Santa Laura Montoya

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La canonización de Laura Montoya y Upegui, primera santa nacida en tierras colombianas, representó un hecho sin precedentes para el país. Dos vaticanistas, un misionero y un docente universitario comparten sus experiencias y sus testimonios frente a la celebración del 12 de mayo, presidida por el papa Francisco.

 

Francisco canoniza a la madre Laura Montoya, primera santa colombiana

Antonio Pelayo. Roma

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El pasado 11 de febrero, el entonces todavía papa Benedicto XVI presidió un consistorio para la canonización de nuevos santos de la Iglesia católica: Antonio Primaldo y sus numerosos compañeros mártires de Otranto; la madre Laura Montoya (primera santa de Colombia) y la mexicana María Guadalupe García Zavala, más conocida como madre Lupita. Solo Joseph Ratzinger sabía en ese momento que no sería él quien iba a presidir la solemne ceremonia, sino el cardenal que resultara elegido en el cónclave que abría su histórica renuncia a la sede de Pedro, anunciada inmediatamente después, en ese mismo acto, a los atónitos purpurados.

La Providencia ha querido que sea un pontífice latinoamericano como el argentino Jorge Mario Bergoglio quien, el pasado domingo 12 de mayo, en la vaticana Plaza de San Pedro, haya elevado a los altares a Laura Montoya, evangelizadora de los indígenas de Colombia, y a la mexicana María Guadalupe García Zavala, cofundadora de las Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres. Con estas dos religiosas, como decíamos, también fueron canonizados ochocientos varones martirizados por los turcos en 1480, después del sitio de Otranto. Son estos, pues, los primeros santos del que era hasta hace dos meses arzobispo de Buenos Aires.

Ni qué decir tiene que los días anteriores a la canonización, y de modo muy especial el mismo domingo, Roma ha visto llegar a un altísimo número de mexicanos y colombianos que querían ser testigos de una fecha memorable. Las delegaciones oficiales las lideraron Juan Manuel Santos Calderón, presidente de Colombia, y Roberto Herrera Mena, director general adjunto para Asuntos Religiosos de la Presidencia de la República mexicana.

Color latinoamericano

Con el papa Francisco, concelebraron la Eucaristía el cardenal Rubén Salazar Gómez, arzobispo de Bogotá, y los arzobispos de Medellín, Jericó, Santa Fe de Antioquía y Cali; por parte mexicana, lo hicieron los purpurados Francisco Robles Ortega y Juan Sandoval, arzobispo y emérito de Guadalajara, respectivamente, acompañados por los prelados de Chachapoyas, Islandia y Aguascalientes. También concelebró el cardenal hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa y coordinador del grupo de cardenales recientemente creado por Bergoglio para que le ayuden a reformar la Curia romana. El presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el cardenal Angelo Bagnasco, tuvo idéntico privilegio.

8738533657_cbf0fd1296_oEn su homilía, iniciada y finalizada en italiano, el Santo Padre utilizó el castellano para referirse a las dos santas latinoamericanas. De santa Laura Montoya destacó que “fue instrumento de evangelización, primero como maestra y después como madre espiritual de los indígenas, a los que infundió esperanza, acogiéndolos con ese amor aprendido de Dios y llevándolos a Él con una eficaz pedagogía que respetaba su cultura y no se contraponía a ella”. “También hoy –añadió Francisco–, sus hijas espirituales viven y llevan el Evangelio a los lugares más recónditos y necesitados, como una especie de vanguardia de la Iglesia” (ver recuadro).

Al referirse a la madre Lupita, afirmó que, “renunciando a una vida cómoda para seguir la llamada de Jesús, enseñaba a amar la pobreza, para poder amar más a los pobres y a los enfermos. Se arrodillaba en el suelo del hospital ante los enfermos y los abandonados para servirlos con ternura y compasión… También hoy, sus hijas espirituales buscan reflejar el amor de Dios en las obras de caridad, sin ahorrar sacrificios y afrontando con mansedumbre, constancia apostólica y valentía cualquier obstáculo”.

En las palabras que pronunció antes del rezo del Regina Coeli, Bergoglio deseó que, “inspirados en el ejemplo de concordia y reconciliación de su nueva santa, los amados hijos de Colombia continúen trabajando por la paz y el justo desarrollo de su patria”. Posteriormente, en la audiencia que mantuvo el Pontífice con el presidente Santos, tal y como él mismo contó, Francisco le “encomendó la paz de nuestro país y le reiteró la invitación para que nos visite lo más pronto posible”. Respecto a lo primero, tuvimos más detalles con el posterior comunicado de la Sala de Prensa de la Santa Sede. En él, además de las consabidas frases de rigor, se añadía este párrafo, importante por el diálogo entre las FARC y el Gobierno colombiano: “Se han analizado los retos a los que el país se enfrenta, sobre todo por lo que respecta a las desigualdades sociales. Tampoco ha faltado una referencia al proceso de paz en curso y a las víctimas del conflicto, y se ha manifestado el deseo de que las partes implicadas prosigan las negociaciones, animadas por una sincera búsqueda del bien común y de la reconciliación”.

Igualmente, y también antes de la plegaria mariana, el Papa pidió la intercesión de santa Guadalupe García Zavala por “la noble nación mexicana, para que, desterrada toda violencia e inseguridad, avance cada vez más por el camino de la solidaridad y la convivencia fraterna”.

La mañana era climáticamente muy benigna y el Pontífice, a bordo de su jeep descubierto, empleó hasta cincuenta minutos en recorrer la Plaza de San Pedro y adentrarse en la Via della Conciliazione. Allí lo esperaban las 30.000 personas que habían desfilado en la Marcha por la Vida, encuadrada en la campaña europea Uno de nosotros. A ellos y a todos los presentes, les aseguró Francisco su solidaridad en la iniciativa de “garantizar la protección jurídica del embrión, tutelando a todos los seres humanos desde el primer momento de su existencia”.

“Santa Laura Montoya nos enseña a ser generosos con Dios”

Estatua-LauraEn la Misa de las canonizaciones del 12 de mayo, el papa Francisco dedicó la segunda parte de su homilía a santa Laura Montoya, que con su palabra y testimonio de vida irradia la alegría del Evangelio:

La segunda idea la podemos extraer de las palabras de Jesús que hemos escuchado en el Evangelio: “Ruego por los que creerán en mí por la palabra de ellos, para que sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros” (Jn 17,20). En su obra de evangelización la Madre Laura se hizo verdaderamente toda a todos, según la expresión de san Pablo (cf. 1 Co 9,22).

Esta primera santa nacida en la hermosa tierra colombiana nos enseña a ser generosos con Dios, a no vivir la fe solitariamente —como si fuera posible vivir la fe aisladamente—, sino a comunicarla, a irradiar la alegría del Evangelio con la palabra y el testimonio de vida allá donde nos encontremos. En cualquier lugar donde estemos, irradiar esa vida del Evangelio. Nos enseña a ver el rostro de Jesús reflejado en el otro, a vencer la indiferencia y el individualismo, que corroe las comunidades cristianas y corroe nuestro propio corazón, y nos enseña a acoger a todos sin prejuicios, sin discriminación, sin reticencia, con auténtico amor, dándoles lo mejor de nosotros mismos y, sobre todo, compartiendo con ellos lo más valioso que tenemos, que no son nuestras obras o nuestras organizaciones, no. Lo más valioso que tenemos es Cristo y su Evangelio.

 

 

La santa que se salió de su mundito

FRAY MARIO RAFAEL TORO PUERTA, OFM.

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La Madre Laura Montoya y Upegui hace casi cien años inició la aventura que la llevó a los altares como la primera santa colombiana. Ella rompió los esquemas machistas que habían declarado la selva como espacio exclusivo para los hombres… Y en el aeropuerto CATAM un grupo de privilegiados (lagartos nos dijeron) iniciamos el camino a Roma, invitados por el Señor Presidente de la República, para participar en todas las ceremonias que se llevaron a cabo en la majestuosa Plaza de San Pedro y también aquí se rompieron todos los esquemas.

Abordo

En el avión íbamos personas de toda clase y condición, en un ambiente que rápidamente superó las barreras de origen, ideología, dignidad y conocimiento. ¡Qué bueno ver la Patria formada por hermanos, que ejercen servicios y profesiones diferentes! Había empresarios exitosos que hablaban de asuntos religiosos y sacerdotes que se interesaban por temas económicos; políticos y no cualquier clase de políticos, caminando en medias, buscando el calor de la zona de alimentos, porque la zona VIP estaba muy helada, y haciendo conjeturas sobre la renuncia del Ministro de Agricultura; diplomáticos fungiendo de consejeros espirituales; funcionarios del Estado contando cómo llegaron al lugar que ocupan sin padrinos y por méritos propios; militares y entre ellos algunas mujeres que prestan el servicio de atender a los viajeros con una ternura que no se imagina uno en gentes de la milicia; periodistas tan jóvenes que parecían colegiales, que estaban allí al acecho de las noticias para crear opinión pública –qué buena la frescura juvenil en los medios, no contaminada con odios de violencias partidistas; qué bueno recibir pildoritas cortas que nos dicen con picardía cómo se mueve “la cosa política” y nos dejan claro lo que está pasando, sin envenenar los espíritus–; y todos ellos se juntaron sin reparos para vivir esta aventura de un país reconciliado, así fuera en las alturas.

No podemos quejarnos de las atenciones: el Presidente se mezclaba con todos y hasta con los periodistas que lo seguían atento en sus “off the record”, es decir, “se los digo a condición de que no salga a la luz pública…”; su señora, pendiente de los detalles; sus hijos entre la gente, saludando de mano a los viajeros, lo que no vemos en tierra cuando llegamos a la casa de algún amigo, allí los jóvenes le huyen a las visitas, y hasta pagan escondedero para no tener que verse con los “jurásicos” amigos de sus padres. Y algo que me impactó muy positivamente: unos papás presidenciales que no han perdido la ternura. Como la santa que nos congrega, ellos ejercen con sus hijos la pedagogía del amor.

Llegamos a Roma después de una “escala técnica” para nosotros los del común, pero de trabajo para el Presidente, en la Base Militar CACOM 3 de Barranquilla. Al poco tiempo de haber decolado, los pasajeros fuimos fuertemente sacudidos. Alguien preguntó si no sería por estar sobrevolando Venezuela, pero no faltó quien dijera que eran vientos uribistas. De todos modos no duraron mucho, el doctor Uribe esa noche descansaba sereno en la casa de la Madre Laura en Jericó; al poco tiempo vino la calma, como si la Madre Laura estuviera haciendo otro milagro más para estar segura de su canonización.

Peregrinos en Roma

Aterrizamos en el aeropuerto de Ciampino, en las afueras de Roma, y muy rápido estábamos en el hotel que sería la sede presidencial en los dos días que duraría la peregrinación. Roma hervía de gentes de todas las razas, y las imágenes de Laura se veían en todas las vitrinas que circundan la ciudad del Vaticano. Por las calles desfilaban paisas, bogotanos, costeños que se abrazaban sin tener en cuenta sus prejuicios raciales: y entre ellos alguna indígena arhuaca; un negro de Apartadó, que además es sacerdote; una ribereña del Magdalena que llevaba en su mochila el sombrero vueltiao que se vio desfilar, con el carriel, traído por el alcalde de Jericó, en un carrito de esos que llevan, no se sabe para dónde, todos los regalitos que le dan al Papa en su gira por la Plaza de San Pedro, en el papamóvil que ahora es un destapado y sencillo ¡Papajeep!.

El obispo de Roma celebró una Eucaristía llena de ardor evangélico. La misionera santa Laura llevó al Papa a hablar de cómo los cristianos tendríamos que aprender a renunciar “a nuestro propio mundito”, que hace tanto daño, para salir al encuentro de las llagas de Cristo en los pobres, los desplazados, los necesitados. Justo lo que un poco después hizo el Papa, cuando finalizaba su apoteósica gira por entre la multitud y antes de llegar al final, después de mirar el reloj, le tocó el hombro al conductor –como para señalarle que debía parar– porque había llegado la hora de ir a besar las llagas de sufrimiento de quienes habían venido en sus sillas de ruedas a la misa.

Todo era alegría. En el momento en que se recitó la fórmula que declaraba santa a Laura, el sol se detuvo entre las nubes dando paso a una suave brisa. Era como si el espíritu de Laura recorriera el país desde las alturas de la Sierra Nevada hasta las profundidades de la selva amazónica, llevando la frescura del Evangelio de Jesús a los indígenas. Colombia vibraba, la madre Ayda Orobio, Superiora General de las hermanas misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, dejaba deslizar algunas lágrimas por sus mejillas, que se vieron recompensadas cuando más tarde, al llevar las ofrendas al obispo de Roma, éste la tomó en sus brazos como para decirle, levántate y con tus hermanas continúa el camino iniciado por su fundadora.

El papa Francisco recibió a Juan Manuel Santos en audiencia

En la mañana del lunes 13 de mayo, el papa Francisco recibió en audiencia, en el Palacio Apostólico Vaticano, al Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos Calderón.

20130513cnsbr0328Posteriormente, la oficina de prensa del Vaticano informó que “en el curso de las conversaciones, que se han desarrollado en una atmósfera de cordialidad, se ha hablado de la figura de la madre Laura Montoya y Upegui, primera santa colombiana y fecunda intérprete de las raíces cristianas del país”. El Servicio Informativo del Vaticano también destacó que se habló “de la aportación de la Iglesia a la promoción de la ‘cultura del encuentro’ y de sus obras al servicio del progreso humano y espiritual del país, en particular, de los más necesitados y de los jóvenes”.

Frente al proceso de paz y a las negociaciones que se desarrollan entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC, el Papa dio un importante espaldarazo: “se han analizado los retos a los que el país se enfrenta, sobre todo por lo que respecta a las desigualdades sociales. Tampoco ha faltado una referencia al proceso de paz en curso y a las víctimas del conflicto, y se ha manifestado el deseo de que las partes implicadas prosigan las negociaciones, animadas por una sincera búsqueda del bien común y de la reconciliación”. 

El Presidente Santos agregó, que el papa Francisco le dijo: “buscar la paz por el camino de la cultura del encuentro, es asunto de valientes”.

 

Ágape

Al medio día nos fuimos a tomar un almuerzo de reyes financiado por las misioneras pobres, a un hotel en la vía Aurelia, por donde salían los peregrinos de Santiago en tiempos medievales. Fueron momentos de euforia, en los que los fieles colombianos que se habían desplazado para la gran celebración se encontraron para contarse su alegría. Y entre besos y abrazos se fueron despidiendo, llevando consigo el recuerdo de una foto o un abrazo con el Cardenal Rubén Salazar o con algún otro de los muchos obispos colombianos o con nada más y nada menos que el mismo Presidente de la República. Todos orgullosos de tener algo que ver con las intrépidas monjitas que cariñosamente llamamos en Colombia las Lauritas.

El hervidero de gentes venidas de todos los rincones del mundo y de Colombia, se fue desapareciendo en la noche cálida de luna menguante que afilada se colocaba suavemente encima de la cúpula de San Pedro. Era como la diadema de la Santa que se había quedado flotando en las alturas. Las famosas gaviotas de la chimenea, que ahora no está, han dado su último vuelo antes de ocultarse en los jardines de la colina vaticana. Sin duda, el que juntó los dos anuncios, el de la santidad de Laura con el de su retiro por amor a la Iglesia, el papa emérito Benedicto XVI, ahora descansa tranquilo en su monasterio, detrás de esos muros, al abrigo de las multitudes y unido en su oración a Laura, a Lupita y a los 800 mártires que ese día también fueron canonizados.

El lunes “la resaca”, como la llaman los entendidos en la materia, nos llevó a todos a dar gracias en el altar de la Cátedra, la de Pedro, para no confundirnos con tantas otras cátedras en las que a lo largo de la historia se han sentado tantos impostores. La Eucaristía de agradecimiento por el regalo de la Santa fue presidida por los tres cardenales con que cuenta Colombia, Darío Castrillón Hoyos, Pedro Rubiano Sáenz y Rubén Salazar Gómez, ahora el Primado de Colombia, y concelebrada por casi 20 obispos y 80 sacerdotes colombianos. En ella estuvieron más de 500 fieles, la mayoría colombianos, encabezados por el Señor Presidente de la República, su familia y la comitiva del avión presidencial.

Por la paz

Al finalizar y antes de retomar el vuelo de regreso que tuvo como escala técnica la bella ciudad-puerto de Lisboa, justo un 13 de mayo, en el que recordamos a María, “la santa paloma que ha venido a América a traer la paz”, estuvieron en audiencia privada con el Papa Francisco, la primera autoridad del país, Juan Manuel Santos, su señora esposa María Clemencia, sus hijos y el personal cercano del Palacio. Una ceremonia íntima en la que se sintió la fuerza misteriosa del amor irradiada por el Papa. Hablaron de paz y reforzaron la idea de que sólo la práctica política del encuentro, para la que se necesita humildad y capacidad de perdón, puede sacar a Colombia de la encrucijada en la que se encuentra (ver recuadro).

La Madre Laura inició su proceso de acercamiento con los indígenas que habitaban la comunidad indígena del Pital, en el municipio de Dabeiba, a la sombra de un palo de mango que todavía se sostiene. Allí se inventó su proyecto comunitario. A ella le pedimos que nos ayude a todos a retomar ese camino del encuentro que es el único por el que podemos lograr la paz. El encuentro con nosotros mismos para no andar descentrados, perdidos; y el encuentro con el otro para tenderle la mano y regalarle calor humano; el encuentro con Dios que nos reconforta con su cariño de Padre.

Del avión presidencial no se bajó ningún indígena, ningún negro, pero sí se puede decir que estaban en el corazón de la santa y no necesitaban estar en el vuelo presidencial para entender que son ellos, junto con el doctor Carlos Eduardo Restrepo, a quien se le hizo un milagro, los más importantes en el proceso de canonización de Laura Montoya y Upegui.

 

Madre Laura santa… ¿Y ahora qué?

GUILLERMO LEÓN ESCOBAR HERRÁN. ROMA

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Es cierto que el presidente Santos se lució con la composición de la delegación con la cual quiso honrar a la Madre Laura y en ella a la religiosidad colombiana, continuando con una clara admiración que arrancó desde su tío abuelo Eduardo Santos quien se sorprendía cada vez que ella lo visitaba y le contaba de planes para el desarrollo de los indígenas y de los negros en las zonas de marginación donde ellos vivían. El auto de la presidencia, los aviones de entonces, se los prestaba Don Eduardo para que, con sus hermanas, la Madre se desplazara a continuar su trabajo.

Laura sabía que el Evangelio que ella predicaba y enseñaba necesitaba de aplicaciones concretas de bien común y esa convicción determinó la exitosa cooperación entre ella y el gobernante.

Por ello le impuso la Cruz de Boyacá afirmando que nunca antes había lucido tan bien esa condecoración como en su persona.

Juan Manuel ha retomado ese afecto. Y es difícil pensar la política indígena y para negritudes sin contar con las Lauritas, como se les llaman a las religiosas hijas de esta nueva santa.

En el sagrato de la basílica se ubicó en primera línea el presidente con María Clemencia, su señora, con María Ángela, la ministra, y cientos de colombianos venidos de tres continentes. Las hermanas demostraron su capacidad organizativa, sobretodo la hermana Lía y la hermana Esperanza, rostros visibles de una cantidad de religiosas que se movían por toda Roma procurando llevar a lo óptimo los esfuerzos de cada quien. Todo se movía a la perfección. No se necesitaba la exageración de algunos que afirmaron que los colombianos dormirían en la plaza de San Pedro, lo cual por razones de seguridad y costumbre es imposible, más aún cuando las boletas de ingreso, que son gratuitas, señalan el área puesta a disposición del feligrés.

Cerca de cien mil personas aplaudieron el ingreso de Francisco, que por unos instantes posó la mirada en los gobelinos de los santos. La figura de Laura estaba a la izquierda de la mirada de los fieles, en el centro el cuadro de los 813 mártires de Otranto y a la derecha la otra mujer santa, Lupita.

Todavía se esperan los comentarios de aquellos que interrogan a la Iglesia por el rol de la mujer, y que nada han dicho ante el hecho que los primeros santos del Papa latinoamericano sean dos extraordinarias mujeres del continente y que, en el caso de la colombiana, haya sido ella fundadora de una comunidad religiosa que traspasó Colombia, se dimensionó en el área andina, y hoy día está presente en tres continentes y 21 países donde el carisma de Laura Montoya obra en las tareas de humanización.

“Que así sea”

La celebración comenzó con la petición del cardenal jefe del ministerio de la “causa de los santos” al Papa, de que autorizara la inclusión en el libro de los santos y así llegar al reconocimiento mundial de Laura Montoya. Fue seca y emotiva la respuesta de Francisco: “que así sea”. El aplauso fue general, la gente se alzó y se agitaron las banderas tricolor. Luego se entregaron las reliquias que fueron colocadas frente al altar mayor. Allí salió la plenitud de una verdad irrefutable: ningún colombiano ha llegado tan alto y ese momento fue el que revivió la figura del patriarca paisa que en el entierro de Laura anunció, ya en 1949, que ella llegaría a la llamada “gloria de Bernini” porque “nos había nacido una estrella en el firmamento de la santidad y esa estrella era nuestra”.

8738527421_29dc06cb32_kLuego vino la celebración de la Santa Misa. Cardenales, arzobispos, obispos e infinidad de monseñores y de sacerdotes. Resaltaban el cardenal de Colombia Rubén Salazar y el obispo de Jericó, ciudad donde nació Laura, que al decir de ella el nombre que portaba –proveniente de laurel– ya le imponía la obligación de eternidad.

El clima era sereno; el Papa llegó a la predicación y dijo cosas maravillosas sobre la misión, la paz, la pobreza y aquello que cuando se toca la carne del pobre y del enfermo se toca la carne de Cristo. Para los colombianos, no menos que un escalofrío nos corrió por el cuerpo. Se recordaba esos puntos opuestos de la historia de Colombia. A mí personalmente me vino al recuerdo de cómo el ingreso a la vida cristiana por el bautismo, fue una ceremonia oficiada por el presbítero Evaristo Uribe y cómo su mayor dolor y sorpresa fue el saber –cuando ya tenía edad para saberlo– que otro de los Uribe –Clímaco– fue quien de dos balazos acabó con la vida de su papá, quien era personero de la ciudad de Jericó y de cómo ella y sus hermanos, animada por su madre, doña Dolores Upegui, rezaban por la salvación del alma de ése que Laura pensaba era un gran amigo de la familia. Me llamaba la atención la “lógica del perdón” y no podía menos que pensar que este Clímaco Uribe –hermano del bisabuelo de nuestro expresidente Álvaro–, era el punto de nacimiento, con la familia de Laura, de la política del perdón y de la reconciliación que tanto necesitamos.

Colombia en Roma

Cuando volví en mí fue a la hora de la consagración, a causa de las campanas. Luego vino el rezo del Padre Nuestro y el saludo de la paz que acerca a quienes están cercanos a derecha e izquierda. Entre los colombianos no hacía falta el imposible saludo de mano o el golpe en la espalda. Allí estaban en el mismo ambiente pacífico el Presidente, el Procurador, Vicky Dávila, Sanchez Cristo, los antiguos embajadores ante la Santa Sede –lástima la ausencia de Velásquez–, el general retirado Fredy Padilla, varios embajadores en Europa y un número increíble de colombianos de todos los estratos sociales, venidos de todas partes del mundo. Todos estábamos en paz y maravilló cómo en esa delegación de colombianos la comunión cerró con broche precioso la significación de esa presencia. Luego, una fila interminable de hombres de religión pasó a saludar al Pontífice y al final cinco laicos cerraban la fila, entre ellos el Presidente de Colombia. Llamó sí la atención que nadie de las Lauritas fue incluida en esa fila de devotos, ni de las mojas de Lupita.

La misa concluyó y el Papa se fue en el jeep descapotado para saludar a los peregrinos en la plaza y dedicarse a la bella pedagogía de los gestos de cercanía.

Al día siguiente se celebró en el altar de la Cátedra en la Basílica de San Pedro la misa de agradecimiento. La presidió Rubén Salazar y a él se unió la serena persona del cardenal Rubiano junto a la de Castrillón. Cientos de sacerdotes y de obispos y una multitud de fieles colmaron la basílica. Era Colombia en Roma. Quienes habían viajado el viernes en la noche desde Bogotá, regresarían después de todo este ceremonial, el lunes en la noche. Las fatigas valían la pena y nadie reparaba en ellas. Monseñor Raigosa –persona principal en el dicasterio para el clero– y las hermanas se dieron a la tarea de lograr que el Presidente autorizara el trasporte del gobelino a Colombia, y lo lograron ya que normalmente este envío posterior a la tierra de origen de la Santa es por demás costosa y riesgosa, ya que Roma no colecciona gobelinos ni de beatos ni de santos como algunos –medio en folclore– afirman.

A la salida nos saludamos todos, nos despedimos todos. Había valido la pena conocer gente tan buena y reasegurar la certeza de la excelencia de nuestro país y la vocación por la paz que debe encontrar resultados ciertos bajo un presidente capaz de lograr el momento síntesis de la justicia social, la prosperidad y la tranquilidad que la nación necesita y que ahora con Laura y con el papa Francisco dimensiona el sentido de la oración aquella que nos pide ser “instrumentos de la paz”.

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