Ellacuría y el interés superior de la víctima

Ignacio-Ellacuría

Ignacio Ellacuría

(Antonio Beristain, S.J- San Sebastián) Ignacio Ellacuría entregó su vida –hace 20 años– por la defensa y promoción de los Derechos Humanos en la Universidad, la Iglesia y la convivencia, sin límite de fronteras. Pero, quizás no todos sabemos que, principalmente, fue profeta de los innovadores, básicos –e ignorados– Derechos victimales, que emergen en Jerusalén (I Simposio Internacional de Victimología, 1973) y se desarrollan a través de la World Society of Victimology, con más de trece ediciones que se van celebrando en los principales países del mundo.

Estos nuevos Derechos victimales merecen aquí, como recuerdo y homenaje a Ignacio Ellacuría, sus cinco compañeros jesuitas y las dos colaboradoras asesinados, una reflexión que desvele su doble faz: los Derechos victimales (además de respetar los Derechos Humanos tradicionales) buscan –a la luz de Gustav Radbruch– no unos derechos humanos mejores, sino “algo mejor” que los derechos humanos. Estos derechos victimales giran alrededor –y a favor– de las víctimas (con sus altruistas paradigmas e ideales de la justicia reparadora y dignificadora de las víctimas), más que de los victimarios, más que de los delincuentes. De estos innovadores derechos derivan nuevas facultades y obligaciones de reparación del daño causado, y de dignificación anamnética de las víctimas, y de la abolición de las penas castigo estructuradas por Hugo Grocio, De iure belli (Malum passionis quod infligitur propter malum actionis), que pretende infligir daño y sufrimiento a los victimarios. También derivan nuevos deberes de reconciliación.

Las sanciones vindicativas, desgraciadamente reactivadas por el profesor G. Jakobs y su Derecho penal del enemigo, aunque encuentran no pocos defensores, sin embargo, suscitan cada día más críticas serias y frontales entre especialistas españoles, europeos y americanos (F. Muñoz  Conde, J. A. Senent, E. R. Zaffaroni…). Estos maestros manifiestan que el Derecho penal del enemigo se opone radicalmente al núcleo de nuestra cultura, de nuestros principios y valores de responsabilidad, de fraternidad y de solidaridad.

Nuestro aprecio a los derechos victimales crece y se expande cuando analizamos el vivir y el morir de Ellacuría. Cuando investigamos,  pensamos y sentimos desde la clave hermenéutica de Isaías, en El Siervo Sufriente; de Sófocles, en Antígona; de Viktor Frankl, en El hombre paciente; de Maximiliamo Kolbe, al dar su vida por el compañero del campo de concentración nazi; de Jesús y su “Bienaventurados los que sufren por amor a la justicia”.

Esta pupila epistemológica desvela que el vivir y el morir de Ignacio Ellacuría significa un padecer, sí; pero más un entregarse, un hacer, un crear, nuevos derechos de calidad superior a los derechos humanos tradicionales. El multisecular imperativo categórico in dubio, pro reo se transforma, avanza y llega a sus antípodas: in dubio, pro víctima; ante la duda, a favor de las víctimas, el interés superior de la víctima.

Quien, como el paradigmático rector de la Universidad de El Salvador ‘José Simeón Cañas’, el jesuita Ignacio Ellacuría, se “hace cargo” de los derechos victimales, experimenta, interiormente, que distan de los tradicionales derechos humanos, como el oriente dista del occidente.

Los zahoríes victimales, cual nuestros jesuitas salvadoreños (muy especialmente homenajeados en la reciente y paradigmática Resolución del Congreso de los EE.UU., de 21 de octubre de 2009), intuyen y experimentan la soterrada realidad, la fuerza invencible –virtus in infirmitate perficitur– que brota de la debilidad, de la finitud, de la vulnerabilidad, como la luz brota de las tinieblas.

En el nº 2.684 de Vida Nueva.

Compartir