RAFAEL AGUIRRE | El 22 de marzo falleció en su Santander natal Joaquín González Echegaray. Sacerdote, arqueólogo, historiador y biblista fue un humanista de amplísimos conocimientos y, a la vez, un hombre sencillo, cercano y cordial.
Fue director del Museo Nacional de Altamira y director del Instituto de Investigaciones Prehistóricas con sede en Santander. Días antes de su muerte fue investido doctor honoris causa por la Universidad de Cantabria. Pero apenas se ha resaltado que, además de Cantabria, el otro gran polo de la vida de Joaquín fue Jerusalén. Allí llegó en 1956 y, junto con otros dos compañeros, formó el primer grupo de residentes de la Casa de Santiago. Pronto dirigió unas excavaciones en el desierto de Judá, en la terraza de El Khian, que han marcado un hito en el conocimiento de la prehistoria palestina.
Volvía con frecuencia a Jerusalén, donde pasaba temporadas de estudio, y el resultado son numerosas publicaciones en que aborda la Biblia desde las perspectivas arqueológicas e históricas. Cito solo dos libros: Arqueología y Evangelios (1994) y Pisando tus umbrales, Jerusalén. Historia antigua de la ciudad (2005). Tuve la inmensa fortuna de coincidir en varias estancias en Jerusalén con él. Visitar la ciudad, y toda Tierra Santa, con él, era un continuo descubrimiento, un nuevo aprender a mirar. Hacía hablar a las piedras. Relacionaba la geografía con la historia y con la teología.
Existe un escrito inédito sobre Jerusalén de, 1956 a 1976, una pieza magistral que parece va a ser pronto publicada. Joaquín te enseñaba a ver y amar a Jerusalén con los ojos de un sabio y con el corazón de un creyente.
Fue un presbítero muy poco clerical, creyente serio y, como dijo el obispo de Santander en su funeral, “modelo de armonización entre la fe y la ciencia”.
En el nº 2.843 de Vida Nueva.
