Monjas que salen al encuentro de los no creyentes

Una comunidad de agustinas acoge a los alejados en el Camino de Santiago

(Miguel Ángel Malavia) A través de la búsqueda de Dios desde un espíritu renacentista, en una comunidad de religiosas agustinas en Becerril de Campos (Palencia) conviven monjas filósofas, teólogas antropólogas, políglotas, pintoras, músicas… Como explica la hermana superiora, Prado González, “todas ponemos nuestros talentos al servicio de la evangelización”. Hoy conviven en la casa 24 hermanas. Quienes han acudido a su casa huyendo del trasiego del día a día destacan los sentimientos que emanan de la convivencia con estas mujeres: interioridad, paz, recogimiento, pasión, fuerza, alegría, vitalidad.

Y es que reflejan la fuerza de lo nuevo. En el año 2000, enraizadas en el carisma agustino, siete de ellas fundaron el nuevo hogar. Desde el primer momento tuvieron claro que la pastoral de alejados sería un eje fundamental en toda su acción. Su camino en esta dirección les acabaría llevando hasta un Camino con mayúsculas, el de Santiago. Pero antes, el primer paso lo dieron asentando su propia vida comunitaria. Su día a día comprende la formación –todas estudian, ya sea teología, ciencias religiosas, psicología o la ciencia de base para la que mejor dotadas estén–; la elaboración de obras de arte y manualidades que luego venden en busca de la autosuficiencia; y el entregarse a la oración y la celebración de un modo que fascina a sus huéspedes.

Arraigada la comunión, buscan a la persona de fe, organizando Encuentros de Teología, Oración, Interioridad y Formación. A ellos están invitados todos. Desde los niños del pueblo, que reciben allí la catequesis, hasta los miembros de otras confesiones, siendo la labor ecuménica consustancial a estas mujeres. Y, tras el creyente, el desarrollo de su particular carisma: acoger “al que no busca a Dios, al alejado, al que anda perdido”. La respuesta a esa intuición les llevó hace cinco años hasta el Camino de Santiago. Su labor en la peregrinación jacobea se inició en un albergue en Bercianos del Real Camino (León), acudiendo cada verano. Según Carolina Blázquez, una de las hermanas fundadoras, “allí aprendimos a acoger a los peregrinos. Era una tarea apasionante, en la que el pueblo compartía con nosotros el trabajo y la ilusión por la acogida”.

Un coro siempre especial

Cada tarde organizaban un encuentro musical en el que se reunían vecinos y peregrinos. Entre todos formaban un coro siempre especial. Ante el éxito de la fórmula, en 2007 buscaron un albergue donde trabajar en la acogida de forma estable y continuada, asentándose en Carrión de los Condes (Palencia). Cada día llegan a Carrión unos cincuenta peregrinos, de toda nacionalidad y edad. Pero, ¿cómo se inicia la relación? “El Camino ya ha ido trabajando en ellos de forma misteriosa, de modo que, tras un primer acercamiento, muchos empiezan a sonreír, se acercan a preguntarnos o sencillamente a contar qué peso interior llevan sobre sí a lo largo de su peregrinación”, cuenta Carolina. Rota esa barrera, y como el problema de la diversidad de lenguas es un hecho, apuestan por crear un espacio de encuentro a través de la música.

Reúnen a los peregrinos e interpretan melodías conocidas por todos, como Gracias a la vida, el Himno a la alegría o Ultreia. Entonces, muchos se sienten interpelados y se incorporan al canto. Para Carolina, “es ahí cuando parece que es posible la unidad entre los pueblos. Ese sentimiento de fraternidad se afianza en la cena, en la que cada uno parte con los otros su pan. El día termina con la oración, en la que una hermana les ofrece una palabra de vida para su camino y dos regalos: una bendición sobre la frente de cada uno y una estrella de papel”. Ambas, bendición y estrella, quedan grabadas en su corazón.

Más información en el nº 2.720 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, lea el reportaje íntegro aquí.

Compartir