Fútbol, el supremo

ARTURO GUERRERO

El omnipresente fútbol, la pelota incisiva, la fanaticada ignara, la correspondiente pantalla que reduplica al infinito el espectáculo. No bien termina una copa, cuando la ‘recopa’ remata la dosis de goles. Las hay según países, edades, continentes, clubes, estaciones. El fútbol es la segunda naturaleza del mundo, reemplazó a la música como idioma universal.

Cuando el profesor antioqueño Javier Naranjo, en el libro Casa de las estrellas, les pidió a sus alumnos de elemental que definieran la palabra ‘patria’, Diego Alejandro Giraldo, de 8 años, apuntó: “Es un partido de fútbol’. El periodista brasileño Geraldinho Vieira, ex director y actual vicepresidente de la agencia de noticias de infancia Andi, desafiado a nombrar a su país como este niño, replanteó: “No, Brasil no es un partido de fútbol, es ¡un campeón de fútbol!”
Durante el reciente Mundial Sub-20, jugado en Colombia, en los buses escarlata del sistema articulado capitalino TransMilenio fulguró este aviso: “Bogotá es fútbol”. Vestuario, vocabulario, alimentación, bebida, sueño, descanso, trabajo, conversación, relaciones, toda la cotidianeidad se pone cabeza abajo cuando el globo entra en estado de fútbol.
¿‘Entra’ en estado de fútbol? Por favor, ¿acaso se puede hablar de que hoy el mundo alguna vez ‘entra’ en esta catalepsia, siendo que de modo permanente anda suspendido de la suerte de un esférico? El fútbol no da tregua, no fatiga a las muchedumbres que logran vivir, suspirar, aullar, sufrir, vibrar por él los doce meses del año y en todos los idiomas de Babel.
Aupado por la televisión y por la publicidad de la industria licorera, el fútbol es para el siglo XXI fidedigno opio del pueblo. Ha monopolizado el éxtasis, ha acaparado la cultura, ha suplantado la grandeza.

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