Francisco recorre la comunidad de Varginha en representación de “todos los barrios de Brasil”
ÓSCAR ELIZALDE. RÍO DE JANEIRO | Una jornada intensa de principio a fin. Así fue el cuarto día de la 28ª Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), el jueves 25 de julio. De principio a fin fue una parábola del “pobrecillo de Asís” en medio de los jóvenes y de los más pobres. Francisco deslumbró por su cercanía con los más pequeños, su fraternidad con los más pobres y su sencillez con todos.
Sin importar que el evento principal fuera la fiesta de acogida en la playa de Copacabana, y que la visita a una favela fuera una actividad especial –pero no central– que se sumó a la agenda del Papa casi a última hora, ambos acontecimientos merecieron toda la atención del mundo católico –y no católico–, por la fuerza de su mensaje y la elocuencia de sus expresiones. A esto se agregó un inusitado encuentro con los peregrinos argentinos en la Catedral de San Sebastián, en el centro de Río de Janeiro.
A las 7:30 de la mañana, en la residencia de Sumaré, Francisco celebró la Eucaristía. Aunque se había previsto como privada, el Papa quiso que los seminaristas y los formadores de la archidiócesis participaran –unos 300, según comunicó el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi–. En su homilía, a propósito de las lecturas de la fiesta del Apóstol Santiago, no dejó de recordar a los futuros sacerdotes que el tesoro de su vocación es humano y frágil como una vasija de barro, razón de más para cuidarla y conservarla. Tampoco olvidó a las víctimas del trágico accidente ferroviario del día anterior en Galicia: “Rezo por las víctimas del accidente de Santiago de Compostela y me siento muy cercano a cuantos están sufriendo en estos tristes momentos”, había escrito en su cuenta de Twitter.
Antes de las 9:30 horas partió con su comitiva hacia el Palacio de la Ciudad, donde lo esperaba el alcalde Eduardo Paes, para el acto protocolario de la entrega de las llaves de la ciudad. Al acto asistieron el gobernador Sérgio Cabral y un grupo numeroso de funcionarios del gobierno municipal.
Enseguida, bendijo las banderas de los Juegos Olímpicos y Paraolímpicos que tendrán lugar en la cidade maravilhosa en el 2016, acompañado de varios protagonistas nacionales del mundo del deporte. Uno de ellos, el jugador de baloncesto Oscar Schmidt –que desde hace varios años lidia con un cáncer cerebral–, se puso de rodillas delante del Papa y recibió su bendición.
Con los ‘favelados’
Tras estos actos protocolarios, Francisco se dirigió hacia la favela de Varginha, en el complejo de Manguinhos, ubicada en la zona norte de la ciudad. Su anunciada presencia entre los favelados, recordó la visita que la beata Teresa de Calcuta hizo a esta misma comunidad en 1972, y la que realizó el beato Juan Pablo II, en 1980, a la favela de Vidigal, al otro extremo de la ciudad.
Previamente, Leandro Lenin, director ejecutivo del sector de Preparación Pastoral y Catequesis, había informado que, aunque al inicio no estaba prevista esta visita –dadas las limitaciones de movilidad y de salud de Benedicto XVI–, Francisco, luego de su elección, pidió que se incluyera en su itinerario, reafirmando de paso su convicción de que “nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo”.
Escoger cuál sería la favela “favorecida” para la visita no fue un asunto fácil. “Desde el punto de vista pastoral –comentó Lenin–, se buscó visibilizar una comunidad que no fuera muy conocida”. Luiz Antonio Pereira, coordinador de la Pastoral de las Favelas, agregó que también pesaron algunas “razones de seguridad que, sin embargo, no se impusieron a los motivos pastorales”.
A su llegada a Varginha, Francisco recibió un colorido collar de flores y una lluvia de abrazos de un grupo de niños que salió a su encuentro. Se dirigió hacia la pequeña capilla dedicada a san Jerónimo Emiliani, patrono de los huérfanos y de los jóvenes abandonados, acompañado por el párroco de la comunidad, Marcio Queiroz. Al entrar, hizo una pausa para orar en silencio. Luego, en un acto muy breve, bendijo el nuevo altar y dejó como presente a la comunidad parroquial un cáliz. El párroco lo recibió de manos del Papa con una particular recomendación: “Póngase aquí y deposite todos sus dolores en Cristo”.
Lo que vino después quedó registrado como uno de los momentos más significativos del viaje de Francisco a Brasil. La gente, que había adornado sus calles, salió con alegría a su encuentro. A la salida de la capilla, algunos niños se congraciaron entregándole un banderín del Club Atlético San Lorenzo de Almagro. Bergoglio bendijo a los pequeños y oró con ellos, no sin antes pedirles que hicieran un poco de silencio.
Cariño sin medida
A medida que se fue confundiendo entre la multitud de Varginha, Francisco recibió y derramó cariño sin medida. Sentía que los 1.152 habitantes de la comunidad representaban “a todos los barrios de Brasil”, como lo manifestó después. A su paso, la multitud estallaba en júbilo, especialmente cuando se detenía para cruzar algunas palabras, bendecir a los niños y recibir detalles sencillos.
Su cercanía no excluyó a nadie, ni siquiera a algunos integrantes de la Asamblea de Dios, a quienes se aproximó para saludarlos. El párroco, por su parte, no se separaba de su lado: “Constantemente me preguntaba quién era aquel o aquella y qué hacía en la comunidad”, dijo. A pesar de las limitaciones de tiempo, se le notaba interesado por conocer sus historias. Se impregnó del olor de estas ovejas que moran en la periferia.
Después, al llegar a la cancha de fútbol donde lo esperaban miles de favelados, se disculpó diciendo que “habría querido llamar a cada puerta, decir ‘buenos días’, pedir un vaso de agua fresca y tomar un cafezinho, no un vaso de cachaça”. Esta última aclaración, por su espontaneidad y calidez, arrancó risas y aplausos.
Habló de manera sencilla a los más sencillos, y les pidió que dieran al mundo “una valiosa lección de solidaridad”, una palabra que a menudo es omitida y silenciada, agregó, que “casi parece un palabrón”. De este modo, planteó la necesidad de instaurar una nueva cultura donde el otro no sea visto como un competidor o un número, sino como un hermano. “Todos somos hermanos”, acentuó Francisco, que ya había evocado un dicho popular que quedó grabado en la memoria de todos: “Siempre se puede añadir más agua a los frijoles”.
Frente al palco donde se encontraba el Papa y su comitiva, se divisaba una pancarta enorme de fondo azul y celeste. “El Papa de los villeros”, decía. La habían traído un grupo de jóvenes de la villa de Barracas, en la ciudad de Buenos Aires, que habían viajado 60 horas en bus para llegar a Río. También, a un costado de la cancha, colgaba una imagen de grandes proporciones de monseñor Óscar Arnulfo Romero, el obispo salvadoreño que fue asesinado 33 años atrás, por su radical defensa de los más pobres.
En su discurso, Francisco no dejó de abogar por la justicia y la defensa de los pobres ante las desigualdades sociales y económicas: “No hay una verdadera promoción del bien común, ni un verdadero desarrollo del hombre, cuando se ignoran los pilares fundamentales que sostienen una nación, sus bienes inmateriales”.
A propósito de los procesos de “pacificación” con los cuales las fuerzas militares del Estado buscan devolver la seguridad a las favelas y desterrar el micro-tráfico de drogas, el Papa afirmó que “ningún esfuerzo será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma”.
Finalmente, invitó a los jóvenes a que no se desanimaran ante la injusticia y la corrupción, a no perder la confianza ni permitir que la esperanza se apagara. Les ofreció “el don precioso de la fe, de Jesucristo”, al tiempo que les aseguró que no estarían solos en el camino: “La Iglesia está con ustedes, el Papa está con ustedes”. Prácticamente, la pastoral de las favelas recibió un nuevo aire y un fuerte impulso con la visita de Francisco.
Una particular mención merece el momento en el que el Pontífice ingresó a la casa de Manuel José da Penha y Maria Lúcia dos Santos, sobre la calle Carlos Chagas. Luego se supo que en la “Betania” de Francisco había al menos 20 personas, de todas las edades, desde niños recién nacidos hasta personas mayores. Todos se presentaron y pusieron en sus brazos a los más pequeños. Se tomaron fotos y luego rezaron juntos. “Todo pasó muy rápido”, contó después la dueña de casa. “No tuvimos tiempo ni de ofrecerle un cafezinho”.
“Quiero lío”
De Varginha a la Catedral de San Sebastián. A las 12:35 horas, el porteño Bergoglio tomó contacto con más de 30.000 jóvenes argentinos que lo aguardaban dentro y en los alrededores. Francisco valoró que muchos habían pasado la noche bajo la lluvia esperando este encuentro que también él deseaba. A su ingreso entonaron Un nuevo sol, el himno de la JMJ de Buenos Aires, hace 26 años. Era como un presagio de la osadía de las palabras que pronunciaría el Papa en la que sería su única intervención “sin papeles en la mano” y la primera en su idioma materno.
Después de que el presidente de la Conferencia Episcopal, José María Arancedo, presentase su saludo de bienvenida, Francisco tomó el micrófono y sin rodeos manifestó lo que esperaba como consecuencia de la JMJ: “Quiero lío en las diócesis, que la Iglesia salga a la calle, que nos desprendamos de todo lo que sea mundanidad, comodidad, clericalismo y estar encerrados en nosotros mismos…”. Paola Suárez, una joven de la provincia de Santa Fe, interpretó estas palabras como un llamado a “no tener miedo”.
Del mismo modo, Bergoglio criticó el actual modelo de civilización mundial, con una expresión que los jóvenes comprendieron muy bien: “¡Se pasó de rosca!”, con lo cual llamó la atención frente a la “eutanasia escondida” que excluye a las dos puntas de la civilización: los jóvenes y los ancianos. “Cuiden los extremos”, insistió, convencido de que en ellos está el futuro. Por último, les pidió que no licuaran la fe en Jesucristo, recordando que, aunque la cruz es un escándalo, es el único camino.
A las seis de la tarde, tuvo lugar “la fiesta de acogida de los jóvenes”, que marcó el primer encuentro con Francisco, en el segundo de los cinco actos centrales de la JMJ. Copacabana sería en adelante el lugar de referencia, luego de que se anunciara, unas horas antes, que la vigilia y la misa de clausura también se llevarían a cabo allí, dado que, con la cantidad de agua que había caído en esos días, el Campus Fidei se había tornado inhóspito e insalubre.
Cuarenta y cinco minutos duró la procesión de entrada de Francisco al palco principal, atravesando la Avenida Atlántica a lo largo de toda la playa. Una y otra vez se repitieron los gestos de cercanía del Papa. Los guardaespaldas no daban abasto aproximándole niños para que los besara y los bendijera. Incluso, en un momento dado, extendió su mano para alcanzar un mate que le ofreció un peregrino, y hasta intercambió su solideo por uno más artesanal que le alcanzó otro.
Fiesta de la fe
Hubo arte, música e imágenes representativas del país anfitrión al inicio del acto. Una creativa forma de decir bem-vindos (bienvenidos). “Los cariocas saben recibir bien, saben dar una buena acogida”, apuntó Francisco después del saludo de don Orani Tempesta, arzobispo de Río de Janeiro. Ante todo, fue un momento orante, orientado por la Palabra de Dios.
Aproximadamente un millón de jóvenes estaban allí, demostrando que “la fe es más fuerte que el frío y que la lluvia”. Bergoglio los felicitó por ser unos “verdaderos guerreros”. A esas alturas, Río se había convertido en “el centro de la Iglesia, su corazón vivo y joven”.
En sus palabras, al inicio y al final de aquel emotivo encuentro, retomó la iniciativa del proyecto Bota fe (Pon fe o Añade fe), que había sido diseñado por la Iglesia brasileña como parte del camino de preparación para la JMJ. El Papa se valió de esta iniciativa local para globalizar la llamada “revolución de la fe”, en el contexto del Año de la fe: “¡Pon fe! y tu vida tendrá un sabor nuevo… ¡pon esperanza! y cada día de tu vida estará iluminado… ¡pon amor! y tu existencia será como una casa construida sobre la roca…”.
Ese fue, ni más ni menos, su saludo de bienvenida a “la gran fiesta de la fe”. Poner a Cristo, en el centro de la vida, es tan necesario como la sal y el aceite cuando se prepara un buen plato. “Tu vida estará llena de su amor, será una vida fecunda”, les prometió Francisco, abrazándolos con su sonrisa.
En el nº 2.859 de Vida Nueva
Número especial JMJ de Vida Nueva