Tribuna

Mi verano misionero en… Camerún

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El poso que me ha dejado esta experiencia en Camerún es de darme cuenta de la cantidad de banalidades que contaminaban mi actitud ante la vida. Hace algunos años estuve en Perú trabajando en un pueblo de chavolas durante un mes. Eso me enseñó más o menos lo mismo, pero, casi diez años después, esta sociedad consumista había vuelto a contaminar mi mente con banalidades absurdas basadas en el prestigio y otros aspectos como ganar mucho dinero, quedando mi felicidad hipotecada hasta recibir la paga a fin de mes.

Sueños rotos

Lo más importante es comprender que somos personas a las cuales se nos han dado unas oportundades limitadas. Existe una realidad, no en nosotros, si no ajena a nostros, que va a destruir nuestros sueños, especialmente cuando estos son introducidos en nuestras almas por los países más ricos.

Sueños superfluos y vacíos. Este es el verdadero riesgo al que estamos expuestos. La naturaleza de nuestros sueños, fácilmente, puede mezclarse con la banalidad. Y entonces podemos estrellarnos, entrando en crisis con nuestra autestima. Esto no significa que no debamos soñar, si no que debemos de tener cuidado porque aquello que soñamos puede dejarnos en una situación complicada.

Encuentro con Dios

El cariño de la gente en los talleres y la misión me ha enseñado que lo que esta sociedad puede desechar de ti, o no esté interesada en tomar, no quiere decir que no valga en sí. En ocasiones tratamos de dar amor y actuamos en consecuencia, y parece no ser aceptado en nuestro entorno. La superficialidad y banalismo de la sociedad, su vacío, lo rechaza. Estas personas en la misión han aceptado todo el amor que he querido darles. Por este motivo ha sido un encuentro con Dios, porque, a una, todos me han dicho: “¡Vales mucho!”.

Dios se ha materializado en estos niños y amigos que he encontrado. Ahora solo quiero que mi amor les acompañe para siempre, un amor correspondido.