El espíritu transnacional sobre las aguas

Extractivismo y responsabilidad de las empresas de capital extranjero

 

Aztlek

 

Hace algún tiempo, el movimiento de paz holandés IKV Pax Christi se pronunció acerca del proyecto de minería aurífera que pretende adelantar la empresa sudafricana AngloGold Ashanti en Cajamarca, Tolima. Al final de un informe, recomendaba a los habitantes de la región realizar una visita a la mina de oro de Yanacocha, situada en la población homónima de Cajamarca, Perú. Según IKV Pax Christi, esta visita le permitiría a la comunidad “discutir las prácticas pasadas y los impactos actuales y futuros, tanto con Newmont, la compañía operante, como con las diversas organizaciones locales”. Pax Christi se abstuvo de informar que un desierto se amplía allí donde alguna vez se extendió un valle fértil, dispuesto para la agricultura y la ganadería.

La extracción de oro a gran escala en la población peruana de Cajamarca se inició hace 22 años. Según un medio de comunicación local, “cerca de la mitad del valle ha desaparecido, hay racionamientos de agua en todo el departamento y, lo más importante, la laguna Yanacocha ha desaparecido completamente”. Luego de comprobar que a las problemáticas medioambientales de Yanacocha se suman problemáticas sociales como la delincuencia, la prostitución y la pobreza, el informativo NAPA afirma que “el crecimiento económico no basta para garantizar el desarrollo total de un pueblo”.

Paradójicamente, el gobierno de Juan Manuel Santos sostiene que la minería es una de las principales “locomotoras” capaces de jalonar el desarrollo económico del país. Según Jaime Díaz, sociólogo y teólogo colombiano, el presidente de Colombia estaría intentando emular políticas en materia económica llevadas a cabo durante el gobierno de Alan García en Perú: “Perú fue el país con mayor crecimiento en los últimos años en América Latina como fruto de la descomunal explotación minera”. Díaz señala que los proyectos de inversión en tiempos de Alan García constituían una tragedia, ya que incluían centrales hidroeléctricas, carreteras y puertos en zonas altamente vulnerables para el medio ambiente. Lo anterior es constatable en un sin número de poblaciones de la sierra peruana. Tal es el caso de Cajamarca.

Crece el rechazo

Según la base de datos del Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina, el proyecto minero de la AngloGold Ashanti en Cajamarca, Tolima, “pretende desarrollarse en una estrella hídrica de la cordillera central de Colombia, de la que emanan 161 nacimientos de agua”. De lo anterior se sigue que “perjudicaría a 6 municipios directamente y a 27 indirectamente”: al tiempo, “terminaría con el distrito de riego más grande de Colombia, el de Usocoello en la parte plana del Departamento del Tolima”. El informe de Colombia Solidarity Campaign, publicado en noviembre de 2013, subraya estas y otras consecuencias. De igual modo, denuncia los hostigamientos que siguen presentándose contra los líderes de la comunidad que se oponen al proyecto. De hecho, el texto está dedicado a César García, dirigente campesino asesinado recientemente.

La responsabilidad de las transnacionales en el daño sobre la naturaleza y, por tanto, sobre la calidad de vida de los colombianos, no es una mera suposición sin referentes, es un hecho. En diciembre se conocieron unas fotos de Greenpeace que daban cuenta del deterioro del páramo de Pisba, Boyacá, como consecuencia de las acciones de la compañía de capitales extranjeros Hunza Coal. Y otro ejemplo: hace unas semanas se cumplió un año desde que una barcaza de Drummond con sobrecarga de carbón se volcó en la bahía de Santa Marta.

El Consejo Episcopal Latinoamericano sostenía en 2011 que los estados se debilitan frente al poder económico de las empresas transnacionales: junto a la falta de transparencia crece la corrupción y al mismo tiempo se desgasta el sistema judicial. En aquella ocasión el CELAM añadía que le preocupaba la situación de muchas personas que vienen siendo amenazados a causa de proteger el medio ambiente. Han pasado casi 3 años desde este pronunciamiento y en Colombia el panorama empeora. ¿Es lícito dejar que el cielo y la tierra mueran mientras se espera que un cielo nuevo y una tierra nueva lleguen?

TEXTO: MIGUEL ESTUPIÑÁN MEDINA. FOTOS: AZTLEK

Compartir