Andrés Carrascosa: “Un nuncio tiene que ser un hombre de diálogo”

Nuncio en la República del Congo y Gabón

(José Carlos Rodríguez Soto) Si hubiera que juzgar a las personas por el entusiasmo que exhiben al hablar, nadie podría dudar que Andrés Carrascosa convence con creces. No sólo por el optimismo que derrocha al explicar lo mucho que la Iglesia hace por la paz en los lugares más deprimidos del mundo, sino por su energía, fruto de una vida templada en el estudio, la oración y el diálogo. Escuchándole en el obispado de Cuenca, y caminando con él por las calles de la ciudad donde nació, uno percibe que es un hombre feliz. Es imposible ir a su lado sin pararse cada pocos pasos a saludar a amigos y conocidos. Pero durante la conversación con él –que fluye nítida como el río Huécar por donde nos encaminamos– intuyo que está deseando volver a la República del Congo (RC) y Gabón, países donde desarrolla su labor de nuncio desde hace casi cuatro años. Y es que África engancha a muchos, diplomáticos incluidos. 

Aunque no será porque viva en un lugar idílico. “¿Te imaginas que para llegar a una parroquia a sólo 18 kilómetros de Brazzaville tardé dos horas? La iglesia estaba destruida y la ­gente no tenía nada. Volví llorando”, dice. Para corroborarlo, me enseña un boletín diocesano donde hay un reportaje sobre una reciente visita de Cáritas Cuenca al Congo. Las fotos de ruinas medio devoradas por la selva –imagen habitual de los estragos de la guerra en los olvidados trópicos– hablan por sí solas. Como no podía ser menos, puso en contacto a su Diócesis de origen con la Iglesia congoleña, a la que ayudan en varios proyectos.

La RC y Gabón son países de los que nunca oímos hablar. ¿Cómo son?

La RC (también conocida como Congo-Brazzaville) y Gabón son dos países muy cercanos y, al mismo tiempo, muy diferentes, aunque ambos pasaron por la colonización francesa. En Congo tuvieron tres guerras fratricidas que enfrentaron al Norte contra el Sur, en el espacio de diez años, de 1993 a 2002. Si a la pobreza que sufre África le añadimos la destrucción que produce una guerra civil y, además, multiplicamos esto por tres, los efectos son devastadores. La guerra es lo peor que le puede pasar a un país. Además, poco después de su independencia, el Congo entró en la órbita marxista soviética, mientras que enfrente tenía Kinshasa, la capital de Zaire, país que era pro-americano, por lo que el río Congo que separa a las dos capitales se convirtió durante aquellos años en una auténtica frontera de la guerra fría. La Iglesia Católica tuvo que enfrentarse a muchas dificultades, como la nacionalización de sus escuelas y, sobre todo, el asesinato de su cardenal arzobispo de Brazzaville, Émile Biayenda, en1977.

Gabón ha tenido más estabilidad. Tras la muerte de su primer presidente, León Mba, ­siete años después de la independencia, accedió al poder Omar Bongo, que lleva ya 40 años como Jefe del Estado. Gabón tiene la gran suerte de no haber conocido nunca la destrucción de una guerra.

¿Qué nos puede decir de la Iglesia en estos dos países?

En ambos, la Iglesia fue implantada por los Misioneros Espiritanos franceses. En Congo celebramos ahora los 125 años de la evangelización, y el número de católicos se sitúa entre un 40 y un 50% de la población, lo cual habla de un peso específico importante de la Iglesia en la sociedad, a la que ha contribuido enormemente en muchos campos, sobre todo el educativo. Yo me he encontrado con ministros que dicen abiertamente que lo que son, se lo deben a la Iglesia.

Son Iglesias bien estructuradas –en Congo hay siete diócesis y en Gabón seis– que ahora han de afrontar el reto de la indigenización. Han disminuido mucho los misioneros, pero hay muchas vocaciones autóctonas, con todas las ventajas y riesgos que implica. Por ejemplo, en el seminario mayor de Congo hay 180 seminaristas, y en el de Gabón, 40. Hace pocos meses celebramos el 25º aniversario de la visita de Juan Pablo II a Gabón y, viendo fotos de aquel tiempo, la mayor parte de los sacerdotes y religiosos eran europeos; hoy son africanos.

No hay duda de que en muchas Iglesias de África, el número de sacerdotes autóctonos no hace sino aumentar. ¿A qué problemas se enfrenta este clero?

El primero, la supervivencia, porque el Congo es muy pobre. Los cristianos, durante la colecta de la misa, pueden dar una piña o una mandioca, pero apenas pueden dar dinero. Entonces ¿cómo les garantizamos que puedan comer y pagarse el seguro médico? La ayuda del Domund llega a estas iglesias, pero es insuficiente. Por una parte, hacen falta más medios, pero sin olvidar que vivir siempre con la mano tendida es algo que hace daño a cualquier persona, lo cual significa que hay que encontrar vías para crecer hacia la autofinanciación.

Otro reto para el clero local es cómo profundizar en la propia fe, porque antes de evangelizar a los demás, los ministros de la Iglesia tienen que autoevangelizarse. Esto quiere decir que el Evangelio tiene que entrar en la propia cultura como compromiso gozoso, no como algo meramente externo. Ciertamente, este es un reto para toda la Iglesia, no sólo para los cristianos de África.

Me decía una vez un nuncio en un país africano que la parte más difícil de su trabajo era encontrar buenos candidatos para ser obispos. ¿Comparte usted la misma impresión?

En realidad, los candidatos para el ministerio episcopal los presentan los obispos del país, no el nuncio, y esto lo tienen que hacer cada tres años y no sólo cuando se necesita un nombramiento. Una vez hecho esto, hay que consultar por lo menos a unas 40 personas, sobre todo de la diócesis que se ha quedado ­vacante, para que señalen candidatos. Después, sobre la idoneidad de cada uno de ­aquellos que tienen más preferencias, se pide a otras 30 ó 40 personas que expresen su parecer. Yo diría que el nuncio es más bien un árbitro, que hace que se respeten las reglas del juego. El reto que tenemos en países como Congo y Gabón es que el clero es muy joven. No faltan buenos sacerdotes, pero para ser obispo hay que tener una personalidad muy completa.

Hace dos años se publicaron los ‘Lineamenta’ del que será el segundo Sínodo Africano, que debe celebrarse el año que viene, y que está centrado sobre el tema de ‘Justicia, Paz y Reconciliación’. ¿Cómo preparan las Iglesias de Congo y Gabón este acontecimiento?

Es un tema que interesa. Hay participación, como ya ocurrió durante la preparación al primer Sínodo de 1994. Mi impresión es que, quizás, llega a muy pocos años del documento Ecclesia in Africa, de 1995, un gran documento, pero que aún no ha sido suficientemente digerido y puesto en ­práctica.

El tema de Justicia, Paz y Reconciliación toca uno de los puntos neurálgicos de la vida de la Iglesia en África. El primer reto lo tiene en su propio seno, porque, por ejemplo en el Congo, la división entre el Norte y el Sur es enorme y es difícil que la Iglesia, formada por seres humanos, sea totalmente ajena a ella. Antes de proponer la reconciliación a los demás, tenemos que ser los primeros en dar ejemplo, porque no podemos negar que las tensiones se reflejan también en el seno de las comunidades cristianas. Hay que ser profeta con el testimonio antes que con las palabras.

Usted tiene experiencia de trabajar como diplomático ante Naciones Unidas. A veces se habla de que este organismo parece imponer ciertas agendas a los países más pobres. Esto se ha dicho, sobre todo, a propósito del Protocolo de Maputo, donde se ha llegado a hablar del derecho al aborto…

Yo diría que no es tanto Naciones Unidas, sino determinados países. Al fin y al cabo,  Naciones Unidas es una organización que está formada por naciones, algunas de las cuales tienen fuerza y presentan determinadas agendas que intentan imponer a África. No tengo reparo en decir que esto es una nueva colonización en la que se da dinero a los países más pobres a condición de que acepten ciertas condiciones, tratándose en muchos casos de temas que no corresponden a sus verdaderos intereses. Esto no es obstáculo para reconocer que Naciones Unidas hace otras cosas muy bien hechas en los países más necesitados, sobre todo en cuanto a pacificación y desarrollo se refiere.

¿Qué papel tiene un nuncio en un país conflictivo como el Congo?

Yo tengo muy claro que el nuncio tiene que ser un hombre de diálogo, que tiene que ser capaz de hablar con todos: con el Gobierno, con la oposición, con las distintas fuerzas sociales, incluso con la guerrilla, si fuera necesario. Y tiene que hacerlo para ayudar a encontrar soluciones pactadas y dialogadas, siempre en coordinación con la Iglesia del país. En ciertos terrenos, puedo llegar a donde los obispos no llegan, y al mismo tiempo, en otros casos, los obispos pueden llegar a donde yo no llego. Y no olvidemos que el nuncio tiene que fomentar también el diálogo dentro de la propia Iglesia.

Esto quiere decir que tengo que visitar mucho y, para eso, tengo que meterme en el interior del país y pasar allí muchos días, con todas las incomodidades del caso, porque si no conoces las condiciones en las que vive la gente, no puedes servirla. En Congo y en Gabón todo el mundo sabe que la puerta del nuncio está siempre abierta, y por ella entra y sale mucha gente que viene a verme y a hablar conmigo. Obviamente, un efecto de esta escucha es que recibo mucha información. Los curas a los que he visitado en sus parroquias en lugares muy remotos, cuando vienen a la capital pasan a saludarme y con frecuencia me cuentan sus problemas. Con todos estos contactos puedo tomar el pulso al país y conocerlo bien, algo que el propio Gobierno y el cuerpo diplomático reconocen.

Usted, además, ha hablado muchas veces, en calidad de mediador, con la guerrilla…

Así es, aunque no como mediador, técnicamente hablando. Si bien en Congo llevamos seis años sin guerra, aún quedan milicianos ninjas armados del pastor Ntumi que no han depuesto las armas. Aunque no hay combates, aún estamos por terminar el proceso de paz. La guerrilla me ha pedido varias veces hablar con ellos, y lo he hecho con cierta frecuencia. Naturalmente, el Gobierno lo sabe. Y la ­guerrilla sabe que hablo con el Gobierno, lo cual crea un ambiente de confianza. No hay duda de que la Iglesia es un punto de referencia muy importante en situaciones de conflicto. Yo trato de hacerlo en comunión con los obispos locales. Tengo esperanza en que la situación llegue a la normalidad en tiempos breves, lo cual sucederá cuando el jefe guerrillero Ntumi, a quien el Presidente ha concedido el cargo de consejero presidencial, acepte entrar en la capital.

En los países occidentales, la Iglesia tiene que afrontar el reto del laicismo. Dado que vivimos en un mundo globalizado, ¿cree usted que este problema está llegando también a África?

En África hay una cierta tendencia a copiar lo occidental, aunque en el caso del laicismo –que yo definiría como el olvido del Evangelio– creo que no está muy extendido. La sociedad africana tiene ciertas cosas más claras que nosotros, los occidentales; por ejemplo, todo lo que se refiere a la familia y a la naturaleza. A veces les oigo decir: ‘En Europa estáis perdiendo la cabeza’. En el fondo, el Evangelio es lo más natural y humano que hay y todos tenemos que acercarnos al Evangelio. La visión de las cosas que nace del Evangelio está en contraste tanto con ciertos aspectos de la vida que se vive en Europa como con otros de la vida en África, al tiempo que se compagina mejor con otras cosas, ya sea de la cultura europea o de la cultura africana.

¿En África se asiste a un avance de las sectas?

Es innegable el impacto que ha producido en la sociedad africana la aparición de las sectas, de muy diverso origen, aunque fundamentalmente encuentren sus raíces en los Estados Unidos. Algunas de ellas han incorporado elementos de la religiosidad popular, parecidos al fetichismo. Está claro que las sectas son un negocio, que no ayudan a los más pobres, sino que se aprovechan de ellos, haciéndoles endeudarse en muchos casos. Hay ya una cierta reacción popular contra esos abusos, sobre todo en Gabón. Y hay personas que vuelven a la Iglesia católica, aunque muy heridas en el alma. Pero lo que me parece más importante es que constituyen un verdadero reto para nuestra evangelización y una piedra de toque para comprobar la profundidad de ésta.

¿Cómo son las relaciones de la Iglesia con el Islam en los países donde usted trabaja?

El número de musulmanes en estos dos países no supera el 5%, y la mayoría son extranjeros, sobre todo comerciantes del África occidental. En Gabón, la relación entre los líderes religiosos cristianos y musulmanes es buena y tampoco hay problemas serios de convivencia entre la gente. La crisis suscitada artificialmente en 2006 tras el discurso del Papa en Ratisbona fue para nosotros una ocasión para hablar con claridad y reforzar nuestras relaciones en Gabón, así como para iniciarlas sobre la base de un diálogo positivo en Congo. Baste un ejemplo: días más tarde, a la comida de las más altas esferas islámicas al final del Ramadán fuimos invitados el Arzobispo de Libreville y yo  mismo, y nos pusieron en la mesa presidencial…

SERVIR DESDE LA DIPLOMACIA VATICANA

Monseñor Andrés Carrascosa ha recorrido medio mundo como miembro del cuerpo diplomático de la Santa Sede, y su rica experiencia se refleja en la gran claridad de ideas que sabe transmitir, así como en la cordialidad y confianza que inspira a su interlocutor. Ordenado sacerdote de la Diócesis de Cuenca, estudió Teología Bíblica y Derecho Canónico en las universidades Gregoriana y Angelicum de Roma. Su primer destino fue como secretario de la Nunciatura en Liberia, durante los años 80. De allí pasó a la Nunciatura en Dinamarca y muy pronto a la Secretaría de Estado del Vaticano. Más tarde, a la misión diplomática de la Santa Sede ante Naciones Unidas, en Ginebra. Sirvió también durante varios años en las nunciaturas de Brasil y Canadá. Nombrado nuncio en la República del Congo y Gabón, el 7 de octubre de 2004 recibió la ordenación episcopal en la Basílica de San Pedro de Roma.

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