticos diferentes a nivel neurológico y más de cuatro diagnósticos a nivel físico.

Además de procesos de habilitación y rehabilitación, la Fundación ofrece programas de capacitación, con miras al desarrollo de las competencias laborales de sus beneficiarios. La institución ha llegado a promover la creación de pequeñas unidades productivas, incluso, en lugares como el Sumapaz y un convenio con el SENA ha permitido que personas diversamente hábiles se formen en más de quince programas académicos.

El gran desafío

El padre Jesús Antonio explica que el gran reto del trabajo adelantado por la institución ha sido fomentar una inclusión en doble vía. Por una parte, hacer que las personas diversamente hábiles no se minusvaloren; por otra, vencer las resistencias que provienen del entorno cultural. Además de diseñar un proyecto de acogida hacia cualquier persona, sea cual sea su patología, la Fundación le ha abierto espacio a quien quiera comprometerse a efectuar el cambio de mentalidad. “Una de las cosas más complejas es que la gente entienda y que el proceso se haga reconociendo a la persona como persona”. Y añade: “a una persona diversamente hábil no le falta absolutamente nada como persona, hay unas limitaciones que nos toca más vencerlas a nosotros”. En esto consiste el camino en doble vía: es, principalmente, la sociedad la que debe eliminar las barreras que marginan. 

“¿Cómo nos criaron a nosotros?”, se pregunta el sacerdote. “Pensando que una persona discapacitada no puede hacer absolutamente nada, que lo máximo que podrá hacer su familia es tenerla guardada”. El trabajo que la Fundación realiza ha estado orientado, justamente, a transformar estos imaginarios, tendiendo puentes, capacitando, promoviendo espacios de investigación y reflexión, como los seminarios que anualmente organiza.

Un día común de trabajo, en que además de la población de beneficiarios directos de los procesos de rehabilitación llegan a las instalaciones de Suba jóvenes estudiantes de los programas del SENA, bien puede verse en FUMDIR a más de 500 personas. Todas ellas conforman un nuevo modelo de sociedad, donde la diversidad es fundamento del trato entre seres humanos. Por esta razón, meses atrás el Consejo de Bogotá quiso reconocer el esfuerzo adelantado por la FUMDIR y por su actual director, quien fue condecorado con la Orden Civil al Mérito Comunitario Germán Arciniegas.

Miguel Estupiñán

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