Verónica Rubí

“Salir de uno mismo para ir al encuentro del otro siempre es una ganancia”

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Una mañana de 1992, en el salón de clases, Verónica Rubí escuchó el relato de una misionera laica que se preparaba para ser enviada a Mozambique, en el sureste africano. “Su testimonio me llamó fuertemente la atención por dos cosas que desconocía: que los laicos podían participar en estas misiones y que en el mundo todavía existían lugares donde nunca se había escuchado hablar de la Buena Nueva del Evangelio”. Desde ese momento, cuando cursaba 4º año de secundaria, confiesa que quedó “admirada” e internamente “movilizada”. Más aún, dice que “nunca pensé que podría ser algo que yo misma viviría unos años después”.

Verónica nació en Mar del Plata (Argentina), donde vivió sus primeros 27 años de vida. Proveniente de una familia católica y educada en los valores cristianos, hizo parte de la Pastoral Juvenil Marista. Fue descubriendo el amor en el servicio, cada vez que participaba en diversas experiencias apostólicas con niños, ancianos y familias empobrecidas.

Gracias a la joven que había despertado su “chispa” misionera conoció el Centro de Formación y Animación Misionera para laicos ad gentes, que se encuentra ubicado al sur de Argentina. Al tiempo que estudiaba licenciatura en servicio social, en la Universidad Nacional de Mar del Plata, también hacía parte de un grupo de universitarios maristas que misionaban en comunidades Mapuches de la provincia de Chubut. “Esas experiencias fueron calando hondo en mi corazón, al punto que llegué a cuestionarme ¿por qué no puedo dedicar más tiempo a una actividad que me gusta tanto?”.

Misión ad gentes

De este modo, después de su graduación en la universidad, en el año 2005, decidió dejar su casa, su tierra y sus afectos, para lanzarse a la misión ad gentes en Mozambique, en la diócesis Xai Xai. “Haber descubierto que lo que le da sentido a mi vida es el amor que Dios me tiene cambió mi existencia, y no me lo pude guardar solo para mí, quise compartirlo especialmente con aquellos que todavía no conocen este amor, porque nunca nadie antes se los anunció”. 

En Mozambique había previsto prestar un servicio por tres años, pero terminó quedándose siete. Durante este tiempo comprobó la importancia de no hacer distinción entre el anuncio del Evangelio y las obras que ayudan a apurar la llegada del Reino de Dios. Ayudó a una comunidad que sufría por la carencia del líquido vital del agua, a obtener su propia bomba manual. En otra comunidad con un alto número de niños huérfanos, ayudó a garantizar seis hectáreas de tierra que sustentaran la vida de los pequeños. También consiguió becas de estudios universitarios, micro-créditos para que 75 familias pudieran concretar sus proyectos de emprendimiento productivo, y una donación de 80 sillas de ruedas para personas que no consiguen andar por sus propios medios. Son pequeñas semillas del Reino que recuerdan la parábola del grano de mostaza.

A modo de balance, comparte que estas experiencias le permiten descubrir que “salir de uno mismo para ir al encuentro del otro siempre es una ganancia. Puede ser que no sea fácil, porque uno tiene que dejar sus seguridades, pero si eso se hace en función de un bien mayor, de reconocernos hermanos, de ayudar a los que más nos necesitan, de trabajar por la dignidad humana… vale la pena”. 

Verónica está convencida de que “la misión es un encuentro a corazón abierto donde se comparte la vida y la fe, haciendo presente a Jesús y el Reino de Dios”. Comenta que “el misionero es el que promueve este encuentro”, y reconoce la importancia de sentirse enviada y sostenida por la Iglesia.

Ciertamente, a sus 38 años, no se resiste a la misión. El pasado 12 de julio, con una significativa eucaristía de envío en la que participaron sus familiares, amigos y buena parte de la provincia marista Cruz del sur, emprendió una nueva misión, integrándose al proyecto “Colaboración Misionera Internacional”, de la familia marista, en la Amazonía. Más concretamente, en la localidad de Tabatinga, en la triple frontera entre Brasil, Perú y Colombia. 

“No soy de grandes proyectos a largo plazo, lo que sé es que quiero gastar mi vida dando a conocer el Amor de Dios. Ahora he venido por un año a integrar una comunidad marista mixta de hermanos y laicos, en Tabatinga, y a dar una mano en el Proyecto de la Pan-amazonia, después… Dios dirá”. Su futuro, como su pasado y su presente, es, con toda seguridad, ser misionera.

Texto: Óscar Elizalde Prada. Foto: Archivo Particular.

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