(María Gómez) El domingo 5 de octubre, a las 9:30 de la mañana, Benedicto XVI preside en San Pablo Extramuros la eucaristía de apertura de la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, sobre La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. Quiere ser éste un Sínodo pastoral y “misionero”, que dé “una Palabra que sea pan” y que favorezca el conocimiento y el amor por la Palabra, es decir, por Jesucristo, hombre y Dios, para fomentar la comunión, estimular la práctica de la lectio divina, dinamizar la liturgia y la oración, favorecer el ecumenismo y el diálogo interreligioso, orientar la evangelización, ser fermento en la cultura moderna, ofrecer una palabra de consuelo y esperanza…
Se trata del primer Sínodo enteramente de Benedicto XVI, por decirlo de algún modo. En octubre de 2005 se celebraba el primero de su pontificado, pero la convocatoria la había realizado Juan Pablo II, sobre La Eucaristía: fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia; Ratzinger cogió el testigo, presidió la asamblea sinodal y posteriormente promulgó la exhortación postsinodal Sacramentum Caritatis. Ahora el Papa alemán es quien ha convocado a este órgano de consulta permanente para tratar este asunto, muy relacionado con el anterior, pues la Palabra de Dios es uno de los “dos banquetes” de la celebración eucarística.
El tema, que fue dado a conocer el 6 de octubre de 2006, ha encontrado gran eco en la Iglesia universal. Lo demuestra la gran cantidad de respuestas a los Lineamenta -o documento de reflexión- enviadas por los Sínodos de las Iglesias orientales católicas sui iuris, las conferencias episcopales, los dicasterios de la Curia romana y la Unión de Superiores Generales (USG), así como instituciones monásticas, congregaciones religiosas y expertos a título personal. Una vez recibidas las contestaciones y reunido todo el material, se elaboró el Instrumentum laboris, una especie de orden del día para la XII Asamblea Ordinaria que comienza ahora.
Benedicto XVI ha manifestado su deseo de que de este Sínodo surja un redescubrimiento de la Palabra de Dios que aporte “una nueva primavera” a la Iglesia. “De esta manera -añade Nikola Eterovic, el secretario general del Sínodo- ella podrá desarrollar con renovado dinamismo su misión de evangelización y de promoción humana en el mundo contemporáneo, que tiene sed de Dios y de su palabra de fe, de esperanza y de caridad”.
La Palabra de Dios (que fue valorizada enormemente gracias a la constitución dogmática Dei Verbum, salida del Vaticano II, pero que es un documento poco conocido) ya ha producido muchos resultados positivos en la comunidad cristiana, como queda de manifiesto en el Instrumentum laboris.
Cuestiones abiertas
Se cuentan como frutos la sustancial renovación bíblica en el ámbito litúrgico, catequístico, exegético y teológico; la práctica incipiente pero provechosa de la lectio divina; la difusión de la Biblia a través del apostolado bíblico y del esfuerzo de los grupos y movimientos; el número creciente de nuevos lectores y ministros de la Palabra, así como la disponibilidad cada vez mayor de instrumentos de la comunicación actual; y el interés por la Biblia en el ámbito cultural.
Pero aún hay muchos aspectos que permanecen abiertos. Quizá uno de los asuntos más graves es el desconocimiento acerca de la Biblia. A pesar de ser el libro más traducido y difundido en el mundo, “por desgracia no es muy leído”, reconoce Eterovic.
Bajo el patrocinio de la Federación Bíblica Católica (FBC), el instituto GFK Eurisko elaboró un estudio sobre La lectura de las Escrituras en algunos países que fue presentado en el Vaticano el pasado mes de abril. La conclusión más relevante es que los fieles tienen una actitud positiva hacia la Sagrada Escritura porque es una referencia importante en la vida y en la cultura de amplias mayorías de la población, pero se les hace difícil encarnarla en la vida cotidiana. Para Vincenzo Paglia, presidente de la FBC, “se abre un primer desafío: cómo pasar de la fascinación que las Escrituras siguen suscitando también en una sociedad secularizada” a una “palabra eficaz y fuerte que cambia el corazón y la vida”. Para ayudar a los fieles a entender el significado de la Biblia y a aplicarlo en la vida individual y comunitaria, Paglia sugiere “energías nuevas” que revitalicen iniciativas como escuelas de la Palabra, del Evangelio o de lectura y escucha de la Biblia.
La lectura de la Biblia no se resiente de la tendencia política del lector, si éste es ‘de derechas’ o ‘de izquierdas’, pero sí guarda una cierta relación con el efecto secularizador, que se concreta en una brecha que divide, a grandes rasgos, el mundo anglosajón de la Europa centro-occidental.
España, a la cola
El estudio revela que los estadounidenses son los que más leen la Biblia (75%), seguidos por polacos (38%), británicos (36%) y rusos (35%). A la cola se sitúan los españoles: sólo el 20% han leído la Biblia o la han usado en su oración en el último año; además, son los que tienen menos conocimientos bíblicos básicos: apenas un 17% sabe contestar correctamente a preguntas como si los Evangelios pertenecen a las Escrituras, si san Pablo pertenece al Antiguo o al Nuevo Testamento o si Jesús escribió algún evangelio. Tampoco los italianos salen muy bien parados: sólo el 38% ha leído un pasaje bíblico en los últimos doce meses.
La fractura entre la verdad de fe y la experiencia de vida se advierte sobre todo en el encuentro litúrgico con la Palabra de Dios. A esto se suma una cierta separación de los estudiosos y expertos con respecto a los obispos, sacerdotes y fieles. Y no debería ser así, ya que es en la Eucaristía “donde la palabra demuestra su milagrosa eficacia”. “El Sínodo quiere presentar la unidad entre el pan de la Palabra y de la Eucaristía, entre la liturgia de la Palabra y de la Eucaristía, que están tan unidas entre sí hasta el punto de formar la única mesa del Pan de vida”, recuerda Eterovic.
Todos éstos son, entre otros muchos, los puntos que centrarán la reflexión en la asamblea sinodal. Cumplidores con la síntesis del título de la convocatoria, los obispos se preocuparán por dar primacía a la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia, pero no ocultan que hace falta una pedagogía de la comunicación creativa y con coraje adaptada al tiempo presente. Quieren garantizar que, a pesar de las dificultades en su comprensión, la Biblia es la revelación de la Palabra de Dios y que es el Espíritu Santo quien conduce a su comprensión completa. Asegurando que los fieles están deseosos de escuchar la Palabra de Dios, reconocen la urgencia de superar la indiferencia, la ignorancia y la confusión sobre las verdades de la fe, así como la falta de preparación, y subrayan la necesidad de una pastoral bíblica y de una animación bíblica de la pastoral entera.
Admiten su competencia y responsabilidad como pastores, lo que exige una continua actualización formativa, y apuestan por que el laicado no sea sólo un sujeto pasivo, sino que se transforme en receptor de la Palabra y en anunciador debidamente preparado y sostenido por la comunidad.
En definitiva, y en palabras del secretario general, con el Sínodo “se desea reforzar la comunión eclesial, fomentar la vocación universal a la salvación, reforzar la misión a los que están cerca y a los que están lejos, renovar la fantasía de la caridad, tratando de contribuir en la búsqueda de soluciones a los muchos problemas del hombre contemporáneo, que tiene hambre tanto de pan como de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
El Sínodo de los Obispos nació en 1965, de la mano de Pablo VI, como una institución permanente de consulta aparte (o además) de las congregaciones y consejos de la Curia romana, que abarca toda la Iglesia. En él, los obispos de todo el mundo caminan juntos compartiendo experiencias con el objetivo de buscar soluciones pastorales que tengan validez y aplicación universal. Aquel espíritu de comunión y colegialidad del Vaticano II revive cada vez que el Papa cita a la institución.
Universal
En esta ocasión, Benedicto XVI ha nombrado 32 miembros, 41 expertos y 37 auditores para que participen en la asamblea sinodal; a ellos se suman unos 180 obispos elegidos por cada una de las conferencias episcopales, diez religiosos escogidos por la USG y los presidentes de los dicasterios de la Curia. La presidencia la ocupan: como presidentes delegados, los cardenales William Levada, prefecto de Doctrina de la Fe; George Pell, arzobispo de Sydney; y Odilo Scherer, arzobispo de São Paulo. Junto a ellos, el cardenal Marc Ouellet, arzobispo de Quebec, como relator general; Laurent Sonsengwo Psinya, arzobispo de Kinshasa, como secretario especial; y el ya citado Eterovic, secretario general.
Quizá una de las novedades más destacadas es la alta participación femenina, 25 mujeres en total, recibido como algo positivo, más teniendo en cuenta que en el anterior Sínodo no participó ninguna, y en el de 2001 sólo hubo una.
Y si habitual es la asistencia de 15 ‘delegados fraternos’ de otras confesiones, por primera vez un no cristiano hablará en la asamblea sinodal: Shear-Yashuv Cohen, rabino jefe de Haifa y miembro de la comisión mixta de Israel y la Santa Sede, quien declaraba: “Es una invitación que implica un mensaje de amor, de convivencia y de paz”.
Éste será un punto importante, tal y como alienta el Papa: “Las grandes tareas de la comunidad eclesial en el mundo contemporáneo -entre tantas, subrayo la evangelización y el ecumenismo- se centran en la palabra de Dios y al mismo tiempo están justificadas y sostenidas por ella. Igual que la actividad misionera de la Iglesia, con su obra evangelizadora, encuentra su inspiración y su objetivo en la revelación misericordiosa del Señor, así también el diálogo ecuménico (…) debe estar animado únicamente por la referencia constante a la Palabra originaria que Dios ha entregado a su Iglesia para que se lea, interprete y viva en su comunión”.
En el nº 2.630 de Vida Nueva.