Sacerdotes vascos en el olvido

guernica(Juan Rubio– Director de Vida Nueva) Será en Vitoria, sede originaria de una diócesis que hoy son tres. Será una celebración litúrgica eucarística y no una beatificación o canonización. Será un acto religioso y no un acto político independentista. Estará presidido por los obispos diocesanos y están invitados especialmente el presbiterio diocesano y los familiares. Se celebra un día de julio, el 11, durante la celebración del  Año Sacerdotal convocado por el Papa. Es de justicia y entra dentro de ese ejercicio de “purificación de la memoria” a la que Juan Pablo II invitó con tesón ejemplarizante. No hay que buscar tres pies al gato, ni sospechas, ni más metasignificados. Los obispos vascos tienen claro los hechos, bien estudiados por historiadores solventes. Lo dicen claro: “Aquella contienda provocó muchos muertos, desaparecidos, encarcelados y desterrados. La comunidad eclesial no fue en absoluto ajena al sufrimiento: a numerosos laicos, religiosos y presbíteros les fue arrebatada la vida; muchos otros sufrieron represalias y pérdidas irreparables. Fueron más de setenta los sacerdotes y religiosos ejecutados en la diócesis de Vitoria, en los territorios controlados por uno u otro bando”.

Se perdieron los cuerpos y se borraron sus nombres. Quienes hacían esto se confesaban creyentes y usaban las mismas artimañas de quienes hacían igual desde la otra trinchera sin credo religioso. Ahora, la Iglesia los nombra con respeto y vuelve a deletrearlos, con unción: Martín Lecuona Echabeguren, Gervasio Albizu Vidaur, José Adarraga Larburu, José Ariztimuño Olaso, José Sagarna Uriarte, Alejandro Mendicute Liceaga, José Otano Míguelez C.M.F., José Joaquín Arín Oyarzabal, Leonardo Guridi Arrázola, José Marquiegui Olazábal, José Ignacio Peñagaricano Solozabal, Celestino Onaindía Zuloaga, Jorge Iturricastillo Aranzabal y Román de San José Urtiaga Elezburu O.C.D.

Es de justicia que se pongan esos nombres en los libros de registros de sacerdotes que cada diócesis tiene abiertos. Es necesario hacer reseña escrita, fuera de plazo, como se hizo en otros lugares, en las páginas de los Boletines Oficiales Eclesiásticos. Y es de fraternidad en el presbiterio diocesano que se eleve al Señor una oración por ellos conjunta y públicamente, aunque cada uno lo haga a diario en lo más profundo del corazón. Y habría que continuar añadiendo a la relación a muchos sacerdotes que en otros lugares sufrieron, incluso tras la guerra, la losa del olvido y la persecución.

Servicio a la verdad

No se hace por revanchismo, por salirse del guión ni por querer nadar contracorriente. Se hace por un ejercicio de respeto a la memoria histórica, sin amnesias interesadas que sirven a los gritos de una paz que no fue sino simple victoria. Los obispos lo hacen por un servicio a la verdad, oscurecida por los vencedores, y se hace para pedir perdón, esa dimensión tan evangélica a la que ni debemos ni podemos sustraernos. Dicen los obispos vascos: “Deseamos prestar un servicio a la verdad, que es uno de los pilares básicos para construir la justicia, la paz y la reconciliación. No queremos reabrir heridas, sino ayudar a curarlas o a aliviarlas. Queremos contribuir a la dignificación de quienes han sido olvidados o excluidos y a mitigar el dolor de sus familiares y allegados. Queremos pedir perdón e invitar a perdonar. De ninguna manera pretendemos erigirnos en jueces de los demás, sino reconocer ante Dios nuestras limitaciones en el pasado y en el presente. Sabemos que por el vínculo que une a unos y otros en el Cuerpo místico, y aun sin tener responsabilidad personal ni eludir el juicio de Dios, el único que conoce los corazones, somos portadores del peso de los errores y de las culpas de quienes nos han precedido. Al pedir perdón, la Iglesia se dirige, ante todo, a Dios, fuente de la vida y de la paz. A Él le pedimos ‘la luz y la fuerza necesarias para saber rechazar siempre la violencia y la muerte como medio de resolución de las diferencias políticas y sociales’. Que Él perdone nuestras ofensas y nos enseñe así a perdonar a los que nos ofenden”.

Leía a un obispo catalán esta afirmación: “Hay martirios bien patentes y martirios escondidos. Éstos no son considerados martirios, porque los verdugos han podido actuar dentro de la legalidad (…) Es el caso de los mártires que mueren bajo un alud de palabras, tiradas como piedras, cargadas de veneno, de odio y de mentiras, para acallar la voz profética o provocar la muerte social o simplemente ganar más dinero”.

En el nº 2.667 de Vida Nueva.

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