Carlos Palmés

“Mi Dios es un Dios sorprendente”

CARLOS-PALMÉS

Como muchos sacerdotes que vinieron a América a mediados de siglo, Carlos Palmés vivió durante su infancia la influencia de la Guerra Civil Española. Aún recuerda una escena que lo impresionó mucho cuando tenía 12 años. Los habitantes del pueblo en el que vivía recibieron con arcos triunfales a un grupo de soldados franquistas. “Cuando todo el mundo estaba en la plaza mayor, apareció un muchacho desaseado, con barba sin afeitar”, relata. “Y, precisamente, cuando los soldados estaban delante de su casa, se subió al balcón donde estaba su padre y se abrazaron efusivamente. Era un padre escolapio que estuvo en el campo comunista y cuando sus compañeros huían él se quedó escondido en una acequia durante varios días”.

Dos años después, Carlos comunicó a su madre el deseo de hacerse sacerdote. Ella murió meses después debido a una angina de pecho y no alcanzó a ver cumplido su sueño de un hijo cura. Por aquel entonces Carlos estudiaba en un colegio de los jesuitas en Barcelona. La entrada al noviciado fue el 8 de septiembre siguiente, una semana después se cumplió el aniversario del fallecimiento de su mamá.

Recuerda como una época feliz sus primeros años de formación, trascurridos en una comunidad de 300 personas: “unos 100 novicios, 120 juniores, unos 40 sacerdotes y otros tantos hermanos”.  “Claro que el estilo de vida era el tradicional heredado de la Edad Media y de la vida contemplativa”, reconoce, al evaluar que algunos aspectos del esquema formativo de aquellos años no coincidían con elementos de su talante que más tarde definirían el camino de su vocación.

Testigo de la renovación

“Mi Dios es un Dios sorprendente”, subraya, para introducir la manera en que llegó a América y cómo su rumbo fue abriéndose por caminos insospechados. Al finalizar sus estudios de filosofía el provincial de Aragón le dijo: “Hermano, usted tiene de cara de japonés”, una señal clara de que ser enviado como misionero al Lejano Oriente era una obediencia posible. Sin embargo, su verdadero destino terminó siendo Paraguay, a donde llegó un año después para aprender guaraní y trabajar en medio de los pueblos indígenas. Tiempo después fue trasladado a Argentina, donde se encontró con la persecución hacia los jesuitas en el segundo periodo de Perón; por tal motivo volvió a España para adelantar estudios de teología, ordenarse y preparar la tercera probación. En Roma hizo un doctorado en teología espiritual, disciplina que lo capacitaría para el ministerio central de su apostolado en adelante.

Una sorpresa más: su traslado a Bolivia en 1962 y el nombramiento como provincial al cabo de unos años. El Concilio Vaticano II había concluido. La vida religiosa era escenario de muchas transformaciones y muchas personas abandonaron las congregaciones. Sostiene: “El Espíritu nos estaba llevando hacia una re-fundación de la vida consagrada”.

Por aquellos años comenzó su vinculación a la CLAR, primero como representante de la vida religiosa boliviana y después como miembro de la junta directiva. En 1973 fue elegido presidente de la institución, cargo que desempeñó durante seis años: “Era el momento más rico de la historia de la Iglesia en América Latina, después de la Conferencia de Medellín”, comenta, momento seguido subraya el importante papel que cumplió por aquel tiempo el P. Luis Patiño, OFM, Secretario General por 12 años, y en sus palabras, quien “llevaba el peso de la organización, el que dio consistencia y dinamismo a la CLAR”.

No olvida las incomprensiones que sufrió la vida consagrada al querer responder proféticamente a los desafío de una época de cambios. Varias veces, él mismo tuvo que salir en defensa de personas y de procesos animados desde la CLAR. Sin embargo, cerca de los 90 años y en buena forma, Carlos Palmés agradece todo lo vivido, incluida la posibilidad de ayudar a otros. Lleva décadas promoviendo espacios de capacitación para formadores de diversas partes del continente. Dentro de la Compañía de Jesús fue uno de los encargados de renovar los procesos de formación permanente. Su camino ha estado acompañado de sorpresas incontables y de un regalo en particular: la amistad.

Texto y Foto: Miguel Estupiñán

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