Un oasis entre la pobreza y la violencia

Las murialdinas ayudan a más de 200 niños en un barrio periférico del Estado de México

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LOURDES PAZ (MÉXICO) | Cuando mi hija se fue y me dejó a sus dos pequeños, sentí una terrible angustia, pues no sabía qué iba a ser de ellos ni de mí. Soy madre soltera y, entonces, mi hija menor tenía ocho años… De repente, mi responsabilidad creció a tres niños que debía cuidar.

Cuando no tenía ni para darles de comer, las madres muraldinas me ayudaban con despensas. Poco a poco, ellas me enseñaron a aceptar mi realidad. Una vecina me vio muy mal y me dijo: ‘Ve con las madrecitas, ellas te van a ayudar’. Desde el primer día me apoyaron, cambió mi vida”.

Tere tiene 56 años, es comerciante en el tianguis (mercadillo tradicional) de la colonia y a veces trabaja en la limpieza de casas. Vive en Cabañas, al oriente del Estado de México, en los límites con el Distrito Federal; el lugar está compuesto por decenas de casas construidas con materiales improvisados de madera, cartón, restos de zinc, plástico y con techos lámina de asbesto, sin infraestructura básica de agua o alcantarillado.

En este contexto periférico, Cecilia Dall’Alba, superiora de las religiosas murialdinas de San José en México, es la encargada del Centro Educativo Leonardo Murialdo (CELM), ubicado en la Unidad Habitacional Narciso Bassols, y en el que, actualmente, cuatro religiosas y varios jóvenes instructores atienden a 226 niños, 64 por la mañana y 162 por la tarde.

Cuando esta comunidad llegó hace 15 años, recuerda Cecilia, lo primero que hicieron fue salir a la calle y ver a la gente en sus casas:

Las visitas a las familias, en las periferias pobres de la zona, en seguida hicieron emerger ante nosotras cuáles eran las necesidades que las acuciaban: había un elevado número de mamás solas, abandonadas, que salían a trabajar y, en consecuencia, sus hijos se quedaban solos, encerrados en su casa o descuidados en la calle; muchos otros estaban con abuelas, ya cansadas. Se registraba un alto índice de deserción escolar por falta de útiles o uniformes, así como un bajo nivel académico… En definitiva, había un horizonte de futuro muy pequeño.

Desde ese momento, con el fin de ofrecer una respuesta que comenzara a sanar la emergencia, ellas mismas pusieron en marcha el Centro Educativo, que empezó entonces con un conjunto de pequeñas acciones concretas: encuentros formativos para mamás solteras basados en la superación personal y la capacitación profesional, con vistas al autoempleo; acogida a los hijos para que las mamás pudieran salir sin la angustia de dejarlos solos… Y también apoyo espiritual y material, como lo hicieron con Tere.
 

Todo surgió de muy poco

“Había una capilla –rememora Cecilia–, en ese entonces en condiciones muy precarias, y un salón pequeño que sirvió de depósito de material, mientras se construía el Centro Educativo. Junto a nosotras, las cuatro religiosas, ya había algunos jóvenes educadores entusiastas, capacitados en los grupos pastorales de la parroquia de los Josefinos de Murialdo; con ese primer equipo fue suficiente, al menos, para empezar”. Desde el principio, empezaron su acción en la comunidad rigiéndose según los principios pedagógicos murialdinos, que están definidos por las iniciales JAR (Jugar, Aprender y Rezar).

Un oasis entre la pobreza y la violencia [íntegro solo suscriptores]

En el nº 2.895 de Vida Nueva

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