Los 43, el símbolo de la inestabilidad

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Toda indignación tiene su símbolo, desde la acampada en Madrid hasta los paraguas de Hong-Kong; en México, desde hace más de dos meses, ese símbolo es un número. La historia de los 43 jóvenes estudiantes de la modesta escuela rural de Ayotzinapa, arrestados y desparecidos en Guerrero, comienza con una triste coincidencia.

Un contingente de estudiantes de la escuela normal “Raúl Isidro Burgos” se encontraba el 26 de septiembre en el municipio de Iguala para hacerse de recursos con el fin de participar en la tradicional marcha por el 2 de octubre en la Ciudad de México, que conmemora la matanza de cientos de estudiantes en 1968; al mismo tiempo, la esposa del alcalde local y presidenta del Sistema Integral para la Familia en Iguala, se disponía a dar su informe de actividades y su oficial lanzamiento para la candidatura a la alcaldía de Iguala.

La presencia de los normalistas era incómoda. Entonces, fuerzas del orden –hoy sabemos, vinculadas al crimen organizado– los capturaron y desaparecieron. Ahora, tras más de setenta presuntos culpables detenidos, media docena de fosas clandestinas en el estado de Guerrero e innumerables manifestaciones de descontento social en México y el mundo, la ausencia de los normalistas se ha tornado aún más penosa.

En medio de presuntas complicidades y cuestionables acciones del gobierno federal, los 43 se han vuelto un símbolo que habla mucho más de una crisis de gobernabilidad, corrupción e impunidad que del particular caso de los jóvenes desaparecidos, quienes quizá fueron asesinados, calcinados y arrojados al basurero de Cocula, según han declarado los propios sicarios de la organización criminal Guerreros Unidos, presunta responsable de tales acciones.

Las consignas inundan el espacio público y el digital: “No son 43, son miles de desaparecidos”, “¿Y si tu hijo fuera el 44?” y “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”. La indignación crece aún más porque en los operativos contra los estudiantes también fueron asesinados seis jóvenes y resultaron heridos algunos más.

43 es una cifra que representa mucho más de lo que enuncia. En la tradición prehispánica en México lo incontable también era un número. El cenzontle es el “ave de cuatrocientas voces” y el “ave de muchas voces”; el cuatrocientos es, al mismo tiempo, cuatrocientos y también cantidades inabarcables, impensables e impronunciables. Eso significan los 43 de Ayotzinapa, ese número indefinido, irreal, de decenas, cientos, miles y decenas de miles de desaparecidos en México; en los 43 se refleja y sintetiza la indolencia sistémica frente al dolor de las víctimas y la criminalización de la protesta social.

Ese sentimiento preside las marchas, las jornadas de oración y las acciones solidarias con los padres de los desaparecidos; una angustia que no desaparece aún después de los descubrimientos de las fosas clandestinas donde los restos de cadáveres aún no dicen a los antropólogos forenses el paradero final de los normalistas.

A casi tres meses de los hechos, se ha capturado casi un centenar de presuntos culpables (incluido el presidente municipal y su esposa, a quienes se adjudica la orden contra los estudiantes), fue removido el gobernador del estado de Guerrero, se encontraron media docena de fosas clandestinas con una cantidad indefinida de cadáveres (uno de ellos el de un religioso misionero desaparecido hace meses atrás), se ha implicado en el caso a políticos de diferentes partidos y la manifestación social de indignación sobrepasó las fronteras de México.

Los obispos del estado de Guerrero enviaron una carta de solidaridad a los familiares de los normalistas muertos y desaparecidos: “Unidos a su dolor y sufrimiento nos dirigimos a ustedes para hacerles llegar nuestro consuelo y esperanza y los sentimientos de cercanía y de solidaridad. Este hecho nos ha conmovido a nosotros al igual que a gran parte de los mexicanos. Queremos ofrecerles nuestra cercanía y nuestra ayuda para que puedan superar el dolor que no se puede expresar con palabras, por medio de la fe y del amor de los hermanos. Les hemos pedido a las parroquias donde ustedes viven que caminen junto a ustedes, que los escuchen y les proporcionen la ayuda que necesiten para seguir consolándose y llenándose de esperanza. Queremos animarlos a seguir mirando hacia adelante y no quedarse con el dolor atorado en su alma”.

En el panorama particular de Guerrero, los obispos señalan la necesidad de acompañar “a las miles de familias que en los últimos años han sufrido secuestros, extorsiones, desplazamientos forzados y muertes de sus miembros”. Y, al mismo tiempo, se comprometen a “acompañarles en la fe para que puedan experimentar consuelo y esperanza y para que puedan perdonar y sanarse de las heridas y el enojo que haya brotado en su corazón por los hechos violentos que les han perjudicado”.

Con tal fin, la Iglesia local ha instalado centros de acompañamiento a víctimas, se ha acercado a familias específicas de los jóvenes desaparecidos y ha hecho un llamado formal para el saneamiento de instituciones públicas, no solo en Iguala o en Guerrero sino en todo el país porque, en el fondo, lo que está en juego es la pervivencia del modelo político representativo legal pues, como parte de la reacción social, la autonomía comunitaria ya ha declarado la rebelión frontal al Estado con las únicas armas que hoy por hoy legitiman el poder en México: las del control y la intimidación.

Felipe Monroy. Director Vida Nueva México

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