La ‘lectio divina’ como una red de oasis (I). Hijos de la Palabra

chica sembrando semillas en una tierra seca y desértica

Una reflexión sobre cómo descubrir el alimento básico de cada día

chica sembrando semillas en una tierra seca y desértica

JOAN ESCALES BARBAL, cura rural de la Diócesis de Urgell, licenciado en Teología y psicólogo | ¿Quieres ser un oasis en el desierto del mundo? Apúntate a la red. Entra en tu cámara interior y coge el libro La Palabra de Jesús, donde figura el Evangelio de cada día. Será como el gota a gota que convierte el desierto en un jardín.

La Palabra de Jesús es como una estancia con tres ventanales: lectura, silencio y resonancias. Los tres sincronizados forman lo que llamamos, siguiendo la gran tradición de la Iglesia, la lectio divina. Es como abrir las ventanas para que entre el sol, la amistad, Dios.

Y la manera de llevarla a término nos la da la abeja. Ella se pone sobre la flor y se lleva el néctar para elaborar la miel en su casita. Esta abeja somos nosotros cuando nos ponemos sobre la flor del Evangelio y hacemos:

  • Una lectura reposada de la Palabra.
  • Una escucha silenciosa de la voz interior que ni los ojos pueden ver ni la mente puede procesar.
  • Y una acogida de las resonancias que, como aguas profundas, afloran en forma de alabanza, de petición o de acción de gracias

María, el primer oasis

¿Os imagináis un desierto? ¿Una montaña de arena lanzada por los vientos entre nubes de polvo, y nosotros, los nómadas del desierto, andando sobre la arena ardiente, acompañados por un sol brillante que quema durante el día y de una luna llena que brilla en un cielo azul en las noches claras y frías? La travesía es larga y penosa. No hay señales marcadas en la arena. Ni tampoco se ve segura la salida. Y eso, días y noches…

Pero, de repente, se rompe aquel horizonte infinito y monótono que lo invade todo y aparece un signo de vida. Nuestra mirada se concentra en aquel punto que lo cambia todo. “¡Un oasis! ¡Es un oasis!”, estallamos con grito alegre. Es este anhelo que llevamos dentro el que nos define como nómadas y nos hace suspirar por la sombra y el frescor de un oasis. Somos peregrinos de la Patria guiados por un sueño: crear en el desierto del mundo una red de oasis.

¿Cómo hacerlo? Bien sencillo. Es suficiente con ponernos en camino. Encontraremos pisadas en la arena que nos guían y que nos llevan al oasis.

Para empezar, decimos que lo ponemos todo en manos de María. Ella va delante. María es la flor, la flor del Adviento, el primer oasis. La Hidalga del Valle, en expresión del poeta. La fiesta de la Inmaculada, plantada en el corazón del Adviento, nos lo dice. El oasis no es el final de la travesía, forma parte de ella. El final es Jesús: Navidad.

Este desierto con pequeños oasis viene de lejos. A lo largo de la historia han ido apareciendo en los desiertos del Antiguo Testamento. Los profetas fueron los primeros creadores de oasis, que iban preparando y señalando el término de esta travesía.

Después de la venida de Jesús, apareció la Iglesia de los mártires con una gran floración: santa Lucía, Cecilia, Sebastián… Y la marcha continúa. Van apareciendo aquí y allá, en nuestros días, pequeños oasis: Teresa de Calcuta, Gandhi, Óscar Romero… Venimos de una red gloriosa.

¿Y a ti, no te gustaría formar parte de esa red donde Jesús pudiese descansar a la sombra y al frescor de tu oasis? ¿Y no sería precioso contemplar el desierto, cosido de pequeños oasis regados por Jesús cada día con nuestras manos en la oración y la lectura de su Palabra.

Y si así fuese, no tardaríamos en ver el desierto convertido en jardín, con sus frutos sabrosos de solidaridad, perdón, amabilidad, ternura, comprensión, acogida…

La ‘lectio divina’ como una red de oasis (y II). La mesa de la Palabra [extracto]

Pliego íntegro publicado en el nº 2.881 de Vida Nueva. Del 8 al 14 de febrero de 2014

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