Mario Serrano Marte

“Desde los pobres me encuentro con Dios”

Al-vuelo

El 23 de noviembre de 1968, en casa de sus abuelos y con el auxilio de una partera, nació Mario Serrano Marte. Ese mismo año sus padres emigraron de una zona rural y compraron una casa en un barrio pobre de la ciudad de San Cristóbal, República Dominicana. Con el apoyo de un tío, comenzó a estudiar en una escuela de los jesuitas. “Era una escuela pública, la más exigente de la región”, recuerda.

Mientras cursaba su bachillerato también hizo la carrera técnica de agronomía. “Allí conocí a unos jesuitas. Con ellos hacía retiros, campamentos, alfabetizaba, y de este modo fue creciendo mi experiencia religiosa ligada a una fuerte conciencia social”. Evocando esos días comenta una anécdota: “en 4º año de bachillerato lideré una protesta en la institución y asumí las consecuencias: eventual expulsión, trabajar los fines de semana en la finca escolar, abandono de los compañeros… pero al final, esta experiencia solidificó mi carácter y mi opción por seguir luchando por causas justas, sin importar las consecuencias”. Así lo ha hecho hasta el día de hoy, con los migrantes haitianos y dominicanos, con los afrodescendientes y con los más pobres. “Mis búsquedas más importantes están vinculadas a los pobres, desde ellos me encuentro con Dios y recibo su amor y su misión”.

Trabajó un año y medio como agrónomo. Con frecuencia su acompañante espiritual le preguntaba qué iba a hacer por el país y él sentía que la pregunta venía de Dios. Fue así como se sintió movido a colaborar con la obra del Señor: “no podía dedicar mi juventud trabajando para una empresa privada”, dice. La madrugada del 1º de septiembre de 1988 renunció a su trabajo y entró al noviciado de los jesuitas.

“De ojos abiertos”

Su itinerario de formación ha estado marcado por la austeridad, la inserción, los estudios y una espiritualidad encarnada en el prójimo y en la historia, “de ojos abiertos”, como le decía Benjamín González Buelta, su maestro en el noviciado. “Siempre he trabajado con poblaciones de barrios marginados y de migrantes. Durante mis estudios de filosofía en Santo Domingo colaboré en un centro de investigación y acción social, y en los veranos me iba a vivir en los ‘bateyes’ para aprender el kreyòl de los haitianos”.

Su compromiso con los desarraigados lo llevó a profundizar la teología, a realizar estudios en derechos humanos y, posteriormente, una maestría en sociología. En Venezuela trabajó hombro a hombro con las Comunidades Eclesiales de Base y colaboró con el Centro Gumilla (un centro de investigación y acción socio-política de los jesuitas). También se vinculó a los procesos de reflexión de la vida religiosa afro, a través de iniciativas locales y del proyecto afro-CLAR. Después de su ordenación sacerdotal, mientras estudiaba en el New School University de Nueva York, celebraba la eucaristía para las comunidades haitianas y dominicanas y ayudó a fundar el centro Fe y Justicia Altagracia.

A su regreso a la República Dominicana, en el 2004, fue nombrado director del Centro Social de la Compañía de Jesús y desde hace cinco años coordina el Servicio Jesuita a Migrantes y Refugiados, a nivel nacional. Desde allí ha “batallado” a favor de la educación pública y de los derechos de los migrantes. Con el terremoto de Haití, en enero de 2010, consolidó su compromiso social con el pueblo haitiano. Los últimos dos años ha acompañado a los dominicanos de ascendencia haitiana en su lucha contra la desnacionalización.

Tanto profetismo exige una alta dosis de mística. Por eso, en el 2009 Mario viajó a la India para vivir seis meses de oración y síntesis espiritual: “en la tierra de Gandhi encontré a Dios en el amor, en la búsqueda de la humildad y en la vida, experimentando, defendiendo y promoviendo la vida”.

Recientemente se ha trasladado a la frontera entre República Dominicana y Haití, desde allí continúa  dirigiendo la red de Centros Sociales de los jesuitas y la red Jesuitas con Migrantes, a nivel nacional. También coordina la plataforma zonal fronteriza de los jesuitas y es el superior de la comunidad. Es consciente de que uno de sus mayores retos es “el antihaitianismo que se ha creado, promovido muchas veces con la ayuda del Estado y de los sectores religiosos”. Pero también está convencido de que “hay futuro en el mundo y Dios nos acompaña”. “Con los años me voy dando cuenta de que tengo vocación para animar y enlazar buenas voluntades y capacidades para incidir en cambios estructurales, socio-políticos, y por qué no, espirituales, y espero que algún día, también eclesiales”, concluye.

Texto: Óscar Elizalde Prada. Foto: Archivo particular

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