Philip Najim: “Irak es un país de muerte”

Procurador de los caldeos iraquíes en Europa

(Darío Menor– Roma) Philip Najim tiene un trabajo difícil. Él solo representa en Europa a una de las minorías religiosas más perseguidas de Oriente Medio: los cristianos caldeos de Irak. Asesinados en su país y obligados a emigrar, los caldeos han recibido numerosas muestras de cariño por parte de Benedicto XVI, que el pasado mes de noviembre creó cardenal a su patriarca, Emmanuel III Delly. Al analizar la situación de su país y de su Iglesia, Najim no es nada optimista: “Irak es un país donde existe una industria de la muerte. En estos años se han desarrollado todos los métodos para asesinar a un ser humano”.

En su opinión, la única salida sería que los partidos políticos dejaran a un lado sus diferencias étnicas y se preocuparan por la población iraquí en su totalidad. La clave está en recuperar la unidad nacional que siempre ha tenido Irak. “El odio entre distintas fes no ha existido jamás. Cuando yo era pequeño, mis vecinos de un lado eran chiíes, los del otro lado eran sunníes, y mi familia, cristiana. Nunca tuvimos problemas”, cuenta.

¿Cree que los católicos europeos conocen suficientemente a la Iglesia caldea?

Es necesario estudiar más las Iglesias orientales, conocer su propia historia, saber cómo nació la cristiandad en Oriente, sus tesoros litúrgicos… Después de ello, sí se puede visitar, como forma de profundizar en los conocimientos de estos pueblos. Hablando de la Iglesia caldea, a veces se tiende a menospreciarla por su número, sin pensar si quiera que los sucesivos Gobiernos iraquíes no han querido nunca anunciar el número de fieles caldeos. Pese a que suponían entre el 5 y el 6% de la población, siempre decían que eran el 3%. Ahora, han salido las cifras reales, que reconocen que superan el 5%, más de un millón de personas. Hay que tener en cuenta que se trata de una comunidad que vive en Oriente Medio, en un país musulmán. No es una nación europea donde puedo ejercitar tranquilamente mi fe.

¿Cuántos caldeos han dejado Irak por la guerra?

Tenemos dos diócesis en los Estados Unidos con unas 200.000 personas. El año pasado creamos otra diócesis en Australia, con unas 35.000 personas, incluida Nueva Zelanda. En Canadá hay parroquias, con unas 30.000 o 40.000 personas. En Europa, habrá unas 80.000 o 100.000 personas, una cantidad que crece cada día con nuevos inmigrantes. El número mayor está en Suecia. En Turquía, Siria, Jordania y Líbano también hay millares de cristianos iraquíes, que todavía no sabemos a dónde se dirigirán.

Miedo

¿Cuántos quedan en Irak?

Unas 600.000 o 700.000 personas, aproximadamente.

¿Sigue habiendo miedo a nuevos secuestros y asesinatos, como el del arzobispo Paulos Faraj Rahho, el pasado mes de marzo?

La comunidad cristiana iraquí vive en el miedo. Es débil desde el punto de vista económico y social. Cuando EE.UU. y sus aliados atacaron Irak, dijeron que tenían un proyecto para impulsar la democracia en el país, para que fuera un modelo para las otras naciones de la región. Lo que ha sucedido después de cinco años de invasión es muy diferente: no ha comenzado ninguna democracia y las fuerzas políticas actuales no tienen un objetivo para construir un Estado como se debe, sino que sólo representan a su etnia, a su religión. Por eso el Estado queda hecho trizas. El pueblo iraquí no está en el centro de la atención del actual Gobierno. El Estado es débil porque está dividido, no es único. No tiene el objetivo de construir Irak de nuevo. La situación afecta a todos los iraquíes. La Iglesia, como institución muy importante en el país, ha sufrido los daños como todo el Estado. Daños notables.

¿Se sabe quién mató al arzobispo Rahho?

La policía anunció que detuvieron a tres personas responsables. Les están investigando y dicen que son parte de Al Qaeda. Ahora dicen que los han condenado a muerte. No se puede hacer eso. Nosotros estamos en contra de la pena de muerte. Nuestros principios cristianos nos enseñan que la vida es un don natural y hay que defenderla. Además, monseñor Rahho era un obispo de la Iglesia universal, y ésta, como pueblo de Dios, tiene derecho a saber qué es lo que real­mente ha sucedido y cómo se ha investigado. Es una situación anómala. No ha sido un secuestro por dinero, sino que lo han hecho para asesinarlo a él y a su secretario. Cuando no se realiza la justicia, el pueblo sigue perdiendo la confianza.

Y siguen dejando el país.

Sí. Aunque los políticos digan que ha mejorado, si fuera así la gente no seguiría yéndose. Lo vemos cada día: es un goteo constante de 10-15 muertos. Si dicen que la seguridad es ahora mejor basándose en que muere menos gente, es síntoma de que Irak es un ­país de muerte. Yo, como cristiano, sigo teniendo miedo, porque es un país donde existe una industria de la muerte. En estos años se han desarrollado todos los métodos para asesinar a un ser humano.

¿Cómo es la vida normal de un cristiano iraquí?

Tiene miedo: miedo cuando sale de casa, cuando va a trabajar -si es que tiene trabajo-, cuando vuelve… y tiene un futuro incierto para él y para su familia. El futuro es incierto tanto para él como para la Iglesia local.

¿Y los jóvenes, creen que la cosa cambiará o sólo quieren dejar el país?

En mis visitas a las distintas comunidades inmigrantes iraquíes en Europa veo que los jóvenes tienen una profunda relación con su Iglesia, mantienen una esperanza. Pero se ve el sufrimiento profundo en sus ojos. Ellos te impulsan a seguir trabajando. La fe les da una luz para seguir adelante. La misma fe que ilumina a muchos sacerdotes a seguir en Irak para continuar.

¿A usted le gustaría volver a Irak?

Sí; me gusta vivir en Roma, pero me falta todo. Yo tenía idea de ir a servir a mi país en otro lugar. Mi trabajo como procurador es complicado y satisfactorio, pero necesita mucha atención. Debes vivir con tensión siempre. Nunca he sentido que esta sea mi casa. No es fácil vivir de una nación a la otra.

El Papa ha hecho numerosos llamamientos a favor de los cristianos de Irak. ¿Les anima su apoyo?

Cuando se realizó la ceremonia de creación de cardenales en noviembre, pidieron que cada neo-cardenal fuera acompañado de un secretario. Yo acompañé al patriarca Delly y me senté detrás de él. Cuando se produjo la presentación de los cardenales, sentí temblar la Basílica de San Pedro por los aplausos. En aquel lugar sentí toda la grandeza, el sufrimiento y la debilidad de la Iglesia caldea. Con esta elevación al cardenalato, el Santo Padre ha dejado en cada uno de nosotros una responsabilidad muy grande. Cuando salimos de San Pedro sentí que nos encontrábamos en el seno de la Iglesia universal. Con este gesto, el Papa ha puesto el foco en la Iglesia caldea. Este gesto no será nunca olvidado. Ha sido como decir a todos los iraquíes: “Estamos con vosotros”. Este honor es un gesto de amor.

Gestos del Papa

El último gesto del Papa ha sido la ordenación de un sacerdote iraquí junto a otros nuevos curas de la diócesis de Roma. ¿Cómo vivió usted la ceremonia?

El Papa quiso seguir mostrando su cercanía y pensamientos hacia Irak con este evento. El Santo Padre, a través de sus gestos, no sólo ha mostrado su cercanía a los iraquíes; ha dejado claro que es algo que le afecta. Él vive la tragedia del pueblo iraquí todos los días. He podido constatarlo viéndolo yo mismo cuando concelebramos la misa en privado para la comunidad iraquí en el Vaticano con Benedicto XVI. Después de la misa, en el coloquio que mantuvimos, se notaba cómo sufre por la situación iraquí.

¿Encuentra el suficiente apoyo por parte de los obispos europeos?

Entiendo que tantas diócesis en Europa tienen problemas: menos fieles, menos contribuciones, menos trabajo pastoral. Y yo les digo: “­Colaboremos, acojamos a las comunidades cristianas orientales”. Ayudémosles a que se integren, pero conservando su patrimonio litúrgico y teológico, manteniendo su identidad. Cuando alguien emigra no significa que vaya a otro país y deje en el suyo su identidad. Así no puede ser. Las Iglesias locales europeas deben entender que somos católicos pero también orientales, nuestra liturgia es diferente. Recordemos las palabras de Juan Pablo II, que decía que en la Iglesia universal se respiraba con dos pulmones: el de Occidente y el de Oriente. Ése es el verdadero significado de la Iglesia universal.

¿Se han llevado a la práctica esas palabras de Juan Pablo II?

No, no del todo. Hablamos de acercamiento con otras comu­nidades cristianas, pero es necesario que Iglesias como la caldea, que ya forman parte de la Iglesia católica, sean más estudiadas y entendidas, como decía antes. Hay que conocer más estas comunidades, ya que son ellas las que han hecho conocer Cristo al mundo. Es ahí donde comenzó todo, donde nació la fe. No nos engañemos: la fe no se ha hecho según la belleza de la Basílica de San Pedro, sino sobre los mártires. O soy cristiano y católico y ésta es mi casa, o no sé qué soy. Muchas veces me sorprendo cuando un obispo europeo me dice que no puede crear una Iglesia según el rito caldeo. Hay que recordar que nuestro rito no es latino. Si hay un xódigo de Derecho Canónico para las Iglesias orientales, debe ser respetado y puesto en práctica. La ­Iglesia católica está compuesta por estos dos ritos: el latino y el oriental. Y esto algunos de los obispos europeos no lo tienen en cuenta con los inmigrantes iraquíes llegados a Europa. No pedimos ser separados de las diócesis locales, sólo que se mantenga nuestra identidad. La integración es una cosa y la transformación otra.

¿Qué futuro ve para Irak?

Esperemos que tenga un Go­bierno compacto y serio, preo­cupado por los intereses del pueblo iraquí al completo. Así, los inmigrantes podrán volver algún día a su país. El Gobierno no tendrá éxito, si no deja sus intereses propios. Ahora mismo, no tenemos un partido que represente los intereses de todo el país. Este odio entre distintas fes no ha existido jamás en Irak. Por ejemplo, cuando yo era pequeño, mis vecinos de un lado eran chiíes, los del otro lado eran sunníes, y mi familia, cristiana. Nunca tuvimos problemas. La naturaleza de Irak era que los vecinos eran parte de la casa, fueran de la confesión que ­fueran. Entonces imperaba un viejo dicho iraquí: “La fe es para Dios, pero la patria, para ­todos”. Escucho en ocasiones hablar de una reconciliación patriótica, pero para lograrla debemos ponernos todos de acuerdo, dejando a un lado nuestras diferencias. Y eso es difícil.

No es optimista…

Me lo dicen mucho. Lo siento, pero esa es mi opinión personal. Lo dije hace cinco años, al principio de la guerra, y lo digo ahora. Como iraquí, sé perfectamente hacia dónde estamos andando: hacia la nada, hacia la ruina. Hemos perdido nuestro patrimonio histórico y arqueológico, nuestra identidad mesopotámica, nuestra identidad como seres humanos y nuestra riqueza material. ¿Cómo puedo ser optimista?

DEMASIADAS MALAS NOTICIAS

Philip Najim es un hombre obstinado. Siempre pegado al teléfono, siempre solícito a las llamadas que le llegan de su país y de la diáspora de caldeos iraquíes repartida por el mundo. A mitad de la entrevista, mientras explica con decisión y dolor los problemas por los que pasan sus “hermanos” en Irak y en el reguero de países adonde han debido emigrar, recibe una de sus continuas llamadas de teléfono. Deja de inmediato el italiano, que domina a la perfección, y se vuelca en el hermoso árabe coloquial que hablan los nacidos a la orilla del Tigris y el Éufrates. “Era de Turquía. Ha aumentado tanto el número de caldeos iraquíes llegados en las últimas semanas que me piden que les envíe algunos sacerdotes. A ver si podemos resolver este asunto antes del verano”, cuenta. “Iré pronto a Turquía. Continuamente viajo por Europa para conocer de primera mano la situación de los caldeos. Sobre todo se han establecido en Suecia”.

Del goteo de malas noticias que le llegan por teléfono y por los medios de comunicación, Najim ha recibido una especialmente dura estos últimos meses: el secuestro y posterior asesinato de Paulos Faraj Rahho, arzobispo caldeo de Mosul. “Esperábamos que todo saliera bien, como en otras ocasiones, en las que secuestraron a miembros de nuestra Iglesia por dinero, para pedir un rescate”. Sin embargo, en esta ocasión el móvil fue diferente y los secuestradores sólo llamaron al final, para decir que el cuerpo sin vida de Rahho estaba semienterrado a las afueras de Mosul. “Fue algo horrible, un gesto para meter más miedo a los cristianos, para intentar que dejen el país. Además de a Rahho, también asesinaron a su secretario, una persona excelente y muy joven. Estaba en la flor de la vida”, dice. Además del empecinamiento de los miembros de su propia Iglesia por sobrevivir, los caldeos también cuentan con el firme apoyo de Benedicto XVI, que en los últimos meses ha tenido numerosos gestos de cariño hacia esta minoría. “Es un honor las muestras de amor que nos ha dado, nunca serán olvidadas. Nos ha dicho varias veces a los iraquíes: ‘Estamos con vosotros'”.

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