Roma aclara a los lefebvristas que deben reconocer el Concilio

La Secretaría de Estado emite una nota sobre algunos aspectos del levantamiento de las excomuniones

(Antonio Pelayo – Roma) Roma, esta vez -al levantar la excomunión a los cuatro obispos lefebvristas-, no ha hecho bien las cosas y ha provocado una tempestad que llevará mucho tiempo calmar. Incluso los favorables al “gesto de paterna misericordia” del Papa, entre los que me encuentro, consideran que la medida fue tomada sin las debidas cautelas y, sobre todo, sin las necesarias explicaciones para que fuese entendida por todos, dentro y fuera de la Iglesia en sus justas dimensiones. El reproche sería incluso válido sin el estrambote de las declaraciones negacionistas de Richard Williamson a la televisión sueca SVT1, pero mucho más cuando éstas se hicieron públicas el 21 de enero, el mismo día en que el cardenal Giovanni B. Re firmaba el decreto de suspensión de la suprema pena canónica. Sorprende que, ante un paso de tal calado, no fuesen sopesadas las reacciones que previsiblemente se iban a producir en todo el mundo y que no se adoptasen las preceptivas cautelas para que no fuese interpretado como una cesión ante las pretensiones de la Fraternidad y una devaluación del Concilio Vaticano II.

El 4 de febrero, la Secretaría de Estado emitió una nota “para considerar algunos aspectos”. Esta comunicación consta de tres puntos que, por su importancia, transcribimos casi en su integridad:

“Como ya se ha publicado con anterioridad, el Decreto de la Congregación para los Obispos, con fecha de 21 de enero de 2009, ha sido un acto con el que el Santo Padre ha ido benignamente al encuentro de reiteradas peticiones por parte del Superior General de la Fraternidad de San Pío X. Su Santidad ha querido remover un impedimento que afectaba a la apertura de una puerta al diálogo. Él ahora espera que una igual disponibilidad sea manifestada por los cuatro Obispos en total adhesión a la doctrina y a la disciplina de la Iglesia.

(…) La suspensión de la excomunión ha liberado a los cuatro Obispos de una pena canónica gravísima pero no ha cambiado la situación jurídica de la Fraternidad de San Pío X que, en el momento actual, no goza de ningún reconocimiento canónico en la Iglesia católica. Tampoco los cuatro Obispos, si bien absueltos de la excomunión, tienen ninguna función canónica en la Iglesia ni ejercen lícitamente un ministerio en ella”.

Aclarado este punto, que podríamos llamar definitorio del alcance canónico del decreto, la nota del Secretaría de Estado (hecha pública cuando el cardenal Bertone se encontraba en Madrid) aborda la cuestión para muchos central de este caso: “Para un futuro reconocimiento de la Fraternidad de San Pío X es una condición indispensable el pleno reconocimiento del Concilio Vaticano II y del magisterio de los Papas Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, y del mismo Benedicto XVI. Como ya se ha afirmado en el Decreto del 21 de enero de 2009, la Santa Sede no dejará de profundizar con los interesados, en los modos que se juzguen oportunos, las cuestiones que aún permanecen abiertas para poder alcanzar una plena y satisfactoria solución de los problemas que han dado origen a esta dolorosa fractura”.

De nuevo, la ‘shoah’

Finalmente, se aborda la cuestión, marginal al caso pero que ha suscitado el mayor escándalo, de la postura de Williamson sobre el Holocausto: “Las posiciones de monseñor Williamson sobre la shoah son absolutamente inaceptables y firmemente rechazadas por el Santo Padre, como él mismo ha subrayado el 28 de enero pasado cuando, refiriéndose al feroz genocidio, reiteró su plena e indiscutible solidaridad con nuestros hermanos destinatarios de la Primera Alianza y afirmó que la memoria de tan terrible genocidio debe llevar ‘a la humanidad a reflexionar sobre la imprevisible potencia del mal cuando conquista el corazón del hombre’, añadiendo que la shoah es ‘para todos una advertencia contra el olvido, contra la negación o el reduccionismo porque la violencia cometida contra un solo ser humano es violencia contra todos'”.

“El Obispo Williamson, para ser admitido en sus funciones episcopales en la Iglesia deberá también tomar distancia en un modo absolutamente inequívoco de sus posiciones sobre la shoah, que no eran conocidas por el Santo Padre en el momento en que levantó la excomunión”.

La Declaración de la Secretaría de Estado finaliza pidiendo oraciones para apoyar “la delicada y pesada misión del Sucesor del Apóstol Pedro como ‘custodio de la Unidad’ de la Iglesia”. Más vale tarde que nunca, pensaron todos los que, desde que se abriera esta crisis de credibilidad de la Iglesia (de auténtica “gafe” la han calificado otros), esperaban una aclaración de la Santa Sede.

A las comprensibles peticiones de explicación por parte de los judíos (VN, nº 2647) se añadió la de la canciller alemana Angela Merkel, que el 3 de febrero convocó una inusual conferencia de prensa para manifestar su disconformidad con la decisión de su compatriota Joseph Ratzinger. Ante algunas decenas de periodistas reunidos en la sede berlinesa de la cancillería federal, Merkel dijo que aunque tenía por norma no juzgar las decisiones internas de las Iglesias, esta vez se veía obligada a hacerlo por tratarse de una cuestión fundamental: “En mi opinión, no es un problema entre las comunidades cristianas, católicas y judías que viven en Alemania. El Papa y el Vaticano deberían aclarar de forma no ambigua que no puede haber un negacionismo y que hay que mantener relaciones positivas con las comunidades judías en general. Si la decisión del Vaticano lleva consigo la impresión de que se puede negar el Holocausto, esto no puede quedar sin consecuencias. El Papa y el Vaticano tienen que afirmar que no puede haber tal negación”.

Respuesta a Merkel

Apenas hubieron llegado a Roma los ecos de estas declaraciones de la canciller, el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede recordó que “sobre el tema del Holocausto, el Papa se había expresado con mucha claridad” en la sinagoga de Colonia (19-8-2005), en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau (28-5-2006) y en su comentario del 28 de junio. “La condena de las declaraciones negacionistas del Holocausto -insistía el padre Federico Lombardi– no podía ser más clara, y por el contexto resulta evidente que se refería a las posiciones de monseñor Williamson y de todas las posiciones análogas”.

Al día siguiente de que los periódicos alemanes con gran relieve recogieran la comunicación de la Secretaría de Estado, la señora Merkel no tuvo inconveniente en calificar de “señal importante y positiva” la petición vaticana al obispo lefebvrista a que reniegue pública e inequívocamente de sus tesis sobre la shoah. A sugerencia de sus consejeros diplomáticos, la canciller mantuvo el domingo 8 una larga y cordial conversación telefónica con el Santo Padre, en el curso de la cual quedaron disipadas todas las discrepancias y restablecida la excelente relación personal entre el obispo de Roma y la hija de un pastor luterano llamada a dirigir el gobierno de su país, donde la “cuestión judía” sigue aún abierta para muchos.

Siempre sobre esta crisis, han sido valientes y sumamente interesantes las confidencias del P. Lombardi al diario francés La Croix (6 de febrero), en las que confirma que el Papa ignoraba las declaraciones de Williamson, a diferencia del cardenal Darío Castrillón, presidente de la Pontificia Comisión ‘Ecclesia Dei’, que, en su opinión, “tenía que saberlo”. El jesuita pone el dedo en la llaga: “Yo creo que aún no se ha creado una cultura de la comunicación en la Curia, en la que cada dicasterio comunica de forma autónoma, no piensa necesariamente en que debe pasar a través de la Sala de Prensa ni, cuando la información es compleja, en redactar una nota explicativa”. Entrando más a fondo en la cuestión, el responsable de la información vaticana asegura: “Si las explicaciones de la nota de la Secretaría de Estado hubieran sido dadas el día de la promulgación del Decreto, nos habríamos ahorrado varios días de pasión. Sobre todo cuando se trata de argumentos ‘que queman’, es preferible preparar bien las explicaciones, pero es imposible evitar todas las dificultades. También hay que estar dispuestos a correr ciertos riesgos. Pero ciertamente no se puede progresar en un camino de reconciliación sin disipar las ambigüedades”.

En una entrevista concedida a Radio Vaticano, el cardenal Kasper era muy firme en su denuncia: “Me hubiera gustado ver más comunicación antes de que se tomase la medida. Es obvio que explicar algo mucho después de que haya ocurrido es siempre más difícil que hacerlo cuando ocurre. Ha habido fallos de gestión por parte de la Curia. Esto es algo que quiero dejar muy claro”.

Castrillón, ¿culpable?

Claro, clarísimo -si nos atenemos a lo publicado el 28 de enero por el diario Italia Oggi– fue el cardenal Re, quien, dirigiéndose en un autobús especialmente fletado para la ocasión, el pasado 25 de enero a San Pablo Extramuros, manifestó en alta voz ante otros curiales que el culpable de todo el enredo era el cardenal Castrillón, que no informó al Papa de las posiciones de Williamson y que había actuado en solitario y con prisas porque quería a toda costa cerrar este asunto antes de cumplir los 80 años (el 4 de julio próximo) y verse obligado a renunciar a su puesto.

Sea quien sea el responsable de este desaguisado, lo cierto es que todas las lenguas críticas se han desatado a su gusto, incluida la de Hans Küng. En un artículo distribuido por The New York Times y publicado por diversos periódicos del mundo, el ex profesor de Tubinga y líder de cierta disidencia intelectual hacia Juan Pablo II y Benedicto XVI (que le recibió, sin embargo, en audiencia privada en Castelgandolfo pocos meses después de su elección) ha escrito: “En nombre de una ‘reconciliación’ con un restringidísimo grupo de tradicionalistas reaccionarios, este Papa corre el riesgo de perder la confianza de millones de católicos del mundo entero que han continuado siendo fieles al Concilio Vaticano II. Que lo haya hecho un papa alemán empeora aún más las cosas. Las disculpas tardías no resuelven nada”.

Que todo, sin embargo, no se ha perdido lo confirma que en esta misma semana está prevista una audiencia del Santo Padre con los dirigentes del Congreso Judío Mundial. Excelente ocasión para desvanecer las últimas reticencias.

Al cierre de esta crónica conocíamos también que la Fraternidad ha relevado a Williamson como director del seminario Nuestra Señora Corredentora cercano a Buenos Aires. Sobre ello volveremos en el próximo número.

Conmoción por la muerte de Eluana

La muerte de Eluana Englaro, el 9 de febrero, después de 17 años en estado vegetativo ha causado en toda Italia una fuerte conmoción y ha avivado la polémica entre partidarios y contrarios a que se le suspendiese la alimentación y la hidratación. Después de sólo cuatro días de iniciarse la “cuenta atrás”, la joven, de 38 años, falleció en la ciudad de Udine, adonde había sido trasladada desde su Lecco natal, en la cual había pasado los últimos años atendida con amorosa solicitud por las religiosas de un hospital.

Diversas personalidades vaticanas -el cardenal Lozano Barragán, el cardenal Camillo Ruini y el cardenal Angelo Bagnasco, entre otros- no dudaron en calificar como eutanasia la decisión de retirarle los alimentos y el agua. Después de su muerte, han prevalecido las invitaciones a la oración por la fallecida y su familia, así como por todos los enfermos que se encuentran en parecida situación.

En el Angelus del domingo 8, Benedicto XVI no citó expresamente el ‘caso Eluana’, pero pidió oraciones por los enfermos, “especialmente por los que no pueden proveerse a sí mismos y son totalmente dependientes de otros”. La alusión era clara.

“Ojalá que este caso, después de tantas discusiones, sea para todos motivo de una tranquila reflexión y de búsqueda responsable de las formas mejores para acompañar con el debido respeto a la vida, con amor y atentos cuidados a las personas más débiles”, ha comentado el P. Lombardi.

En el nº 2.648 de Vida Nueva.

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